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El comandante amurallado

Creyendo que tiene retenida a doña Francisca y a los campesinos, ha terminado siendo prisionero de sus propias murallas

Rosario Murillo y Daniel Ortega, después de votar en noviembre pasado cerca de El Carmen, en Managua. Carlos Herrera/Confidencial.

Silvio Prado

2 de mayo 2017

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Recientemente bajo el título “Ortega: el gobernante ausente” ha sido publicada en estas páginas una excelente investigación acerca de la frecuencia con que el presidente de Nicaragua viaja a los municipios. Las cifras revelan no sólo un gobernante ausente en el mismo tono de su falta de comparecencia ante todos los medios de comunicación; también señalan a un jerarca encerrado, amurallado en su fortín de El Carmen, tras los barrotes de su propia entelequia. ¡Quién lo hubiera dicho! El otrora comandante ubicuo convertido ahora en un personaje recluido e inicuo.

Se podrían hacer, al menos, tres conjeturas sobre este auto confinamiento en Managua: la salud, la más fácil e indulgente; el miedo, la más empática y tal vez la más justiciera; y la arrogancia, la más política y la menos cínica.


Personalmente me decanto por esta última por una razón sencilla: la ausencia de Ortega en los municipios es un retrato fiel de la disyuntiva milenaria de las relaciones centro-periferia: o el centro se traslada a las localidades y se habla de descentralización, o lo local se desplaza al centro y se habla de recentralización. Aún en los estados unitarios como Nicaragua, esta tensión entre el centro y las localidades siempre ha estado presente en la organización territorial del Estado. Detrás de este diseño está implícita la redistribución del poder entre dos tipos de autoridades electas por el voto ciudadano, lo que las hace igualmente legítimas.

Los jefes de gobierno (y de Estado en los regímenes presidencialistas como Nicaragua) van a los municipios no sólo a darse baños de masas o para hacerse la foto. Van a tomar el pulso de lo que ocurre en las localidades en sesiones de trabajo con las autoridades electas, sean o no de su propio partido. Estas sesiones son mecanismos de las relaciones intergubernamentales que los ediles aprovechan para tratar de incidir en las políticas nacionales a partir de las prioridades que sus comunidades les han planteado. A la luz de las mismas, se discuten cara a cara y se coordinan las acciones que ambos niveles de gobierno han tomar para responder a los problemas locales. Ni el presidente baja la línea, ni los alcaldes imponen sus demandas.

Pero otras veces también van a inaugurar obras construidas con la participación de los recursos nacionales y de paso toman contacto con las autoridades y con la población. Una vez más estas son oportunidades para conocer de primera mano lo que ocurre en los municipios y para dejarse ver -y dejarse tocar- por los de a pie. Este tipo de salidas al territorio están en el manual de la figuración. Hubo tiempos que en estos menesteres el querido líder era un campeón, incluso cuando estaba en la oposición. Sus apariciones públicas eran la ocasión para proyectar la imagen de que estaba “al lado de los pobres”, “pegado a los problemas”, “al frente de la lucha del pueblo”. Eran tiempos del líder perenne, del comandante ubicuo que podía estar en varios sitios a la vez.

Pero según la indagación de Confidencial, desde 2012 esto ya no ocurre. El comandante se ha afincado –nunca mejor dicho- en Managua, rodeados de sus muros, protegido por un numeroso cuerpo de seguridad personal. ¿Por qué ha ocurrido este cambio? ¿Por qué fortificarse en la capital y ausentarse de los municipios?

Descartando las motivaciones clínicas (salud y temor) la más claras son las cínicas: ¡Para qué ir a los municipios si están bajo control!

En primer lugar los municipios van a Managua cada semana a rendir cuentas y recibir orientaciones. Pero ni siquiera en estas reuniones participa el pueblo-presidente; se queda encerrado en su ciudad prohibida y delega las funciones de ordeno y control en el Consejo de Gobiernos Locales, un órgano compuesto por un miembro del CSE, la directora ejecutiva de INIFOM, el secretario general de la alcaldía de Managua y tres alcaldes, entre ellos el Presidente de AMUNIC.

Estas reuniones, elevadas a paradigma de la alianza gobierno central-gobierno local, son la imagen del modelo municipalista del régimen, un tema que merece otro artículo. A estas reuniones, según revelan los ex-alcaldes del FSLN entrevistados por la periodista, no se llega a concertar las distintas opciones para dar respuesta a los problemas locales, y menos para tratar de incidir en las políticas nacionales. Más bien se llega a que las prioridades locales sean ninguneadas por las ocurrencias de los jerarcas nacionales.

En segundo lugar, el emparedado de Managua tiene el recurso de los secretarios políticos para conocer lo que pasa allá abajo. Periódicamente los secretarios políticos departamentales y municipales se reúnen con una especie de Secretaría de Organización que coordina, como no, la vicepresidenta-primera dama-secretaria de Comunicación-Secretaria de Organización del FSLN, y que integran el presidente de la Asamblea Nacional, el vice del CSE, el secretario de la alcaldía de Managua y la juventud sandinista.

Por esta vía se controla cuanto ocurra en los municipios. Si en el Consejo de Gobiernos Locales se baja la línea, en estas reuniones se asegura el orden y la disciplina, que los enlaces verticales del régimen autoritario cumplan con la función de mantener la cohesión del aparato del Estado-partido.

Mediante esta red intrincada de reuniones Ortega ya no necesita ir a los municipios. Por eso no es extraño tan sólo haya visitado el 5% de los municipios en cinco años. Pero el impacto de esta cifra todavía es menor si se toma en cuenta que en lo cualitativo la totalidad de esas visitas fueron actos de propaganda y protocolarios. No fueron para reunirse con las autoridades porque 12 de los 18 viajes fueron nocturnos, a horas no laborables. Tampoco fueron para comunicarse (en sentido bidireccional) con la población, a la que sólo habló desde una tarima.

Asimismo no necesita ir a los municipios a afianzar las posiciones de su partido porque no hay otra fuerza política que lo desafíe, y en el caso de que la hubiese, para eso tiene el control sobre el organismo electoral.

No son problemas de salud ni temor por su seguridad física, aunque viva en la cotidianeidad de la incertidumbre de los autócratas. Es simplemente arrogancia de quien se sabe en control de lo que pasa en el país, menosprecio hacia gobernantes locales débiles que le deben el cargo a él y con quienes no tiene nada que concertar. Pero, ¡oh paradoja!, el recogimiento del comandante en Managua lo ha llevado a una jaula de oro de la que cada día tiene menos ganas de salir. Como decía un amigo, creyendo que tiene retenida a doña Francisca y a los campesinos, el comandante ha terminado siendo prisionero de sus propias murallas.


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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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