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El divino e infame Rubén Darío

Contrario a lo que dicen ciertos despistados, Rubén Darío sigue siendo muy siglo diecinueve, muy siglo veinte y muy siglo veintiuno

El divino e infame Rubén Darío

Contrario a lo que dicen ciertos despistados

Guillermo Rothschuh Villanueva

26 de febrero 2023

AA
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“Me perturbó conocer esa dualidad en Darío. El título
encaja perfectamente con la sensación que te deja la lectura.
¿Se redime el Darío infame con su escritura divina?”
Marilyn Pennington

I

 


Cada cierto tiempo arriban a Nicaragua, diplomáticos con evidentes inclinaciones literarias, es el caso de Luis Cláudio Villafañe G. Santos, embajador de Brasil en nuestro país (2017-2022). Además de cumplir con sus delicadas funciones, dedicó buena parte de su estadía a legarnos una biografía sobre nuestro paisano inevitable, don Rubén Darío. Exalta su trascendencia como forjador de la identidad latinoamericana. La fluidez de la prosa vuelve amena la lectura. Decidido a llenar vacíos; y comprometido como estaba a ratificar sus cualidades de historiador, incorpora en su investigación, la bibliografía dariana escrita durante las últimas décadas. Con su decisión sienta un hermoso precedente. Una invitación a los estudiosos darianos, tendrán que permanecer atentos a las nuevas valoraciones sobre su vida y obra.

Se pega a la orilla de Rubén, sigue sus pasos y ata cabos sueltos. Divino e infame, Las identidades de Rubén Darío, (Penguin Random House, primera edición, enero 2023), nombra a su biografía, tomando prestado el título de la dura reprimenda del poeta venezolano, Rufino Blanco Fombona, cuestionando la intervención de nuestro bardo mayor, durante la III Conferencia Panamericana, (Brasil, 1906). Darío leyó su Salutación al Águila. Un poema con el que entraba en contradicción con sus propios predicados. Un traspiés imperdonable para quien era considerado como abanderado mayor de lo antiestadounidense. Ante su conducta contradictoria, igual recriminación recibió del colombiano, José María Vargas Vila. El único que apreció su posición de manera distinta fue Francisco Contreras, dijo que se trataba de “error de un instante”.

Villafañe G. Santos derriba mitos que pululan acerca de las andanzas de Rubén. Al hacerlo trastabilla, incurre en equívocos y adjetivaciones impropias de la grandeza de esta biografía, que tanta falta nos hacía. Era indispensable demoler a un Darío, para cuya gigantesca estatura, gobiernos de distinto signo ideológico, elaboraron un lecho de Procusto. Tan grande es su presencia universal, que terminaron obsesionados por ponerle de su lado, confeccionando un traje a su medida. Atenazado a un corsé, nuestra más grande gloria nacional, navega al vaivén de sus intereses políticos. El culto a su memoria convertido en un evento intrascendente; totalmente fatuo. Promocionan a un Rubén carente de contenido y falto de análisis sistemáticos en escuelas y universidades. Un Darío ensombrecido. Distante de sus glorias literarias.

El ejercicio lo comprometía a preguntarse, ¿Cuándo Darío era sincero en sus elogios? La dualidad mostrada de cara al escenario sobre figuras políticas y las valoraciones negativas vertidas en la correspondencia privada, debieron alertarle. El nicaragüense se creía merecedor de atención especial de parte de gobiernos y amistades. Deja sentada su concepción sobre la forma como estos deberían tratar a los poetas. “Para un artista, un trabajo público debe ser, ante todo una sinecura; que no deber esperar que el poeta produzca a cambio algo más que poesía”. El presidente Teddy Roosevelt, había salido en ayuda del poeta Edwin Arlington Robinson. Ante sus dificultades económicas, el mandatario estadounidense le hizo saber que le había otorgado un puesto en la aduana que no estaba llamado a cumplir. Un apoyo recibido por su carácter de escritor.

Siguiendo la tradición, Darío anduvo en búsqueda permanente de mecenas. Solicitaba empleo, empleos que aborrecía ejercer. Mario Vargas Llosa recuerda que él, para poder escribir, tuvo que levantar un listado de muertos en el cementerio de Lima y de servir como secretario del Club Rotario. Con justicia clama: “El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia y a sus convicciones”, (el subrayado es mío). Igual pasó con Rubén. Mario debe a Carmen Balcells haberle librado de trabas e impedimentos, para dedicarse de tiempo completo a la literatura. Darío ilusionaba contar con recursos que le permitieran atesorar el tiempo, para pergeñar su dilatada y celebrada obra literaria.

Un escritor informado como Luis Cláudio Villafañe G Santos, debió tener presente la dedicatoria de Nicolás Maquiavelo en El Príncipe (1522), su obra más reconocida. Antonio Gramsci propone una lectura inversa a la que hasta entonces había estado sometido. El sardo plantea la discordancia existente entre la dedicatoria a Lorenzo de Medicis, miembro de una poderosa familia de papas y banqueros — quería ser favorecido por su mecenazgo— y la manera cómo deberíamos apropiarnos de sus máximas. Claves de lectura totalmente distintas. Gramsci había llegado a la conclusión que el florentino escribió El Príncipe, con la intención que las clases subalternas —una categoría gramsciana— contaran con un texto que les sirviera para confrontar de forma exitosa a los poderosos. Maquiavelo no tenía otra pretensión.

Rubén Darío

Caricatura del historiador brasileño, Luis Cláudio Villafañe G. Santos. Foto: Confidencial | Cortesía.

II

¿Villafañe G. Santos, saca conclusiones erróneas o efectúa una lectura prejuiciada, con la intención que calcen con sus conclusiones? Para evidenciar las contradicciones de Darío con relación a sus posiciones antiimperialistas, transcribe un párrafo donde resume sus impresiones en el pabellón de Estados Unidos, durante la Exposición Universal, celebrada en París en 1900. Al inicio Rubén hace el elogio de sus poetas y pintores, después alude el prodigioso desarrollo técnico e industrial experimentado por el coloso del norte. Su apreciación no es agridulce como afirma Villafañe G. Santos. El nicaragüense asume una postura coherente. No hace concesiones ni trata de congraciarse con los estadounidenses. No libra un cheque en blanco. Subraya que entre millones de:

“Calibanes nacen los más maravillosos Arieles. Su lengua ha evolucionado rápida y vigorosamente, y los escritores yanquis se parecen menos a los ingleses que los hispanoamericanos a los españoles, tienen ‘carácter’, tienen el valor de su energía, y como todo lo basan en un cimiento de oro, consiguen todo lo que desean. No son simpáticos como nación, sus enormes ciudades de cíclopes abruman; no es fácil amarles, pero es imposible no admirarles.”

¿Acaso esta no era una realidad palpable en toda su extensión? Ocultarla hubiera desmerecido de Darío. Los cuestionamientos del ocultamiento de rasgos relacionados con su alcoholismo, posicionan a Villafañe G. Santos, en el otro extremo. Como su pretensión es desmitificar y perfilar las identidades de Rubén, cada vez que puede, mete el acelerador, para demostrar lo lejos que estaba de ser perfecto. Darío era un borracho, enfermedad “matizada e incluso escondida en biografías que pretendían retratarlo como un modelo”. En Nicaragua todos estamos enterados de esta inclinación perversa de la personalidad de Darío. Sergio Ramírez la exhibe con todas sus letras, en su novela merecedora del Premio Alfaguara 1998. En Margarita está linda la mar, Rubén aparece igualmente incapacitado para realizar el acto sexual. Es un eunuco.

Si otros ocultan su alcoholismo, el nuevo biógrafo se muestra insaciable. En Mundial y Elegancias se cuelga sobre el tema. En Brasil “el poeta se emborrachó hasta perder el conocimiento”; en Uruguay “al conocer la inestabilidad del poeta y el estado de salud agravado por el alcoholismo, la revista le contrató un secretario”. “El alcoholismo, lejos de resolverse, se agravó”. En Mallorca, “Abandonó la abstinencia o incluso la moderación alcohólica. En visita, “al pintor Anglada Camarasa en Pollença… precipitó en una crisis alcohólica que duró más de 15 días…huía para beber en bares populares y deambular borracho por la isla”. “Las crisis alcohólicas desencadenaban crisis de misticismo y alucinaciones”, “siguió emborrachándose”. “Pasó el resto de la noche vagando borracho y sin rumbo y terminó en un hospital”. No obstante, las críticas, Darío encontró tiempo suficiente para escribir una obra imperecedera.

A sabiendas que tiene dudas, no acabo de entender sus insinuaciones sobre la presunta homosexualidad de Darío. Un tema controversial. Suelta la bomba. “Si no disfrutaba de la compañía intelectual de las mujeres con las que convivía, Rubén Darío tenía grandes, largas y dedicadas amistades masculinas”. Incluye exprofeso la afirmación de Blas Otero, autor de una biografía sobre Rubén. “La sensibilidad modernista era manflorita y maricona, al margen de las costumbres sexuales de cada escritor”. La Universidad de Arizona adquirió unos documentos, entre los que supuestamente se encontraban cartas de amor de Darío a Amado Nervo. Ante la violenta reacción de darianos nicaragüenses e internacionales, “los documentos ahora son considerados falsos.”  ¡No es que lo sean! Es que por arte de magia dejaron de serlo. Un milagroso acto de prestidigitación.

El autor sobre de esta magnífica biografía sobre Darío, regatea y adjetiviza a la hora de juzgar la posibilidad que le otorguen el Nobel de Literatura. El 23 de febrero de 1907, Rubén publicó, “La Sociedad de Escritores de Buenos Aires, acoge su creación y arriesgó una iniciativa que puede revelar sus propias ambiciones, apunta el brasileño, (el subrayado es mío). ¿Alberga dudas que Rubén Darío no era merecedor de esta distinción? Decenas de escritores han criticado a la Real Academia de las Ciencias de Suecia, por no habérselo conferido. Jorge Luis Borges —otro injustamente olvidado— afirma: “todo lo renovó Darío: la métrica, el vocabulario, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador”. Eso dice Borges, ¿quieren más?

La indagación de Villafañe G. Santos, una vasta y erudita mirada, un acercamiento en “close up”, sobre las idas y venidas de Rubén Darío, por este mundo de alegrías e infortunios. Los nicaragüenses, más que nadie, estamos llamados a leerla con fruición. Una biografía completa, redonda como la tierra o una pelota de futbol. El hecho que resaltara ciertos aspectos que me lucen exagerados y que el brasileño utilice adjetivos inadecuados, no implica que no haya apreciado su laborioso recorrido por las entrañas de Darío, poeta insigne. Mi padre insistía en decirme, es lo más grande que tenemos, debemos ir a él una y otra vez, para extraerle el jugo a su raíz. Empaparnos en su creación y revestirnos de orgullo. Contrario a lo que dicen ciertos despistados, Rubén Darío sigue siendo muy siglo diecinueve, muy siglo veinte y muy siglo veintiuno.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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