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El pueblo presidente, la voluntad general y la guillotina

Al centralizar el poder por medio del chantaje y el terror, el totalitario elimina toda idea de libertad e igualdad

Simpatizantes del FSLN en la Plaza Juan Pablo II, el 19 de julio de 2018. Los empleados públicos son obligados a participar en las actividades partidarias. // Foto: Carlos Herrera

4 de abril 2020

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El pueblo presidente. Este slogan pretende sellar un estilo de gobierno haciendo creer que el “pueblo” es quien administra y dirige su destino. Es más que evidente y solo los necios no lo ven, que lo que realmente hay detrás, es un estilo totalitario haciendo a un lado el concepto clásico de democracia y de la división de poderes, necesaria división para la buenandanza y desarrollo de una nación.

Apenas es necesario decir que no basta que la ley recoja esa división de poderes, ya que de absolutamente nada sirve que se establezca en la teoría constitucional si en la práctica el totalitario no la cumple, y a la postre quedará inservible con una simple brisa de finales de noviembre y ya no digamos frente a una tormenta de mayo. La real división de poderes es fundamental para la buenandanza de una nación.


Y la buenandanza no debe medirse únicamente mediante índices macroeconómicos; no, la buenandanza se mide además cuando se logran entre otros, la integración y promoción del individuo, su libertad personal y política, la garantía de derechos subjetivos fundamentales, la reforma del sistema de partidos y su puesta al servicio de la organización política total, una nueva forma de sistema de elección de cargos públicos, una real y efectiva división de poderes del Estado, la erradicación de vicios históricos como la reelección, todo dentro del objetivo de promover la unidad nacional dentro de la estructura heterogénea de la sociedad, con el compromiso generador y conservador de la paz y el desarrollo sostenible sin exclusión.

Indudablemente, es una irresponsabilidad pretender y creer que los dictados de una sola persona puedan lograr esos objetivos. Nuestra historia está atascada de ejemplos como este y por eso seguimos siendo el segundo país más pobre del continente; y lo seguiremos siendo si continuamos repitiendo modelos fracasados en donde lo único que cambia es el tiempo y el actor de turno.

En casi 200 años de historia “independiente”, Nicaragua ha sufrido al menos una treintena de actos violentos y guerras civiles durante el siglo XIX post independencia y alrededor de 40 en el siglo XX y seguimos contando en lo que va del XXI a lo que el doctor Emilio Álvarez Montalván denomina como un perverso mecanismo circular, viciado además por componendas cortoplacistas por medio de arreglismos. Parece una herencia maldita, como nos señala Pablo Antonio Cuadra, que aun las más favorables coyunturas indistintamente de cualquier influencia ideológica, impiden al nicaragüense superar el estrecho horizonte del clan, de la tribu o el bando en donde el partido (la parte) suplanta al todo (la nación) y vuelve cada vez a identificarse partido y patria. Tanto andar bajo dictaduras, es, como señala Álvarez Montalván, porque en el fondo la cultura política local es proclive o tolerante al gobierno fuerte. Nos lo señala Pablo Antonio Cuadra como el dramático circuito que se repite una y otra vez  en el acontecer político nicaragüense.

Si no rompemos con el maldito círculo, seguiremos alimentando esa cultura perversa que ha tenido como consecuencia inestabilidad, ingobernabilidad crónica que ha generado miseria económica, cultural y de pensamiento.

Los totalitarios se venden como los salvadores del caos, ellos se creen los predestinados para llevar a las masas al éxtasis como personas y como nación. Algunos tienen ojos grises, otros usan mostacho. Al final, lo que logran es caos y destrucción.

La voluntad general

El totalitario hace creer que en su figura se encuentra la voluntad del pueblo y que él la representa. Es esa voluntad general de la que habla Rousseau en donde el pueblo ejecutó al totalitario en turno (Luis XVI) y manifestaba en las plazas abiertas el “viva el hombre nuevo”, ese hombre que es soberano y súbdito a la vez porque “el poder pertenece al pueblo”. Pero esa noción de “voluntad general”, como nos indica Christiane Zschirnt, contiene el germen de un régimen totalitario y con destreza suele ser utilizada para legitimar la delirante idea de que el líder –escoja usted cual, o el partido-, encarnan la voluntad de todo un pueblo. Al pretender que en una sociedad  todos están de acuerdo, es en el mejor de los casos, una utopía de felicidad colectiva. No existe y no se puede forzar a que exista, pues esa pretensión socava el derecho a pensar diferente. Socava la libertad de quien disiente de las directrices del líder, de las directrices del partido. “Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del partido”, nos dice Cardenal en su Salmo I.

Ya lo advertía Alexis de Tocqueville en “La democracia en América”, que la mayor amenaza para la democracia radica en que la igualdad socave la libertad individual, ya que el poder ilimitado de la mayoría es especialmente peligroso cuando va unido de la mediocridad en donde personas ambiciosas y no especialmente inteligentes, tienen la oportunidad de conectar con las masas mediante verborrea altisonante.

El totalitario pretende creer y hacer creer que quienes lo apoyan son la mayoría, pues no permite la libre expresión de todo el pueblo y solo se expresan con libertad aquellos que siguen las consignas. Nadie puede ser obligado al dictado de esa “mayoría” y siguiendo a John Stuart Mill, una opinión no resulta correcta únicamente porque sea sostenida por la “mayoría”. Una sociedad precisa discrepancias, debe escuchar las distintas opiniones y de las minorías, y nadie debe ser forzado a hacer algo solo porque los demás lo hacen.

La comunidad tiene voluntades diversas y estas deben recogerse en una asamblea (Congreso, Asamblea Nacional, Parlamento); sí, de manera proporcional, pero representadas que es lo trascendental. Al Ejecutivo le corresponde, como jefe de Estado, representar a TODAS las voluntades de la nación y no la de partido, su grupo, sus seguidores, su banda.

La Guillotina

Al centralizar el poder por su terquedad, tozudez e irresponsabilidad y por medio del chantaje y el terror, el totalitario elimina toda idea de libertad e igualdad no quedando más alternativa que destituirlo.

La historia nos advierte con hechos, que la no repetición de vicios del poder debe ser tomada con seriedad pero, lamentablemente, el ser humano repetidamente se da con la misma piedra. Sin embargo, cuando los pueblos rectifican y ejemplos hay múltiples, existe la esperanza de que otros reaccionen y sigan esos ejemplos.

Basta recordar lo sucedido dentro de la madre de las revoluciones: La francesa. En la euforia que rodeaba la toma de La Bastilla, se dio una revolución dentro de la revolución llevando a Maximilien Robespierre al poder arrasando con sus antiguos compañeros de lucha e imponiendo una época de terror en donde fue común un sistema especializado en la delación por toda la Francia mediante miles de comités denominados de “vigilancia”. Robespierre eliminó físicamente a la extrema izquierda y a los moderados al tiempo que perseguía sin piedad a toda clase de “contrarrevolucionarios”, “rebeldes”, “traidores”, clérigos, aristócratas, capitalistas, especuladores, rebeldes, desafectos y todo aquel que no siguiera sus consignas. Pero toda época de terror, llega a su fin y Robespierre fue juzgado por sus propios métodos y guillotinado junto con más de 70 de sus partidarios en la Plaza de la Revolución (Bastilla) entre el 28 y el 29 de julio de 1794 poniendo fin al terror, dando paso a una nueva oportunidad hacia posiciones moderadas.

Parafraseando a Coronel Urtecho, después de tantas subidas y bajadas, Nicaragua necesita salir del laberinto circular y merece dar con las casas.

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Bruno Cardenal

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