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El enemigo interior: los liberales, los medios

Así como creó enemigos exteriores, Trump está creando un enemigo interior, que justifique un Estado de dientes apretados

Inmigrates indocumentados se se reúnen frente a un edificio del presidente electo Donald Trump EFE

26 de noviembre 2016

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Especial para Confidencial (V de VII partes)

En su primer tweet tras reunirse con Obama, Trump escribió: “Acabamos de tener una muy abierta y exitosa elección presidencial. Ahora manifestantes profesionales, incitados por los medios, están protestando. ¡Muy injusto!”


Curiosamente, no dijo nada de los sucesos denunciados en varias ciudades donde hombres blancos amenazaban a negros y latinos con la esclavitud o expulsarlos. Trump cuestionó a sus opositores, pero dejó hacer a esas fuerzas de choque tanto como en el pasado. Recién un día después retrocedería y, celebraría que “pequeños grupos” de manifestantes expresasen su disenso.

Muchos en la prensa liberal —yo incluido— chillamos con aquel tweet. Que ya es presidente y nunca fue un niño indefenso. Que no es serio. Man up. Y está bien, es lo correcto: ese tipo de comportamiento no debe ser tolerado. En verdad, es un acto de hipocresía de un hombre caprichoso e inmaduro de 70 años quejarse de quienes protestan su presidencia cuando él mismo, en 2012, a poco de la reelección de Barack Obama, hizo saber su intolerancia sin reservas. “No podemos dejar que esto pase. Debiéramos marchar a Washington y detener esta farsa. ¡Nuestra nación está totalmente dividida”, tuiteó primero y, apenas cuatro minutos después, “¡Vamos a pelear como el diablo y a parar esta gran repugnante injusticia! El mundo se nos está riendo”.

Del mismo modo, es incorrecto que Trump no cuestione, repruebe y censure de inmediato a las bestias que, sueltas de correa, salen a perseguir y denigrar a otras personas. Un presidente debe estar a la altura de su cargo como estadista, no provocar mayores divisiones. “Déjeme decírselo de otra manera, Sr. Trump: usted tiene la obligación de reparar las heridas que usted mismo provocó”, escribí en “Señor Trump, olvídese del muro”. “La primera magistratura no da derechos especiales sino obligaciones inexcusables. Un presidente debe convocar a los equilibrios pues su responsabilidad es el conjunto de la sociedad, no solo sus votantes. El presidente Obama corrió grandes riesgos por restaurar un diálogo que su partido procuró desmoronar. ¿Insistirá usted en esa lógica, profundizando la polarización y la brecha? ¿Hundirá usted la democracia estadounidense en un mayor retroceso?”

Pero es posible que debamos pensar que otra vez equivoquemos el acento del mensaje. Sucede que mientras a poco de ganar la elección Trump, grupos de personas que firmaban con su nombre amenazaban a decenas de personas en varias ciudades del país. En el sur, activistas del KKK tomaron un puente vestidos con sus conos blancos, portando carteles racistas. Y mientras a Trump le tomó dos horas en criticar a los protestantes en su contra y un día en pedir disculpas, le insumió.

Insisto: puede que estemos equivocando, como en la elección, el acento del mensaje. Trump no se queja —sólo— por caprichoso, temperamental y descontrolado. Su tuit tiene muy precisos destinatarios directos —sus votantes— e indirectos —el resto, nosotros. Cuando Trump dice que los medios alientan las protestas, está informando a sus seguidores que la campaña sucia que dijo que la prensa había montado en su contra durante la campaña sigue —y seguiría— durante su presidencia. Que esos protestantes son, junto con los medios, liberales dispuestos a entorpecer su gestión. Cuando comentaristas como Charles M. Blow piden que lo consideren parte de la resistencia porque él respeta la institución presidencial pero no a su ocupante, no costará nada a sus seguidores suponer una avanzada de desobediencia civil liberal peligrosa para la salud de su presidente. Cuando Rudy Giuliani, el posible procurador general de Trump, dice que esos protestantes de New York y otras cinco metrópolis son “niños malcriados”, que son “profesionales” y que “exageran sus miedos”, está dando a entender también el tono de un gobierno futuro: no se atenderá el cuestionamiento de gente que no sabe aguantarse el mundo, de liberales demasiado soft para entender la vida real. No hay razón atendible para una protesta, nos sugiere Giuliani, cuando quienes la encabezan son “malcriados”, gente sin justificación más que el antojo y la manía.  Un hombre de campo y un operario industrial de Flint sin trabajo a los cincuenta años saben lo que es rasparse con la vida jodida. ¿De qué se quejan estos acomodados de la ciudad?

Durante la campaña, Trump mostró nostalgia por los viejos tiempos en que si un opositor se metía en una linda reunión de buenos muchachos podía salir de allí en camilla o trompeado. Luego hizo la vista gorda cuando en sus actos o fuera de ellos, supremacistas blancos y nativistas insultaban y discriminaban a negros y latinos. Jamás se opuso a que su propia gente, a viva voz, amedrentase a la prensa en los mismos mítines —por el contrario, la estigmatizó asfaltando el camino para esas reacciones.

El mensaje para los seguidores, entonces, es: prepárense. Trump, nuestro hombre, ganó: ¿ahora estos liberales perfumados no reconocerán su mandato? ¿Acaso nuestra elección es de segunda categoría para que cuestionen a nuestro presidente electo ya antes de asumir? The President will be under siege. Si las palabras dicen, cuando Trump pidió que quienes amedrentan a las minorías se detengan, se mostró “triste” por los hechos, que redujo a “una o dos instancias”, pero en ningún momento calificó a los agresores como personas violentas y descolocadas. Sí, en cambio, dijo que las protestas en su contra habían sido construidas gradual y sistemáticamente —I think it’s built up”— por los medios.

Dos modos de ver, dos motivaciones distintas, dos posibles reacciones institucionales: apañamiento para los agresores sin correa del riñón propio, acusaciones de maquinación y conspiración para los opositores. Como creó enemigos exteriores —migrantes indocumentados, China, México— con el cual amalgamar los miedos a los otros y a un mundo complejo, Trump está creando ahora un enemigo interior —los liberales, la juventud reactiva, los medios— que justifique un Estado de dientes apretados.

[destacado titulo="La Rusia de Churchill —y un poema de Leonard Cohen"]
* Hitler alentaba un discurso de odio que luego las SS, sin que él lo pida, ejecutaban en las calles contra judíos, gitanos, homosexuales: los otros

En octubre de 1939, poco menos de dos años antes de que la Alemania nazi invadiera Rusia en el verano de 1941, Winston Churchill, entonces primer ministro del Reino Unido, tomó la palabra en una misión de la BBC y lanzó una frase que quedó registrada como un trademark de la incógnita. “No puedo predecir las acciones de Rusia”, dijo. “Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.

Churchill se refería a la incapacidad de determinar el interés nacional ruso en relación a los Nazis, interés que para él era clave a la hora de detener a Hitler en su avanzada por Europa. Como Churchill nunca pudo entender qué quería hacer Stalin, desde ese momento Rusia se volvió un estado canallesco.

Es curioso cómo la Historia persiste en su remanido recurso de la tragedia y la farsa. El apego de Trump por la opacidad, el juego sibilino y la indefinición respecto de actores y acciones cuestionables —de Vladimir Putin al KKK, de sus declaraciones impositivas a sus negocios con Rusia—, actualiza la frase de Churchill. Trump, y no es una metáfora, es a su modo el remedo americano de esa Rusia canalla.

Trump juega con la dualidad, al gato y al ratón, a las escondidas; dice medias verdades, oculta el juego, trampea, miente con escuela goebbelsiana. Ha dicho que uno jamás debe anticipar sus planes, toda una definición de filosofía. Gusta del secreto y la conspiración en las sombras. Jamás dio un solo detalle de cómo actuaría la magia de sus ideas de gobierno. Incluso una vez electo presidente, Trump es una máquina de promesas vagas —pues no hay plan— envueltas en mentiras y fabricaciones.

Más de una vez he pensado que Trump emplea las palabras para ocultar sus intenciones verdaderas, no para expresarlas. Que juega un gran teatro bufo y perverso. Que mide el escenario con cada provocación nada más para saber si, llegado el caso, puede transitar hacia ese extremo con poca o ninguna resistencia o le conviene detenerse a medio camino. Trump gusta jugar al póker siendo a la vez el croupier, el jugador y el dueño de las cartas: quiere el control absoluto de la situación.

Un detalle: cada uno de sus asesores principales sobre un tema determinado tiene otro asesor solapándolo; hay dos y hasta tres sopladores de ideas en un mismo tema. Y luego está el círculo áulico, la familia —su núcleo de confianza. El comportamiento de Trump —él por encima de todos— sugiere a los zares y a los emperadores, a los absolutistas que medían el mundo con una escala de valores propia distinta de la dictada por las tradiciones humanistas. Trump dejará que sus asesores actúen y se arrogará sus aciertos como un rey o un autócrata. La línea será siempre vertical: los beneficios subirán al Amado Líder; las sanciones caerán gravitacionalmente sobre la cabeza de quien cometió el error. Trump animará la competencia entre sus hombres en busca el favor de su atención. Intervendrá sólo para corregir, comisionará el pago de culpas, administrará perdones y bendiciones a discreción.

Tres días después de las elecciones, The New York Times contó que, de acuerdo a sus ayudantes, Trump planeaba seguir con los mítines multitudinarios, una nota clave de su campaña, durante el ejercicio de la presidencia. Esas reuniones eran tan efectivas que, decían, sería un error suspenderlas. “Le gusta la gratificación instantánea y la adulación que proveen las muchedumbres entusiastas”, dice el periódico. Piense y no reprima analogías: Perón, Chávez, Stalin, Hitler, Mussolini, Fidel… El líder autoritario —el Amado Líder, un narcisista de libro— adora el calor de las masas pues necesita de aprobación constante. Trump lanzará a la lapidación de sus asambleas a los ministros de su corte que no cumplan y los humillará —lo hizo con Chris Christie a horas de que le diera su apoyo en la primaria— si con eso fortalece su figura de hombre que actúa por determinación propia al margen de cualquier condicionamiento. En los cultos no hay espacio para controvertir la voluntad del Amado Líder. Se acepta su decisión, se calla, se obedece. La única imagen impecable ha de ser la de su Honrosa Majestad. Todos habrán de trabajar para él.

Escribí en “Trump, el ‘bad hombre’ y el fin de Estados Unidos”:

“Los Estados Unidos de Donald Trump (…) son un rugido, Sauron o un llamado al combate: el fin de una nación conocida. ¿Puede haber paz tras su siembra de uvas de odio? (…) Los Estados Unidos no eran perfectos, pero ahora lo son menos, expuestos a la vergüenza global de que un ignorante jactancioso, más bruto que un vaquero analfabeto, pudiera llegar a centímetros de la presidencia. Trump ya hizo del mundo un lugar peor. Sus imitadores no tardarán en animarse a más.

“En los ocho años que unieron al Tea Party con Donald Trump, el Partido Republicano perdió el presente y enloqueció su futuro. La ignorancia y el desinterés por comprender un mundo más complejo crearon un nuevo actor político en Estados Unidos, incapaz de lidiar con las instituciones, que demanda soluciones determinantes e inmediatas y no tiene respeto por ideas distintas al American Way of Life del dominio blanco del siglo XX. Un niño de tres años tiene más autocontrol que su candidato y dos de cuatro piensan con más calma que sus votantes.

“Ese actor político es la bestia que Trump soltó y que merodeará al gobierno de Clinton. No quiere diálogo: quiere obediencia y acción. Trump ha hundido los cimientos del primer partido de la derecha racista europea en el continente americano, un tercio del electorado que supone a Estados Unidos dominado por los agentes locales de una oscura conspiración global. Ese nativismo recargado de xenofobia y odio racial condenará al Partido Republicano a la búsqueda de una nueva alma como una derecha moderna capaz de ofrecer propuestas económicas inteligentes. ¿Tomará una, dos generaciones?

“No: los Estados Unidos de la democracia liberal no existen más. Están desafiados por una sociedad hipertensa. La promesa del Sueño Americano es una pesadilla negra. La educación pública, regida por la decisión de los estados y no del gobierno federal, está afectada por serios problemas de calidad formativa y presupuestaria. El modelo de salud parece diseñado para matar de estrés financiero a las familias; los bancos, los millonarios y Wall Street tienen una gran vida sin responsabilidades sociales; millones de personas trabajan demasiado duro en pos de una promesa —puedes crecer, esta es la tierra de las oportunidades— que no se cumple”. [/destacado]

[destacado titulo="Ahora es el turno del Gran y Amado Líder, Hosanna"]
Escribí en “La república bananera de Donald Trump”:

“Aunque puede ser divertido comparar a Trump con un subproducto alucinado del Tercer Mundo, es menos confortable asumir que el hombre es fogoneado por millones de estadounidenses que piensan como él. Trump no surgió de la mente de un humorista sudamericano: aventurero, inmoral, macho, ignorante, racista y xenófobo, es un arquetipo del poder blanco que parecía acorralado —o barrido bajo la alfombra— hasta que encontró en la televisión el dictadorcillo adecuado. Cuando Trump aseguró en el debate que estuvo años sin pagar impuestos, nada lo diferenció moralmente de un robber baron o de un oligarca ruso. Y cuando dice que puede ordenar la persecución de sus opositores políticos, no resulta formalmente distinto de Vladimir Putin o de Nicolás Maduro. En Putin, Trump halla su reflejo de autócrata de país dominante; en Maduro está su símil (…) bananero”.

El líder profético, padre putativo de los regímenes autoritarios, debe ser interpretado, y en esa opacidad reside su fuerza. Hitler alentaba un discurso de odio que luego las SS, sin que él lo pida, ejecutaban en las calles contra judíos, gitanos, homosexuales: los otros. Hitler creaba enemigos y adversarios que pondrían en riesgo la seguridad de la nación y la vida de sus ciudadanos. Esos hombres no eran verdaderos alemanes, eran extranjeros o gentes extrañas, anormales, que no profesaban sus mismas creencias, la fe en el ser, una misma religión nacional. El temor nubló a los alemanes. Los políticos repetían ideas sin acierto. La angustia de verse en una crisis terminal para la que ningún padre de familia tenía solución, sirvió la salida a soluciones prontas y determinantes. Hitler ofrecía esa clase de magia o de fe. A cambio de obediencia y lealtad, él salvaría a la gran Alemania investido de poderes absolutos. ¿Cómo lo haría? No había que preocuparse por detalles: él, el líder, estaba allí para guiarlos a buena distancia del desastre y devolver a Alemania al sitial que le correspondía. We’re gonna win so much that you’ll get tired of winning”decía Trump—. Make America Great Again. 

En Selected Poetry, que reúne el trabajo de Leonard Cohen entre 1956 y 1968, uno puede hallar este poema, All There is to Know About Adolph Eichmann:

EYES:……………………………………Medium
HAIR:……………………………………Medium
WEIGHT:………………………………Medium
HEIGHT:………………………………Medium
DISTINGUISHING FEATURES…None
NUMBER OF FINGERS:………..Ten
NUMBER OF TOES………………Ten
INTELLIGENCE…………………….Medium

What did you expect?

Talons?

Oversize incisors?

Green saliva?

Madness?” [/destacado]

(Mañana: El presidente de Twitter)

 

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Diego Fonseca

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