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Buena gente, malos juicios

La lección más importante es que siempre es ingenuo -y, por cierto, peligroso- juzgar a la gente por lo que pensamos que creen

11 de julio 2015

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Nueva York.– Vidkun Quisling, el líder fascista de tiempos de guerra de Noruega cuyo nombre se ha convertido en sinónimo de colaboración con el mal, vivía con su esposa en una residencia bastante ostentosa en las afueras de Oslo. Esa vivienda hoy es el Centro Noruego para Estudios del Holocausto y las Minorías Religiosas, una buena transformación para un lugar viciado.

A comienzos de este año, visité el centro para una exhibición fascinante sobre la primera constitución independiente de Noruega promulgada en 1814. Era un documento remarcablemente iluminado y progresista, redactado por académicos ilustrados, plagado de historia, derecho y filosofía. Algunos eran expertos en los clásicos griegos, otros en hebreo antiguo; todos eran lectores entusiastas de Kant y Voltaire.


Existe, sin embargo, una cláusula extraordinaria: el Artículo II proclama la libertad de religión en el estado luterano, con la advertencia de que "a los judíos se les prohibirá el ingreso al Reino". Esto era peculiar, inclusive en aquel momento. Napoleón, derrotado ese mismo año, había garantizado los derechos civiles para los judíos en los países que había conquistado. Y apenas antes de que la cláusula ingresara en el derecho noruego, el rey de Dinamarca había otorgado la ciudadanía a judíos en su reino.

Lo que resulta más interesante sobre la constitución de 1814 de Noruega no es que contenga esta cláusula, sino por qué. Los motivos esgrimidos por los intelectuales que la idearon no eran racistas; ellos no suponían que los judíos eran biológicamente inferiores. Más bien, la cuestión se dirimía en el terreno de la cultura y de fe, ya que las creencias y costumbres judías eran consideradas incompatibles con los valores occidentales modernos e iluminados.

Una de las personas que redactó la constitución, Frederik Motzfeldt, sostenía que los judíos nunca se asimilarían con el pueblo de ningún país. Otros aseguraban que el judaísmo alienta a sus seguidores a engañar a los cristianos y otros gentiles. Los judíos, se creía, siempre formarían un "estado dentro de un estado".

Los redactores de la constitución sin duda eran conscientes de que a los judíos se los había perseguido durante mucho tiempo en otros países, pero concluyeron que no era un problema de Noruega. Para Noruega, directamente era mejor no permitir que se convirtieran en ciudadanos. Expertos en la cultura hebrea explicaban que el judaísmo y la constitución de Noruega eran irreconciliables. La ley mosaica era, al decir de los expertos, la única constitución reconocida por los judíos y, por lo tanto, debía temérsele, de la misma manera que los críticos modernos del Islam temen a la ley Sharia.

De manera que la cuestión principal era la religión, no la raza -aunque ambas podían confundirse fácilmente-. Como explica Håkon Harket, el principal académico noruego sobre el tema de la cláusula antijudía: “Inclusive aquellos que peleaban por los derechos civiles para los judíos muchas veces albergaban la ambición de liberar a los judíos del judaísmo".

Los paralelismos con las nociones actuales sobre los musulmanes y el Islam prácticamente no necesitan una aclaración. Hoy también suele invocarse al Iluminismo como el símbolo para los valores occidentales que supuestamente corren peligro de "islamización". Ahora también la gente advierte sobre los timadores musulmanes, estados dentro de estados, la imposibilidad de asimilación y la necesidad de que secularistas devotos liberen a los musulmanes ignorantes de su fe.

Sin duda, en 1814, no había ningún equivalente judío del jihadismo violento que contamina las relaciones con los musulmanes en Occidente hoy. Sin embargo, hay lecciones que aprender de la desafortunada cláusula antijudía de la constitución noruega que, debería destacarse, fue rechazada unas pocas décadas más tarde. El mal juicio puede surgir inclusive de motivos decentes y el conocimiento (del Islam o del judaísmo) no es ningún profiláctico contra las ideas estúpidas.

La lección más importante, de todas maneras, es que siempre es ingenuo -y, por cierto, peligroso- juzgar a la gente por lo que pensamos que creen. Asumir que todos los musulmanes piensan igual por su contexto religioso, que tienen "una mente" en lugar de pensamientos individuales, es un error tan grande como suponer conocer las mentes de los judíos, los cristianos o cualquier otro. Y sostener que algo tan diverso, y a veces tan vago, como una fe religiosa se puede asociar a una postura ideológica fija, por ciertos textos antiguos, es absolutamente engañoso.

Existen demagogos populistas en Occidente que prohibirían el Corán e impedirían que los musulmanes inmigraran a sus países. Tienen una masa de seguidores, que podría estar creciendo, alimentada por la ansiedad generalizada de que el terrorismo se propague más allá de Oriente Medio. Pero todavía no están en la mayoría, y la idea de que Occidente está en peligro inminente de "arabizarse" o "islamizarse" aún no forma parte de la corriente central de pensamiento.

Sin embargo, hasta los políticos de la corriente principal, a veces por las mejores razones, corren peligro de cometer algunos tipos de errores como los miembros de la Asamblea Constituyente Noruega de 1814. El primer ministro británico, David Cameron, por ejemplo, tiene como objetivo aplicar mano dura contra el extremismo islamista prohibiendo la expresión de ideas que, a entender del gobierno, lo están promoviendo o glorificando. Las personas que "rechazan nuestros valores" serán procesadas, declaró, "sean ellas violentas en sus acciones o no".

Cameron no es un racista conocido, o un intolerante. Está intentando afrontar un problema real: la promoción de ideologías extremistas violentas. Pero, si bien debería ciertamente castigarse a la gente por actos de violencia, perseguir a las personas simplemente por lo que piensan -o, peor aún, lo que pensamos que piensan- tiene el aire de una caza de brujas.

Cameron tiene razón: los "valores esenciales" como "la democracia y la tolerancia" son cosas buenas y se las debería defender. Pero cuesta ver que prohibir ideas o penalizar a quienes no hacen más que expresarlas sea la mejor manera de lograrlo.

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Ian Buruma es profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo en el Bard College y autor de Year Zero: A History of 1945.
Copyright: Project Syndicate, 2015.
www.project-syndicate.org

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Ian Buruma

Escritor y editor holandés. Vive y trabaja en los Estados Unidos. Gran parte de su escritura se ha centrado en la cultura de Asia, en particular la de China y el Japón del siglo XX.

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