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¿Hemos alcanzado los límites del crecimiento?

El crecimiento económico no sólo es ambientalmente insostenible sino que tampoco nos hace estar mejor

En su historia relativamente corta como estado nación

27 de mayo 2022

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BERLÍN – En esta época del año hace cincuenta años, se publicaba uno de los libros más influyentes del siglo XX. Escrito para el Club de Roma por Donella Meadows y colegas del MIT, Los límites del crecimiento utilizaba nuevos modelos informáticos para pronosticar un colapso incontrolable de la población y la economía global si continuaban los patrones prevalecientes de uso de los recursos ambientales y de contaminación. El crecimiento económico exponencial no podía seguir para siempre; en algún punto en los 100 años siguientes, inevitablemente se toparía con los límites ambientales finitos de la Tierra.

Medio siglo después, y frente a una crisis climática y ambiental, el debate generado por Los límites del crecimiento ha regresado con fuerza.


En 1972, el libro fue blanco de ataques inmediatos de parte de economistas que decían que sus autores no entendían de economía básica. Si un recurso se vuelve escaso, su precio subirá, señalaban. Otros recursos luego lo sustituirán y así se lo utilizará de manera más eficiente. La innovación tecnológica conducirá a métodos nuevos y más limpios de producción. Lejos de conducir a un colapso social, el crecimiento económico así se corregía solo –para no decir que era la única manera en que los países se desarrollaran y salieran de la pobreza.

Tan seguros estaban los economistas tradicionales de que Los límites del crecimiento estaba equivocado que uno de ellos, Julian Simon, hizo una apuesta con el ambientalista Paul R. Ehrlich sobre el precio de cinco metales en el transcurso de los diez años siguientes. Ehrlich apostó a que sus precios aumentarían en tanto se volvieran más escasos; Simon predijo que se volverían más baratos en la medida que otros materiales los fueran reemplazando. Simon ganó la apuesta sobre los cinco metales.

Sin embargo, Los límites del crecimiento en realidad no tenía que ver con la escasez de metales –ni de combustibles fósiles-. Como señalaron los economistas ecologistas Nicholas Georgescu-Roegen y Herman Daly, la razón por la que existen límites físicos para el crecimiento es que la biósfera del planeta no puede crecer exponencialmente. Si se talan árboles más rápido de lo que pueden crecer, habrá deforestación. Si se le quita más tierra a la agricultura, hay especies que desaparecerán. Si se arroja dióxido de carbono a la atmósfera más rápido de lo que puede absorberlo, el planeta se recalentará.

Simon puede haber ganado su apuesta a diez años, pero en los últimos cincuenta años las predicciones de Los límites del crecimiento han demostrado ser notablemente robustas. Investigación científica más reciente ha comprobado que, para un grupo de sistemas centrales que sustentan la vida –incluido el clima-, nos estamos acercando aceleradamente a las “fronteras planetarias” dentro las cuales la humanidad puede prosperar de manera segura, si es que ya no las hemos superado.

Los economistas tradicionales lo admiten, por supuesto. Pero observan que el crecimiento económico se mide en términos de ingreso y producción nacional (PIB) y no hay una relación simple entre estos indicadores y la degradación ambiental. Utilizar energía renovable, reciclar desechos y cambiar el consumo de bienes a servicios puede hacer que el crecimiento económico sea mucho menos perjudicial en términos ambientales. Por lo tanto, podemos tener “crecimiento verde”: estándares de vida más altos y también un ambiente más saludable. En los últimos diez años, el crecimiento verde se ha vuelto el objetivo oficial de todas las instituciones económicas multilaterales más importantes, entre ellas el Banco Mundial y la OCDE.

Las emisiones de CO2 de los países ricos, de hecho, han caído en los últimos años, aún si sus economías han crecido. Pero gran parte de este aparente desacople entre el crecimiento del PIB y el daño ambiental se ha logrado transfiriendo emisiones a China y a otras economías emergentes que hoy producen la mayor parte de los bienes manufacturados. Y en otras áreas –entre ellas la deforestación, los recursos pesqueros y la explotación abusiva del suelo-, el desacople ha sido escaso o inexistente. Como han venido advirtiendo el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente con una urgencia cada vez mayor, el mundo sigue encaminado hacia un desastre ambiental.

¿Qué se debe hacer para evitarlo? Para un grupo cada vez más prominente de ambientalistas, la respuesta es obvia: las economías desarrolladas tienen que dejar de crecer y empezar a contraerse. Sólo un “decrecimiento”, dicen autores como Jason Hickel y Giorgos Kallis, puede permitirle al mundo vivir con sus medios ambientales y dejar suficiente recursos para que los países más pobres puedan desarrollarse.

Asimismo, sostienen los defensores del decrecimiento, el crecimiento económico no sólo es ambientalmente insostenible sino que tampoco nos hace estar mejor. El crecimiento del PIB en los países ricos, observan, hoy está vinculado a múltiples problemas sociales, desde una creciente desigualdad hasta una creciente mala salud mental.

Como era de esperarse, el debate económico entre los defensores del crecimiento verde y del decrecimiento también es un argumento político entre ideologías pro-capitalistas y anti-capitalistas. En parte por esta razón, en los últimos años ha surgido una tercera posición –el “post-crecimiento”.

Los defensores de la economía de post-crecimiento critican tanto a los defensores del crecimiento verde como del descrecimiento por centrarse en el PIB. Como el PIB no mide la degradación ambiental o el bienestar social, ni el crecimiento ni el descrecimiento deberían ser un objetivo económico primario. En un informe reciente para la OCDE, un panel de prominentes economistas sostienen que la política económica debería centrarse en cambio en los objetivos fundamentales de la sociedad –que en los países más ricos hoy deberían ser la sustentabilidad ambiental, un mejor bienestar, una caída de la desigualdad y una mayor resiliencia económica.

Como ya no se puede garantizar ninguno de estos objetivos con crecimiento económico, los responsables de las políticas tienen que ir “más allá del crecimiento” para abordarlos de manera directa. Como dice Kate Raworth, autora de Doughnut Economics, deberíamos ser “agnósticos en materia de crecimiento”.

Una razón clave para el surgimiento de ideas sobre el post-crecimiento es que las economías avanzadas en los últimos años directamente han tenido problemas para crecer. Los incrementos del PIB de 2-3% anual previamente normales han sido ampliamente inalcanzables, y lo que ha sostenido un crecimiento inclusive modesto son tasas de interés ultra bajas y enormes inyecciones de dinero del banco central.

Los economistas se preguntan por qué sucede esto, pero la reciente lentitud económica por cierto hace más fácil contemplar tasas bajas de crecimiento generadas por la política ambiental, si eso efectivamente es lo que sucedería. No hace falta ser un ambientalista para reconocer la prioridad abrumadora de frenar el impacto destructivo de la economía en el clima y ambiente de la Tierra.

Los límites del crecimiento fue ampliamente desestimado hace medio siglo. Si eso no hubiera sucedido, hoy no necesitaríamos estar debatiendo de nuevo lo mismo.

*Michael Jacobs, profesor de Economía Política en la Universidad de Sheffield, es uno de los autores de Growth, Degrowth or Post-Growth? (Forum for a New Economy, 2022). Xhulia Likaj, economista de Nueva Economía Fórum en Berlín, es uno de los autores de Growth, Degrowth or Post-Growth? (Forum for a New Economy, 2022). Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate

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