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"El día que ganó Donald Trump me deprimí"

La historia de Ana, una joven indocumentada nicaragüense que vive en Estados Unidos bajo el terror cotidiano de ser deportada

Ilustración: Olga Sánchez/Confidencial.

18 de abril 2017

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Ana. 29 años. Indocumentada. Tres hijos. Los Ángeles

Ana -no es su nombre real, ha sido cambiado para proteger su identidad– vive en Los Angeles California con sus tres hijos y su esposo. Todos son ciudadanos estadounidenses, menos ella. Es originaria de Matagalpa, en Nicaragua y su historia en ese país ha sido una de tropiezos fuertes y decepciones.


De su vida en Nicaragua, recuerda las condiciones difíciles que le tocó vivir y que la llevaron a buscar una salida en Estados Unidos.  Su madre se mudó a California cuando ella tenía 14 años. Su abuela se quedó a cargo de ella y sus dos hermanos menores, mientras su mamá y su padrastro mandaban dinero para su manutención. Su abuela, sin embargo, los echó de la casa al poco tiempo y a esa edad tuvo que irse a vivir a la casa de su novio.

En la desesperación su madre tomó la decisión que lo mejor es que ellos se fueran a vivir con ella a Estados Unidos. Intentaron los tres (ella y sus hermanos) una primera vez, pero fueron estafados por un coyote que los dejó plantados en Guatemala, sin ninguna explicación.

Al poco tiempo, su madre hizo arreglos para que probaran de nuevo, esta vez con un coyote diferente. Sus hermanos se fueron, pero Ana no quería irse de Nicaragua, se sentía cansada de intentarlo, dice.  Al ver que esa expedición sí funcionó, su madre presionó a la joven para que lo intentara nuevamente.

“Al tiempo mi mamá me dijo que el señor que los trajo a ellos me podía traer a mí e hice el intento, estaba sola y no tenía a nadie en Nicaragua. En el camino el coyote quiso abusar de mí, yo tenía 16 años. Me puse a llorar y no me hizo nada, le conté al otro coyote que nos llevaba y me llevó a su casa donde estaba su esposa, ahí me dijeron que era mejor que me dejara porque en el camino me iban a violar, me iban a hacer muchas cosas,  pero al final le di pesar al señor, me dio dinero y me dijo que me fuera”, relató Ana.

Sin conocer donde estaba empezó a correr sin rumbo. Al poco tiempo se dio cuenta que estaba Honduras y logró agarrar un bus que la llevaría a la frontera con Nicaragua. Ahí llamó a las únicas personas que conocía y que confiaba podían ayudarla: la familia de su novio.

No tenía dinero y ellos la llegaron a recoger desde Matagalpa hasta la frontera El Guasaule, en Chinandega. “Llegaron a traerme a eso de las tres de la mañana, yo tenía mucho miedo. Cuando logré hablar con mi mamá ella se molestó conmigo porque pensaba que yo estaba mintiendo y que yo la hice gastar dinero. Pasó el tiempo y mi mamá no me hablaba, yo seguía sola y me sentía muy mal”, expresó la mujer.

Dos años después se reconcilió con su madre. Intentando arreglar las cosas se prometieron probar por última vez, para que por fin pudieran estar juntas., Ana cruzaría “mojada” hacia Estados Unidos.

En octubre de 2006 emprendió el viaje más difícil de su vida. En ese momento ya tenía 18 años. Con ella viajaban cinco personas más desde Matagalpa, entre ellas dos niñas de 11 y nueve años.

“La esposa del coyote dijo que ella se iba a hacer cargo personalmente de nosotras para protegernos. Pasamos bien todo Centroamérica, pero en México comenzaron los problemas. Primero nos trasladaron a una finca y en ese lugar nos llevaron a otro donde había gasolina en galones, estábamos encerrados ahí, no había aire, y casi nos ahogamos. En otro momento, fuimos perseguidos por la Policía y nos tiraron balazos y en el camino tuvimos que beber agua podrida llena de gusanos”, narró Ana.

Llegaron a la frontera con Estados Unidos y  pasaron hacía  Arizona. Lo primero que hicieron los coyotes en ese momento fue despojarlos de todo lo que tenían. Luego los dividieron según las zonas adonde los esperaban sus familias. Ana recuerda que llegó a Los Ángeles, específicamente a un centro comercial en North Hollywood, dónde se reencontró con su madre.

Sin embargo, no todo fue felicidad en el reencuentro. Su madre había prestado siete mil dólares para poder pagar al coyote y la familia tuvo que trabajar el doble para poder solventar la deuda.

“Nunca quise venir porque tenía un sueño, vine por mi familia. El día que vine  estaba enferma, me llevaron a una clínica, y en la noche ya tuve que ir a trabajar. Pasé muchas necesidades, no tenía ni un calzón, pensé que iba a venir a un país bonito, pero mi mamá estaba pasando una necesidad muy grande y teníamos que trabajar muy duro”, manifestó Ana.

El miedo a ser deportada

En Estados Unidos, Ana ha tenido que soportar todo tipo de trabajos: ha laborado en supermercados, tiendas y limpiando edificios. Actualmente trabaja de noche en una cadena de restaurantes de comida rápida y en el día cuida de sus tres hijos. Su esposo es estadounidense. Nunca habían podido regularizar el status legal de ella porque los precios son cada vez más altos, y oscilan entre 5 mil y seis mil dólares, según explica Ana.

Con la llegada al poder de Donald Trump, tuvieron que agilizar los trámites, e invertir en ellos de manera rápida, pues tienen terror que una deportación pudiera separar a su familia. “El día que dijeron que ganó ese señor me dio una depresión y una tristeza muy grande porque a pesar que mi esposo sea un ciudadano americano, yo no y no contamos con ese dinero para pagar mis trámites. Yo me desesperé, me quise regresar para Nicaragua, fue lo primero que pensé si me van a deportar, mejor me voy con mis hijos para Nicaragua, y allá voy ver que hago, pero ahora metí mi petición, estamos esperando que avance. Mis hijos dependen de mí, de mi estabilidad, yo hago todo por ellos, fue un miedo terrible que me dio a mí y a mi esposo”, indicó Ana.

De los 391 mil nicaragüenses viviendo en Estados Unidos, el 29 % reside en California, repartidos entre San Francisco y Los Ángeles, según los datos del Centro de Investigación Pew.

A pesar de las grandes cantidades de latinos en la zona (especialmente en Los Ángeles) estos no están libres del racismo y la discriminación que ha aflorado en el país a raíz del discurso incendiario del presidente republicano Trump.

Muchos de sus seguidores se llaman a sí mismos White-Nationalists (nacionalistas blancos) y apelan a que las personas de raza caucásica tengan privilegios en el país.

“A mí me paso, un día me iba a cruzar la calle y un hombre me dijo en inglés que regresara a mi país, que me fuera para México, y aunque en realidad no soy mexicana, sí siento que hay mucho racismo. A veces si te ven latino te dicen no te queremos aquí, creen que los latinos vivimos del gobierno y que solo venimos a tener hijos y a agarrar estampillas de comida, pero la realidad es muy diferente”, manifiesta la nicaragüense.

Según ella, los latinos son la fuerza laboral más importante, y son los que están dispuestos a trabajar aún fuera de sus obligaciones.

“Yo trabajé mucho tiempo de siete de la mañana a ocho de la noche, sin que me pagaran horas extras, trabajaba 7 días a la semana, tal vez por no tener papeles abusan mucho de nosotros. Uno ve a una persona latina vendiendo elotes, vendiendo helados, vendiendo flores, con sus canasta de frutas, siempre andan buscando como ganarse la vida dignamente”, expresó Ana.

Primera parte: Nicas indocumentados en EE.UU: “Hay miedo y paranoia” https://www.confidencial.digital/nicas-indocumentados-ee-uu-miedo-paranoia/

Tercer parte: “Todos los migrantes teníamos esperanza en Hillary Clinton” https://www.confidencial.digital/todos-los-migrantes-teniamos-esperanza-en-hillary-clinton/

 

 


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Dánae Vílchez

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