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Después de mí, el diluvio

Ante el aislamiento y descrédito internacional de su régimen, Daniel Ortega optó por un camino demencial: Romper con todos

Enrique Sáenz

17 de marzo 2022

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En los días inmediatamente recientes acontecieron varios hechos en el ámbito internacional que, vistos en conjunto, revelan el estado real de la dictadura de Ortega y, particularmente, sus perspectivas.

La dictadura declaró non grato al embajador de Colombia. En el campo diplomático este es un acto de hostilidad que empeora aún más las relaciones con ese país. Si nos atenemos a los resultados electorales del fin de semana y a las expresiones de Gustavo Petro, ni siquiera un triunfo de la izquierda mejoraría el ambiente con la dictadura.


En paralelo, en una acción grotesca, la dictadura impidió el retorno de la embajadora de España. La respuesta de la Cancillería española, por boca de su máxima autoridad no se hizo esperar y el embajador de Ortega debió salir de Madrid. Con este episodio las relaciones con España están en su punto más bajo. Vale anotar que España es el enlace clave para las relaciones entre la Unión Europea y América Latina. De poco sirvieron las actitudes condescendientes del año pasado que como cabeza de Gobierno adoptó el Partido Socialista Obrero Español

Por otro lado, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, anunció que por primera vez en su mandato realizará en mayo próximo una visita a Centroamérica. La visita incluirá a Honduras, El Salvador, Guatemala…hasta Belice y Cuba están incluidos. Pero no Ortega. Que uno de los Gobiernos más condescendientes con el régimen lo excluya de una visita oficial es un dato que debemos subrayar.

Siempre en el campo internacional, la Administración Biden impuso sanciones a una gavilla de jerarcas del régimen. Tres acentos hay que colocar en esa acción: A pesar de la crispación que provoca la invasión rusa a Ucrania, las autoridades se dieron circunstancia para enviar el mensaje de que siguen atentas a la situación en Nicaragua. Un segundo acento es que por primera vez se sanciona a una persona que, por lo que se sabe, todavía no es miembro del Frente Sandinista. Es indudable que esta medida encierra un mensaje a cómplices de la dictadura que navegan con bandera de opositores. Y también para quienes se escudan en juegos ambiguos cambiando cartas por debajo de la mesa. Finalmente, es notorio que las sanciones se aplicaron casi en simultáneo con la apertura de resquicios en las relaciones con Venezuela.

En un espacio más global, la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michel Bachelet, presentó a la máxima instancia mundial en esta materia -el Consejo de Naciones Unidas para Derechos Humanos- un informe contundente que actualiza la continuada crisis de derechos humanos en Nicaragua. El dedo sigue puesto sobre la llaga.

Con todo, el episodio más elocuente es el ocurrido con el Vaticano. Por vía de una nota oficial, se confirmó que el nuncio Sommertag fue declarado, en los hechos, non grato por el Gobierno de Ortega. Se le concedieron unos días para salir de Nicaragua, pero el nuncio no esperó y partió un día después de recibido el aviso. En lenguaje diplomático, la nota oficial emitida por el Vaticano dando cuenta del incidente patentiza una profunda irritación. Es bien sabido que la diplomacia vaticana es un factor de primera línea a nivel internacional, a lo que debe sumarse su fuerte incidencia religiosa a lo interno de Nicaragua. Ahora esas relaciones se encuentran en entredicho. Mal paga el diablo a quien bien le sirve pues durante bastante tiempo el Vaticano notoriamente movió fichas en favor del régimen dictatorial. Al patear la mesa vaticana, Ortega está quemando tal vez la última nave que acreditaría algún espacio de negociación, cierto o ficticio.

Después de mí, el diluvio

¿Qué podemos sacar en claro de esta concatenación de hechos? ¿Hay algo útil que podamos extraer de esta madeja?La primera y más obvia conclusión es que Ortega llegó al límite de la impotencia para superar el aislamiento y descrédito internacional de su régimen y optó por un camino demencial: Romper con todos.

La segunda cuestión que corresponde plantear es si estos desmanes son evidencia de fortaleza o de debilidad política. Resulta claro que por debajo de la corteza de bravuconerías lo que queda es un régimen que descansa únicamente en la fuerza bruta. En la práctica, los episodios citados exhiben un nítido ángulo de la ilegitimidad internacional de la dictadura.

Lo más relevante, sin embargo, es que en su desenfreno delirante la dictadura ofrece oportunidades políticas que las organizaciones y liderazgos democráticos deben aprovechar. El mensaje que se deriva es propicio a la concertación: “Con Ortega en el poder no hay manera de salir del atolladero”. Un mensaje claro para trabajadores, empresarios. Productores, campesinos, familias, desempleados y subempleados.

Se atribuye a Luis XV, rey de Francia, la frase “después de mí, el diluvio”, que utilizó para referirse al rechazo generalizado que enfrentaba su monarquía y a los albores que se avizoraban de la Revolución francesa. Ortega, aferrado demencialmente al poder, llegó al punto en que no le importa conducir al abismo al país entero, incluyendo a sus seguidores.

Estos, sus seguidores, en particular los que no se encuentran comprometidos con crímenes o con actos mafiosos, deberían tomar nota de que ellos pueden ser parte del proceso de transición a la democracia. No están obligados a irse al abismo con el dictador. Igualmente deberían tomar nota los aliados tras bastidores de la dictadura: Ellos también pueden ser factores que contribuyan al restablecimiento de la democracia.

Paradójicamente, mientras la dictadura ofrece condiciones para juntar a las organizaciones democráticas en torno a ejes de concertación, la ceguera y mezquindad siguen campeando en algunos “liderazgos” y abonando a rutas de fragmentación.

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Enrique Sáenz

Enrique Sáenz

Economista y abogado nicaragüense. Aficionado a la historia. Bloguero y conductor de la plataforma de comunicación #VamosAlPunto

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