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Evo, personaje inolvidable

A Evo todas estas minucias no le importunaban. Creció entre el cine y la calle. Lo único que le interesaban eran las películas de Tarzán

El actor Johnny Weissmuller en una escena de la película “Tarzán y su compañera”, de 1934. Foto: Metro Goldwyn Mayer

Guillermo Rothschuh Villanueva

27 de noviembre 2022

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A Teresita Galarza Mora

Evo hijo de Eva, no el personaje bíblico, es el nombre de una persona muy conocida entre la pandilla de cinéfilos de las décadas cincuenta y sesenta en la ciudad de Juigalpa. Eva era la encargada de la limpieza del Cine Juigalpa. Todos los días se esmeraba por volver presentable un lugar al que acudían con puntualidad religiosa, más de cien personas, atraídas por las novedades que anunciaban Wilfredo Guerra y Celia Blandino. Eva terminó mimetizándose en el paisaje. Con una vestimenta estrafalaria y signos evidentes que el baño no estaba dentro de sus prioridades, había convencido a su hijo que le metiera el hombro en estos menesteres. Eva hizo historia por sus desplantes y remilgos. En voz alta declaraba, a quien quería oírle, que ella era la mujer de Wilfredo.


Más de alguno le creyó, alababan su buen gusto, Wilfredo, soltero, condueño del Cine Juigalpa, vivía en la casa esquinera de su padre, don Toño Guerra Cole, fumaba como endemoniado. Ser propietario del principal lugar de esparcimiento de la ciudad, confería prestigio. Andaba de arriba abajo en su jeep Land Rover, lo utilizaba también para anunciar las películas que presentaba en el cinematógrafo. Eva se encargaba de limpiar la casa de Wilfredo, situación que aprovechaba para dar pábulo de supuestos amoríos clandestinos. La mayoría reía a carcajadas de sus ocurrencias. A Eva no le importaba que le creyeran o no. No necesitaba del visto bueno de nadie, para airear en público su relación con Wilfredo, como tampoco a este molestaba lo que decía la señora.

Acompañar a su madre en la limpieza del cine, una ocasión propicia para que Wilfredo incorporara a Evo en su equipo de trabajo. Le asignó la distribución de los cartelones por distintos rumbos de la ciudad. Evo estaba pendiente que Ronald Ayala terminara de garabatear en letras de diversos tamaños y colores los anuncios del día (azul, rojo y negro) para iniciar la jornada. Nunca después de las siete de la mañana. Los asiduos estaban pendientes de conocer el nombre de la película para decidir si asistirían o no a presenciar Rapto al Sol, el estreno prometido por Wilfredo. Aunque a muchas personas eso poco importaba. A don Arnulfo Mendoza y Joaquín Bravo, el nombre les tenía sin cuidado, tampoco si repetirían la película exhibida la noche anterior. Eran viciosos empedernidos.

El que pocas veces faltaba era Hernaldo Rizo Arosteguí, nombrado por el Ministerio de Gobernación como censor, tenía un carnet que le acreditaba para ver gratis las presentaciones. A Evo todas estas minucias no le importunaban. Creció entre el cine y la calle. Lo único que le interesaban eran las películas de Tarzán, con su verdadero protagonista, Johnny Weissmuller, los demás le sabían desabridas. También lo seducían las películas de Sansón y Hércules. Sentado en una banca de luneta, se concentraba para aprender sus gestos, formas de caminar, miradas incisivas y la fuerza descomunal de los superhéroes. Con el tiempo se fue apropiando de la manera como actuaba cada uno de estos personajes, tanto que podía imitarlos a la perfección. Evo deseaba ser actor.

Para demostrar que tenía las mismas cualidades de Tarzán, Sansón y Hércules, cargaba seis o siete cartelones a la vez. En la medida que avanzaba por las calles de Juigalpa, soltaba un silbidito para llamar la atención y se percatarán que sostenía un peso que ningún mercachifle podía hacerlo. No piensen que caminaba despacio. ¡No! Aceleraba el paso para que vieran lo fortachón que era. Sus capacidades histriónicas eran admiradas por los habitantes de los barrios Palo Solo, Pueblo Nuevo, Cruz Verde, Punta Caliente y Parque Central. Con el rabillo del ojo estaba pendiente si se detenían a verlo pasar. El ajetreo era mañana y tarde. Eso le fascinaba, permitía que muchas personas apreciaran que poseía una fuerza similar a los personajes que llegaban a ver al Cine Juigalpa.

¿Sería qué de tanto ver a Tarzán Evo se convirtió en asiduo de las riberas de Mayales? Se sentía único al caminar por las orillas de las pozas de La Tonga. Cargaba un par de mecates, para simular una especie de lianas. Evo lo hacía con la intención de imitar a Johnny Weissmuller, a quien había elevado en sus altares. Antes de hacer sus acrobacias, distendía los músculos, hacía unas cuantas flexiones, luego jalaba los mecates para ratificar que nada en él era pose. Su falta de estatura la compensaba con unos músculos bien fornidos. Entre las muchachas de su vecindario tenía varias admiradoras. Se asombraban de su musculatura y les gustaba su manera de caminar. Evo jamás pasaba inadvertido. Todos tenían algo que decir sobre su forma de ser.

En Juigalpa Evo fue de los primeros en usar camisas fits, entre más ajustadas mejor. ¿Quién sería el sastre encargado de confeccionarle sus camisas? Todavía no develo el misterio. No las adquiría en ningún almacén, sería mentir, para entonces tampoco existían negocios ofertando ropa usada. Su vestimenta favorita eran camisas ajustadas al máximo en la parte alta de las mangas, a la altura del bíceps. Esto hacía resaltar sus músculos sin mayor esfuerzo. Me reveló que adquirió su musculatura en casa de doña María Morales. En Juigalpa no había gimnasios. Hoy se cuentan por decenas. Bajo y fornido, Evo se tenía un caminar muy parecido al de Yul Brynner, cuando el primer pelón del cine hollywoodense, estelarizó Taras Bulba. Era un actor consumado.

A diferencia de muchos de los cinéfilos locales, Evo había asistido a la escuela, sabía leer de corrido. Las primeras letras las aprendió bajo la dirección de su tutora, profesora, Luisita Pérez, en la Escuela Nocturna José Aníbal Montiel. La inmensa mayoría de los asistentes a luneta eran analfabetas, preferían las películas mexicanas o dobladas al español. Evo no lo requería. Esta circunstancia le permitía presenciar películas subtituladas, como venían algunas de las que más apetecían. Saber leer constituía una enorme ventaja en aquellos años. Ser letrado daba un toque especial a los obreros. Evo se sentía distinto al asumir la personalidad de sus actores predilectos, también porque sabía leer y escribir. Su gusto desmesurado por la cinematografía lo adquirió en el Cine Mongrío.

Un día llegó una de las oportunidades más ansiadas, el teniente GN Pedro Juan Pavón, lo invitó a que desfilara por las calles de Juigalpa, interpretando el papel de guardián de unas infantas. Evo aceptó emocionado. Era el reconocimiento esperado. Una confirmación contundente que su manera de ser no pasaba desapercibida, de no ser así Pavón no lo hubiese llamado. Entre ángeles, arcángeles y querubines, encajado en una carroza, Evo cargaba un hacha y con mirada fiera, quedaba viendo a quienes osaban a sostenerle la mirada Fue su única participación en una velada pueblerina. No necesitó más. Eso le bastó para sentirse consagrado. El acontecimiento marcó su vida para siempre. Cada vez que conversamos, me lo recuerda entusiasmado.

Evo se casó con Mercedes Hurtado, una potranca mora, arisca y retrechera, a la negra Mercedes la crio mi abuela María del Carmen Tablada, igual que a su hermano Felito. ¿Qué le diría para endulzarle el oído? ¿Sería una declaración amorosa idéntica a esas que vio infinitas veces en el Cine Juigalpa? Convencer a la negra no era fácil. Mi hermano Jorge Eliécer piensa lo contrario, fue Mercedes quien lo conquistó a él. La escuela de Evo fue el cine. Uno de los dispositivos socializadores más importantes. La asimilación de los personajes era el resultado de su entrega a un arte que para muchos estaba más allá de sus sueños. Si en el cine se aprendía a besar con la misma sensualidad de grandes artistas, ¿por qué extrañarnos, entonces, que Evo haya decidido convertirse en personaje?

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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