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Byung-Chul Han y su nueva mirada

El smartphone es un informante eficiente que vigila cada uno de nuestros pasos. Nos controla y programa

18 de septiembre 2022

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A mi hermano Vladimir
 
“Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que
podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez.”
En el enjambre. Byung-Chul Han

Con tres años de retraso entro a leer las propuestas del filósofo Byung-Chul Han. En septiembre de 2019, mi hermano Vladimir, me sugirió en Ciudad de México, acercarme a sus escritos, hace una semana decidí meterme a escudriñar sus libros. No-Cosas Quiebras del mundo de hoy, (Penguin Random House, México, 2021), ensayo con el que inicio la aventura de su original producción bibliográfica. Un acercamiento novedoso en el análisis de los fenómenos derivados del desarrollo digital. Mi primera constatación tiene que ver con una afirmación de Umberto Eco, llamando a jubilarse a los profesores de teoría de la comunicación, formados antes de la explosión vertiginosa de la revolución científico-técnica. Una verdad incuestionable. Máxime con el asombroso desarrollo digital.


Los jóvenes deberían ser los más atentos a estas prevenciones, los procesos de comunicación han experimentado un vuelco asombroso. Muchísimas teorías entraron en barreno. Son incapaces de explicar satisfactoriamente los nuevos fenómenos comunicacionales. Emisor, receptor, mensaje, medios, texto y contexto, adquirieron un nuevo significado. La comunicación digital jubiló la mayoría de las teorías de la comunicación. Al emitir su requisitoria, Umberto Eco lo hace de forma autocrítica. Ya no digamos todo lo atingente a las prescripciones expuestas por los sociólogos funcionalistas. Continuamos desplazándonos sobre arenas movedizas. Seguiremos aprendiendo sobre la marcha. Byung-Chul Han se inscribe dentro de este nuevo territorio.

Los planteamientos de Chul Han tienen la particularidad de estar inspirados de una visión filosófica. Sus acercamientos son distintos y a la vez complementarios, al de varios estudiosos de las mudanzas científico-técnicas. Las diferencias con Manuel Castells, Nicolás Negroponte, Ignacio Ramonet, Giovanni Sartori, Armand Mattelart, Edward Snowden, etc., son visibles. Chul Han devela la esencia de fenómenos vinculados con prácticas derivadas del uso del smartphone, las selfis; las diferencias sustantivas entre cosas y no-cosas, las grietas abiertas por el desarrollo de la inteligencia artificial, las teorías artísticas relacionadas con la digitalización, la conversión del mundo en imagen y la aparición de nuevos conceptos explicativos. Una incursión refrescante, reveladora.

Era inevitable Chul Han ampliara afirmaciones con las que habíamos venido familiarizándonos. Voltea las cosas y no cosas (la digitalización) al derecho y al revés. Con una formación científica y filosófica rigurosas se adentra en el núcleo de los fenómenos que envuelven a la digitalización. La desrealización del mundo y la subsecuente pérdida de estabilidad. Sin rodeos expone que “el orden terreno está siendo hoy sustituido por el orden digital”. Esto provoca una desnaturalización de las cosas al informatizarlas. Sus tesis poseen luminosidad. Su aliento filosófico lo lleva a develar las consecuencias que están detrás de la digitalización. Nuestros nichos sagrados son hoy Google Earth y la nube. Evidencia del mundo espectral por el que transitamos.

El universo en el que nos movemos vuelve imperiosa la necesidad del surgimiento de nuevos conceptos o categorías para explicar las transformaciones que ocurren. Nuestras prioridades cambiaron. Vivimos obsesionados por disponer cada minuto, de mayor información y datos. Las cosas pasaron a un segundo plano. Olvidamos la importancia que tenían para nosotros. Está convencido que las energías libidinales se apartan de las cosas, para ocuparse de las no-cosas. El resultado de este cambio de perspectiva, no es otro que volvernos infómanos. Estamos obsesionados por los datos. Nos hemos vuelto fetichistas de la información. Hoy es normal hablar de “datasexuales”.  Todo queda supeditado a la información. Somos procesadores caníbales de datos e informaciones.

La mano, en el análisis heideggeriano del Dasien (la existencia), permite a los seres humanos acceder al mundo circundante. El mundo es una esfera de cosas. Hoy lo prevaleciente es hablar de la infoesfera. Un rasgo esencial de la existencia humana ha sido cuidarse. La inteligencia artificial se encuentra en trance de librar de cuidados nuestra existencia. El orden digital no acepta ninguna indisponibilidad del ser. Su divisa es el “ser digital”, como anunció Negroponte en su libro pionero, Ser digital (1995). El oráculo del Instituto Tecnológico de Massachusetts, acertó en la metamorfosis que experimentaba el ser humano. La utopía digital, alerta Chul Han, es una prisión inteligente. Con el inconveniente que es una cárcel que no alcanzamos a percibir. Somos presos voluntarios.

La infoesfera tiene cabeza de Jano. Un señalamiento que desmitifica por falsa, esa reiterada suposición que, con el advenimiento de las nuevas tecnologías digitales, entrábamos por la puerta grande al reinado de la libertad. Como hemos venido constatando a lo largo de los últimos quince años, se trata de una verdad a medias. Nos ayuda a tener más libertad y nos somete a una vigilancia y control crecientes. Contrario a lo dicho por los entusiastas de Google, en el smartphone no somos directores de una orquesta electrónica. Más bien somos dirigidos por diferentes actores. Vivimos espiados a través del panóptico, como adelantó en su tiempo Jeremy Bentham (1791), noción recuperada por el francés Michael Foucault y redefinida por Chul Han.

Sus digresiones sobre los fake news son idénticos a los formuladas con antelación por expertos en tecnologías digitales. Lo que cuenta es el efecto a corto plazo. Donald Trump lo sabe mejor que nadie. La eficacia y la repetición sustituye a la verdad. Nos encontramos en un momento límite. La verdad para Hannah Arendt, en cuyo auxilio sale Chul Han, está situada entre el cielo y la tierra. La verdad pertenece al orden terreno. El orden digital pone fin a la era de la verdad y da paso a la sociedad de la información posfactual. Para el filósofo coreano el régimen posfactual se erige por encima de la verdad de los hechos. ¿A qué se debe todo esto? A que la información con su impronta posfactual, es volátil. “Donde no hay nada firme se pierde todo sostén”. Nada la soporta.

Debemos estar conscientes, desde hace rato vivimos en la era de la instantaneidad. Todo es aquí y ahora. Las prácticas que requieren tiempo y distancia están en trance de desaparecer. Habitamos un mundo donde una información ahuyenta a la otra. “No tenemos tiempo para la verdad”. La verdad requiere tiempo. “La confianza, las promesas y la responsabilidad requieren tiempo”. Entre las prácticas que requieren tiempo se encuentra la observación atenta y detenida. Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Lo más grave es que nos comunicamos continuamente sin ser partícipes de una comunidad. Acumulamos amigos y seguidores, insiste Chul Han, sin encontrarnos con el otro. Sentados ante la mesa del comedor, los otros me resultan extraños.

Vuelve sobre algo sabido, pero que no debemos olvidar. La cultura tiene su origen en la comunidad. Transmite los valores simbólicos que la fundan. Cuanto más se convierte en mercancía la cultura, más se aleja de su origen. Para no dejar dudas sobre el terreno en que nos movemos, reafirma que la community que invocan las plataformas digitales, es una forma de comunidad mercantil. Para concluir, que la comunidad como mercancía, implica el fin de la comunidad. El smartphone no tiene gravedad ni destino. El mundo digital pareciera estar a nuestra entera disposición. El dedo índice que pide artículos y comidas traslada sus hábitos de consumo a otras esferas. Tinder degrada al otro a objeto sexual. Privado de su otredad, el otro también se torna objeto consumible.

Sus afirmaciones sobre la inteligencia artificial tienen sabor a sentencias. Citaré unas cuantas:

  1. A la inteligencia artificial le falta la dimensión afectivo-analógica, la emoción, que los datos no pueden comportar.
  2. El pensamiento oye, mejor, escucha y pone atención. La inteligencia artificial es sorda. No oye esa “voz”.
  3. El pathos es el comienzo del pensamiento. La inteligencia artificial es apática, es decir, sin pathos, sin pasión, solo calcula.
  4. La inteligencia artificial procesa hechos predeterminados, que siguen siendo los mismos. No puede darse a sí misma nuevos hechos.
  5. La inteligencia artificial solo elige entre opciones dadas de antemano, últimamente entre el uno y el cero. No sale de lo anterior a lo intransitado.
  6. La inteligencia artificial es incapaz de pensar, porque es incapaz de “faire l’idiot”. Es demasiado inteligente para ser una idiota.

En definitiva, cargamos al smartphone por todas partes y delegamos en él nuestras percepciones. Percibimos la realidad a través de la pantalla. La ventana digital diluye la realidad en información. No tenemos contacto con las cosas. Se nos priva de su presencia. El smartphone irrealiza el mundo. Con la salvedad que las cosas no nos espían. Por eso les tenemos confianza. El smartphone es un informante eficiente que vigila cada uno de nuestros pasos. Nos controla y programa. El verdadero actor es el smartphone. Mutó en pornófono, funciona como un confesionario portátil. Como establece Chul Han, prolonga el poderío sagrado del confesionario. Los teléfonos móviles desde hace buen rato se convirtieron en terminales que satisfacen todo tipo de demandas.

Debo seguir leyendo al coreano, me ha permitido entender aún más, la realidad oculta detrás de la digitalización y las fuerzas que las controlan.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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