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Después de La Haya, ¿qué sigue?

A Costa Rica y Nicaragua, les conviene “desanjuanizar” las relaciones bilaterales

El delegado de la representación costarricense ante la CIJ, Edgar Ugalde Álvarez (i), y el embajador de Nicaragua en Holanda, Carlos Argüello Gómez. EFE/Bas Czerwinski.

18 de diciembre 2015

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San José-. Es natural que, en Costa Rica, haya alivio y una sensación de triunfo por el fallo de la Corte Internacional de La Haya, que le restituye el territorio de isla Calero.

Finalmente, era un territorio que desde hace más de un siglo le pertenecía, como lo señalaban los propios mapas nicaragüenses. Mandar tropas, ocupar las menos de 3 ha. en el extremo norte de la isla, abrir caños, no parecía tener mucho sentido. Se creó un conflicto artificial, que la sentencia vino a desarmar. Las cosas volvieron a su estado original.


Ahora se recuerda que queda pendiente la delimitación de la frontera marítima entre Costa Rica y Nicaragua. Es un tema importante, que debe resolverse, para tranquilidad de todos. Pero no estoy seguro de que el fallo de La Haya vaya a interferir con este tema, pues Punta Castilla sigue siendo el punto fronterizo costero y a partir de ahí se tendrá que proyectar la línea limítrofe.

Lo demás, es lo de siempre: los roces en una línea fronteriza que puede servir mejor a la cooperación de lo que ha servido en años recientes.

Cualquiera que conozca la zona del conflicto y las dos poblaciones principales –Barra del Colorado, en Costa Rica y San Juan del Norte, en Nicaragua– sabe de la compenetración de sus habitantes. La televisión, la cerveza, la moneda hasta hace poco se compartía. Para no hablar de los parentescos, de los tíos, los primos, los matrimonios. Todas esas relaciones se vieron afectadas por el conflicto, que impidió el tránsito de un pueblo a otro.

Se puede ir por mar, saliendo de la barra del Colorado, y navegar hacia el norte, bordeando la costa, hasta entrar por la desembocadura del San Juan. Un viaje maravilloso.

O subir el Colorado y entrar por el San Juan, aunque en esa parte el río está azolvado, hay tramos en los que hay que bajarse de la panga y pasarla a pulso, hasta poder navegar nuevamente.

Supongo que es eso lo que Pastora quiere corregir con el dragado, pero me temo que es una condición natural que exigirá un esfuerzo enorme y permanente, sin garantías de éxito. Pero es derecho de Nicaragua intentarlo.

Quedan dos problemas pendientes: la “trocha”, esa carretera que Costa Rica se dispuso a construir bordeando el río; y la navegación por el río.

La trocha fue un proyecto necesario que se convirtió en una estafa enorme realizada en el gobierno anterior y que involucró a algunos de los más altos funcionarios. Pero ese problema lo tiene que resolver Costa Rica. Lo otro es la necesaria evaluación ambiental, para evitar daños a los dos lados de la frontera, tanto al río San Juan como a territorio costarricense. Harían bien costarricenses y nicaragüenses vigilando que las cosas no se salgan de cauce.

Finalmente, la navegación por el río. Eso solo depende de las buenas relaciones políticas. Las reglas están claras: el río es territorio nicaragüense, Costa Rica tiene derecho a libre navegación para asuntos de comercio. No es demasiado complicado ponerse de acuerdo, pero falta voluntad política. Tengo la impresión de que Nicaragua usa a veces sus atribuciones como moneda de cambio: aprieta las tuercas, cuando las relaciones se tensan; afloja, caso contrario. No creo que eso vaya cambiar mucho.

En todo caso, a ambos les conviene “desanjuanizar” las relaciones bilaterales, que son mucho más complejas y ricas de lo que una mirada estrecha puede dejar ver.

Pero creo también que sirve poco apelar a la “buena voluntad”. Las relaciones entre países se rigen por intereses. Hay que ser, en todo caso, muy corto de vista para pensar que los intereses de Costa Rica y Nicaragua divergen mucho, que ganan más peleando que entendiéndose.

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Gilberto Lopes

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