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Chile, después del triunfo del No

¿Reemplazar la Constitución de Pinochet? En realidad, se reemplazaría la del socialista Lagos, que la reformó en 2005

2023 alberga tres elecciones generales: las de Paraguay en abril; Guatemala

Héctor Schamis

5 de septiembre 2022

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A la espera del resultado del referéndum constitucional, tengo en mi monitor una entrevista inédita a Edgardo Boeninger. Realizada en 2009 por María de los Ángeles Fernández Ramil y José Daniel Sousa Oliva, se publicó esta semana en Puntos de Referencia del Centro de Estudios Públicos. Parte de una ilustre generación demócrata cristiana, Boeninger fue el verdadero arquitecto de la transición de 1988-90, además de su fuente de inspiración.

Pronunciada en algún momento de los ochenta, a él se le atribuye la frase: “Con la Constitución de Pinochet, derrotaremos a Pinochet”. Y cuenta la leyenda que con esa simple propuesta recorrió todo el abanico político, convenciendo dirigentes, temerosos de un fraude, que había que participar en el plebiscito de octubre de 1988. En el camino, logró que los líderes del socialismo y de la DC volvieran a dialogar, luego de años de mutua hostilidad.


El resto es historia conocida, la Concertación de Partidos por el NO de 1988—subrayo partidos—se transformó en los cuatro Gobiernos consecutivos de la Concertación, coalición de centroizquierda que produjo dos décadas de prosperidad con libertad y democracia.

Conmueve leer la entrevista. Aquella lógica exquisita, la democracia como resultado del acuerdo, la negociación y el encuentro a mitad de camino, reaparece en el Boeninger de 2009 al analizar los problemas que ya tomaban forma entonces: la autonomía de los políticos en relación a sus representados, las reformas políticas incompletas, la necesidad de profundizar la modernización de las instituciones. Casi premonitorio entonces, se manifiesta contrario a referéndums y plebiscitos para dirimir opciones, los consideraba una manipulación de la relación entre el mandatario y el pueblo.

Es más, expresa su defensa de la que llama “Constitución de 2005″ (es decir, las reformas impulsadas por Ricardo Lagos). Consideraba que aquellas reformas habían debilitado significativamente los enclaves autoritarios; y que la orientación liberal en lo económico estaba en sintonía con las democracias avanzadas. Boeninger plantea la necesidad de mantener una cierta continuidad constitucional, pues ir en dirección contraria podía llevar al país a tomar la ruta de los regímenes populistas.

Premonitorio y oportuno hoy, cuando empiezan a llegar resultados del plebiscito constitucional. El NO gana 62-38%, más de 20 puntos. Las encuestas situaban ese resultado entre 10 y 20. ¿Quiere decir este resultado que los chilenos eligieron la Constitución de Pinochet?

Ese es el absurdo político y comunicacional que generó el Gobierno de Boric al plantear un rechazo a “la Constitución de Pinochet”, cuando la Constitución vigente es la de Lagos, un expresidente socialista. Y más absurdo aún, “rechazar la Constitución de Pinochet” fue el discurso de los legitimadores del exterior convocados, Bernie Sanders, Angela Davis, Irene Montero y Susan Sarandon, entre otros.

Es que buscar legitimidad afuera es banalizar el proceso, es burlarse de la solemnidad que involucra redactar una Constitución. Sanders alguna vez confundió Bolivia con Ecuador, ¿acaso leyó el extensísimo texto constitucional que apoya?

En este caso la burla ocurre importando voceros del “woke” del hemisferio norte, agenda que no tiene demasiada tracción electoral en sus lugares de origen—como se vio en Madrid, New Jersey y Virginia—y mucho menos en Chile, donde los problemas del electorado son muy concretos. Allí se trata de seguridad ante el aumento de la criminalidad, empleo e ingreso ante la prolongada desaceleración de la economía y combatir al narcotráfico que ha capturado los barrios humildes.

El electorado chileno tampoco se siente atraído por un “Estado Plurinacional”, pésima idea que solo sirve para resentir la consistencia del tejido social. En la Araucanía el NO gana 74-26%, a propósito de plurinacionalidad.

Pues es una redundancia, todo Estado en el mundo es plurinacional, es decir, es heterogéneo en sentido étnico, social, cultural, religioso y lingüístico. Sin embargo, dicha redundancia proyectada sobre la propia definición jurídica de un Estado lo fragmenta, lo debilita, erosiona los ritos y símbolos con los que se forja una nación, aún si diversa, y se construye un Estado, ojalá democrático.

Justamente el Estado es el poseedor de los instrumentos homogeneizadores, la bandera, el himno, los museos, los símbolos patrios y por supuesto la Constitución. Todo ello existe para diluir las diferencias, hacernos iguales; es decir, ciudadanos. La homogeneización existe para que haya integración social, para que el tejido social no se deshilache.

Existen otros mecanismos para normar y regular la diversidad étnica y cultural. España, Holanda, Bélgica y Suiza, entre tantos países, también son democracias plurinacionales en sociedades divididas. Por ello utilizan mecanismos para compartir el poder sin erosionar el tejido social: federalismo, regímenes autonómicos, consociacionalismo étnico y gobierno colegiado, entre otros, que no intentan fraccionalizar jurídicamente la ciudadanía.

Es que sin un tejido social cohesionado no hay un demos que pueda constituirse en actor político; ergo, no hay democracia. Esa es la paradoja reaccionaria de este progresismo retórico de hoy. El texto avanza en ampliación de derechos y mecanismos de participación, pero sin abordar el objetivo primordial de todo arreglo constitucional: fiscalizar al poder y limitarlo; o sea, proteger al ciudadano del abuso del poder.

Una Constitución no es un programa de Gobierno. No existe para decirle al poder político lo que debe hacer, sino para señalarle lo que no puede hacer. Es un texto jurídico; es decir, tiene fuerza de ley.

Chile hoy está inmerso en un nocivo voluntarismo refundacional, la historia comienza con este Gobierno. Ello es tentador en la embriaguez del poder, en el mareo de los slogans seudoideológicos. Ello es más atractivo que introducir cambios graduales, prudentes y negociados con todo el espectro político.

¿Reemplazar la constitución de Pinochet? En realidad, se reemplazaría la de Lagos. Pinochet es la historia, déjenlo en los claustros. Es tóxico cuando esos debates del pasado impregnan la política de hoy. Si hasta la Concertación del 88 y sus dos décadas en el Gobierno son parte de la historia en este Chile de hoy gobernado por “cabros chicos”. ¿Pues cómo no lo va a ser Pinochet que es del 73?

Dejen de hablar de Pinochet, entonces. Es solo relato, sugiere que no tienen política para hoy ni capacidad de cautivar la imaginación de la sociedad, es decir, que carecen de proyectos para el futuro.

“¿Y ahora, Chile?”, pues darles el texto constitucional a los expertos, así como la política monetaria y la regulación de los monopolios naturales son para los expertos, al tiempo que se convoca a los partidos para acordar. Conocimiento, experiencia y política. Menos épica y la utopía en dosis pequeñas. Gobernar es insípido cuando se trata de formular acuerdos, tomar cursos de acción concretos y abordar los problemas reales de la sociedad: el ingreso, la seguridad, la educación y la salud.

En la misma noche del plebiscito, Boric habló de la continuidad del proceso. Es una buena noticia, la palabra es justamente “continuidad”. Así hablaba Boeninger, imítenlo pues. Y que esto sirva, además, para terminar con el nuevo (y absurdo) constitucionalismo latinoamericano.


*Artículo publicado originalmente en Infobae.

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Héctor Schamis

Héctor Schamis

Académico argentino. Actualmente es profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown. Es autor de varios libros y articulista de opinión en diferentes medios.

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