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Nicas indocumentados en EE.UU: "Hay miedo y paranoia"

Primera de tres entregas con historias sobre los miedos y las esperanzas de nicaragüenses indocumentados bajo el gobierno de Donald Trump

Illustration: Olga Sanchez/confidencial

Dánae Vílchez

17 de abril 2017

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Jazel. 44 años. Indocumentada. Sobreviviente de violencia doméstica 

Jazel-nombre real- no tiene casa, ni trabajo, ni dinero. Lleva casi cuatro meses sobreviviendo con lo que encuentra, deambulando por las calles de Nueva York, en busca de algún medio para subsistir. Se escapó de una relación tóxica con un puertorriqueño que la agredía física y psicológicamente. Ella es nicaragüense y desde hace cuatro años vive en Estados Unidos. Forma parte de las estadísticas de indocumentados.


Por el momento no sabe cuál será su próximo destino, pero sí tiene claro que no se dejará vencer por la adversidad. Entró al país a través de una visa de turista, pero ya incumplió los plazos reglamentarios y se encuentra en status irregular.  Temporalmente vive en un pequeño espacio que un conocido le ha facilitado, mientras logra arreglar su intrincada situación.

Cuando llegó a ese país, sin embargo, tenía muchas esperanzas en poder cumplir su “sueño americano”. Tenía un solo objetivo en la cabeza: trabajar arduamente para  poder adquirir una casa en Nicaragua, para que ella y sus dos hijos pudieran vivir. En Managua trabajaba como maestra de inglés y luego como asistente de recursos humanos en una maquila, pero su salario no le ajustaba para adquirir una vivienda.

Sus hijos ya eran adolescentes y decidió irse a Estados Unidos. Al principio contaba con el apoyo de una de sus hermanas que vivía ahí, pero al poco tiempo esta la echó a la calle y se vio sola en un país extraño. Con muchas dificultades y pocas personas en quienes confiar, sobrevivió a trabajos extenuantes en dónde recibía maltrato por parte de sus empleadores.

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“Cuando te ven que sos inmigrante abusan de vos. Yo me levantaba a las cinco de la mañana; eran la una de mañana y yo estaba aún de pie, cuidando tres niños, limpiando la casa, y al final nunca era suficiente para ellos. Estuve yendo de un lugar a otro. Pasé las de Caín”, relató Jazel a Confidencial. 

Después, ella logró encontrar un trabajo en un restaurante y tener estabilidad laboral. Durante esa temporada, conoció a quien sería su esposo, un puertorriqueño, mayor que ella, y extremadamente “atento”.

Iniciaron primero una amistad, pues Jazel, de 42 años en ese momento, no se sentía lista para una relación. Poco a poco las atenciones de él la conquistaron.

“El me escribía, éramos amigos, yo estaba trabajando y me estuve relacionando con esa persona. Fue un apoyo, hasta que llegó un momento que él me conquistó con todos sus detalles. Él estaba ahí siempre para mí y después de muchos meses de amistad, tuvimos una relación de tres meses, porque después de eso me presionó para que nos casáramos”, contó Jazel.

Se casaron y comenzaron a vivir juntos. Él le prometió que la ayudaría a conseguir la ciudadanía norteamericana, pero le dijo que debían esperar un tiempo antes de comenzar los trámites. Mientras tanto, la relación se volvía cada vez más tóxica, y comenzaron las agresiones.

“No quería que yo visitara a mis amistades, siempre estaba criticándome, la forma en que vestía, mi acento, decía que no me entendía el español que yo hablaba, que nuestra comida es una porquería. Siempre criticaba mi cultura, siempre me estaba haciendo burla, incluso delante de la gente”, expresó la nicaragüense.

Aislada de las pocas personas con las que intercambiaba, también su esposo le causó problemas en el trabajo. Llegaba a gritarle al local donde trabajaba, y tuvo que dejar de laborar ahí. Aunque decía que tenía intenciones de ayudarla a regularizar su status migratorio, luego Jazel descubrió que sus planes eran distintos.

“Él llegó hasta a esconderme el pasaporte y siempre me decía que debíamos esperar para iniciar el proceso de ciudadanía. Yo me aísle de todo el mundo y vivía en una cárcel. El primer año solo fueron ataques emocionales y ya el segundo año llegó a golpearme”, relató la mujer.

Su matrimonio duró dos años y la última vez que la agredió físicamente ella se escapó y huyó a la casa de los únicos amigos que le quedaban, quienes le aconsejaron poner la denuncia. Eso fue hace cuatro meses, el punto de partida de otro complicado periplo.

Con una lesión en la espalda y sin dinero, los terapeutas la remitieron a organizaciones que apoyan a mujeres que han sufrido violencia doméstica. Ella intentó aplicar para vivir en hogares temporales, pero estos favorecen a las mujeres que tienen hijos pequeños. Jazel se quedó en la calle y su única opción fueron los refugios para “homeless” o personas sin hogar.

Estos lugares tienen políticas muy estrictas y ofrecen únicamente un espacio donde dormir en la noche, y algunos alimentos. Lo que resta del día la persona debe pasar  en la ciudad, a la espera de volver para la siguiente noche.

“Tenía que salir a las ocho de la mañana, a esperar en el frío en las calles, con mi bolso y con una ‘maletita’. No quería visitar a las personas que conocía porque sentía vergüenza, temor. Yo nunca había hablado con nadie de lo que estaba viviendo con él. En uno de los refugios, me robaron 3800 dólares, que eran los ahorros para mi casa en Nicaragua”, dijo Jazel.

La amenaza de Trump y la deportación

Su situación se ha estabilizado parcialmente: tiene un lugar dónde vivir, y su caso se encuentra en proceso de revisión por las autoridades migratorias. Aunque estuvo casada con alguien que es ciudadano no está exenta de ser deportada, pues la Policía aún no dictamina que pasará con ella.

“Yo sigo indocumentada, ellos están en revisión de que la relación que yo tenía con esa persona y que mi matrimonio fue real, y si ellos consideran, ellos verán si aceptan mi caso, pero con esta situación, esto de la presión que le han metido al migrante, no lo apuran, va para largo”, relató la nicaragüense.

Ahora Jazel, dice que está más preocupada por su situación económica, pues con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, las cosas para los indocumentados se han tornado aún más complicadas.

“Con este nuevo gobierno el ambiente ha cambiado, todo el mundo te pide papeles, para mí es frustrante, porque no he podido encontrar un trabajo por esa razón, estoy viviendo, como muchos de los que estamos aquí, con mucho miedo. He visto como personas han dejado su trabajo, la gente no lleva a los niños a la escuela, la gente no quiere gastar en nada, para tener dinero- según ellos- en caso de que los deporten y tengan que volver a su país”, manifestó Jazel.

Para ella, a pesar de las vicisitudes, regresar a Nicaragua todavía no es una opción. Tiene muy arraigada la idea de volver hasta tener dinero para comprar su casa. Si de algo está segura es que no quiere darse por vencida.

“En algún momento sí he pensado regresar a Nicaragua, con todo lo que yo he vivido, pero tengo miedo de llegar a Nicaragua con las manos vacías. Allá no tengo dónde vivir,  no tengo dónde estar, no sé siquiera si podré conseguir trabajo, por eso no quiero regresar”, expresó la mujer.

El recrudecimiento de las acciones del gobierno de Trump en contra de los migrantes indocumentados ha desatado temor y zozobra entre las comunidades, especialmente la latina.

Según cifras oficiales, en Estados Unidos existen al menos once millones de indocumentados. Los datos del Instituto de Políticas Migratorias (MPI por sus siglas en inglés) apuntan a que de estos más de tres millones son centroamericanos y otros seis millones son mexicanos. En total los latinos representan a un 17% de la población del país y suman unos 55,2 millones de personas.

Para los indocumentados como Jazel, una reforma migratoria o un cambio de actitud del gobierno, sería beneficioso, no solo para los que, como ella, no tienen papeles, sino también para la población en general.

“Yo lo único que le pediría es que a la personas que estamos aquí y queremos trabajar, y que no hemos venido a cometer nada malo, que nos dejen tener permisos de trabajo. A nosotros no pagan una pequeña parte de lo que les pagan a los ciudadanos y nosotros también pagamos los impuestos. No ganamos ni seis dólares la hora y el precio real es de 12 dólares, hasta 15 dólares el mínimo”, explicó Jazel.

“Nosotros hacemos el trabajo que el residente, que el ciudadano, no quiere hacer, a veces con una tercera parte del precio real”, agregó la nicaragüense.

Segunda parte: “El día que ganó Donald Trump me deprimí” https://www.confidencial.digital/el-dia-que-gano-donald-trump-me-deprimi/

Tercer parte: “Todos los migrantes teníamos esperanza en Hillary Clinton” https://www.confidencial.digital/todos-los-migrantes-teniamos-esperanza-en-hillary-clinton/


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Dánae Vílchez

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