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Juigalpa estaba entrampada

A los fundadores de Juigalpa, en aquellos años remotos, jamás se les hubiera ocurrido suponer que la ciudad experimentaría un crecimiento desmesurado

Desde el hotel Las miradas se puede apreciar la Cordillera de Amerrique de punta a punta.

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Crecí escuchando hablar de “Los bajos de Juigalpa”, expresión común en la década de los sesenta del siglo pasado. Aludía los estrechos límites de la ciudad de Caracolitos Negros. Cuando los españoles realizaron el primer censo económico en 1548, Juigalpa ya existía. Una comunidad nativa. Progresivamente vino cambiando su perfil étnico, no así su topografía. Como la mayoría de las ciudades nicaragüenses, su desarrollo arquitectónico y demográfico, partió del centro histórico colonial. El mismo que prevalece hoy en día. Cuatro años después de la creación de Chontales (1858), Juigalpa fue elevada al rango de villa en 1862. El ascendiente político de los granadinos fue determinante para que Acoyapa fuese nombrada como su capital. En una estira y encoge, el estatus fue conferido a Juigalpa en 1865. La decisión abrió una grieta, generó rivalidades entre ambas ciudades.

Un año después de haber sido escogida como asiento departamental, la cabecera regresó nuevamente a Acoyapa. Las disputas políticas no amainaban. Once años después —el 11 de junio de 1877— a Juigalpa fue restituida su condición hegemónica. Tuvieron que pasar diecinueve años para que los mandamases políticos dejasen de resolver sus desavenencias, moviendo la cabecera departamental de un lugar a otro. El mismo juego político de liberales y conservadores con la capital del país. El traslado de sede resultó beneficioso para los intereses comerciales de los juigalpinos. Aprovecharon las ventajas que confería la posición. El crecimiento burocrático produjo mayor circulante. Los negocios empezaron a crecer. La conexión con el resto de Nicaragua siguió a través del lago Cocibolca. Los granadinos continuaron extrayendo réditos a esta situación.


Juigalpa fue construida sobre una pendiente. En la medida que la ciudad empezó a desarrollarse por los cuatro puntos cardinales, los barrios preferidos para ubicarse eran los que presentaban menores inconvenientes topográficos. Las partes altas quedaban hacia el este. Ningún lugar era llano. Ni siquiera el centro. Tomando como punto de partida el Parque Central, bastaba caminar unos metros hacia el sur, este y oeste, para corroborar que nuestra ciudad fue plantada sobre una fuerte inclinación. Los mejores escenarios se presentaban hacia el norte. Esto supuso que Pueblo Nuevo resultase poco a poco, en uno de los barrios más poblados. Para su desarrollo, Palo Solo disponía de quinientas varas hacia el este. La Cruz Verde contaba únicamente con trescientas cincuenta varas al oeste. El final del barrio lo sellaba la casa de la familia de Ana Rosa Morales y Hernán Flores.

Unos metros hacia el sur del Comando de la Guardia Nacional, la pendiente remataba en un zanjón. La parte más inclinada comenzaba en la esquina de las familias Romano y Miranda. Las aguas pluviales se precipitaban a velocidad geométrica. Con humor pueblerino, el barrio fue bautizado con el nombre de El resbalón. En esta calle labró su peculio Félix Portillo, llegado de La Libertad. La vivienda de Goya Álvarez, ubicada a doscientos cincuenta metros, en la parte más baja, se vio obligada a levantar un terraplén, afianzado con piedras, para evitar que las escorrentías causaran mayores estragos. En su casa hospedó, durante sus estudios de primaria, Bernardo Martínez, el vidente. Jamás imaginé que, a mí compañero de clases, se le aparecería después, el 15 de abril de 1980, la Virgen en Cuapa, su ciudad natal. Día festivo en el calendario cristiano.

La pendiente en El Resbalón se precipitaba aún más a partir de las viviendas de las familias Miranda y Romano.

En la calle que va hacia Punta Caliente, el declive comenzaba desde la esquina suroeste del Parque Central. Cuatrocientas varas estaban habilitadas para que las familias construyeran sus casas. A partir de la tienda de don Manuel Bravo, la pendiente se precipitaba hacia el sur. Iguales problemas confrontaban las familias ubicadas de la talabartería de los hermanos Aguilar Tablada, cien varas al oeste. La frontera la determinaban las viviendas de las familias Molina Pantoja y Cruz Ocón. Lo que seguía era un abismo. Igual ocurría hacia el oeste de la esquina del Hospital Asunción. El terreno presentaba un gran declive, seguido de potreros colindantes con la carretera al Rama. De las casas de los Aguilar Barea y Madrigal Castilla, una cuadra al este, lo que seguían eran guindos intransitables. Las aguas desembocaban de manera abrupta.

A los fundadores de Juigalpa, en aquellos años remotos, jamás se les hubiera ocurrido suponer que la ciudad experimentaría un crecimiento desmesurado. Estaban convencidos que el espacio donde decidieron radicarse bastaba para vivir sus vidas. A los chinos fundar una ciudad llevaba décadas. Pasaban años estudiando el clima, la precipitación pluvial y demás bondades que presentaba el lugar. Al examinar la ubicación de ciudades y pueblos chontaleños, percibo el mismo fenómeno. Todos fueron creados con premura. Pueblos muy recientes. Surgieron al calor de la construcción de la carretera al Rama. Muhan, La Gateada, El Chilamate, El Cacao, El Espavel, La Gorra, La Batea, Muelle de los Bueyes, Cara de Mono, Presillas, La Esperanza y Ciudad Rama, son aglomeraciones nacidas de la necesidad. Convinieron que ese era el mejor sitio para asentarse.

II

En Nicaragua la improvisación adquirió condición de ley. ¿Una herencia política? Somos incapaces de estructurar planes de largo aliento. Nada es a largo plazo. Tampoco aprovechamos las lecciones ofrecidas por la naturaleza. ¿El sentido de arraigo es tan fuerte qué nos inmoviliza? Formé parte de la delegación de Gobierno que atendió los requerimientos de los lugares siniestrados por el huracán Juana (1988). Se ensañó con Ciudad Rama. Los milímetros de aguas caídas sobre los ríos Siquia, Mico y Rama, provocó que el Escondido se saliera de madre. Sus aguas impactaron de manera frontal a la ciudad. Pude apreciar la contundencia del desastre, observando cómo las aguas casi rozaron el techo de la iglesia parroquial. Una angustia mayúscula. ¿Qué ocurrió después? Nada. Absolutamente nada. Como si nada hubiera ocurrido. En Tola, pasó igual.

Cuando los juigalpinos evocan “Los bajos”, piensan en las que fueron propiedades de Aníbal Cruz Álvarez, mi tío Luis Castrillo Morales, Humberto Castilla Solís, Humberto Mongrío Rivas y Francisco Molina Ramírez, ubicadas en el extremo este. En el límite este de la ciudad son notorias construcciones levantadas en el borde de Pueblo Nuevo, Virgen María y Palo Solo. Igual pasa en la parte baja, adyacente a la carretera al Rama. El rastro municipal y el camposanto quedaban fuera de Juigalpa. Las máquinas de bombeo del agua potable traída de Las Limas —el servicio fue inaugurado en 1959— estaban a doscientos metros del rastro. La familia Castro-Castilla marcaba la frontera suroeste. Las casas de las familias Flores-Maltez, Jerez-García, Rothschuh-Andino, el monumento levantado por los rotarios y la gasolinera Esso, establecían los límites en el centro-oeste.

Un registro fotográfico de los maestros Guillermo Rothschuh Tablada y María Elba Villanueva, en la Terraza Palo Solo en el año 1947.

La Terraza Palo Solo, construida en 1943 por el alcalde Gustavo Bendaña Mendoza, fue el primer mirador que tuvo Juigalpa. Sitio para enamorados. Diversas generaciones llegaban por las tardes a tentar a su amada, divisando Amerrique y viendo serpentear al Mayales. ¿Un lugar discreto? ¿Cómo iba a serlo si las familias apostadas a lo largo de la calle Palo Solo, sabían que llegaban a ponerse a salvo de mirones? Otros acudían a ensayar sus voces y a preparar las serenatas que llevarían a sus novias, con la pretensión de conquistar sus corazones. Para noviembre la muchachada se daba cita, elevábamos nuestros cometas y barriletes, aprovechando los vientos de Amerrique. Miguel Ángel Díaz construyó su hogar al final de la calle Palo Solo. Capitalizó las ventajas de un lugar que muchos creían impensable —era un abismo— pero que él consideró ideal para levantar su casa.

Las personas que construyeron en el extremo este, gozan de una vista privilegiada. El primero en hacerlo fue Justiniano Barillas Huete. Un chalet moderno ubicado fuera de la ciudad. La altura le permitía dirigir la mirada hacia la Cordillera de Amerrique y apreciar la ciudad en toda su extensión. Antes que se levantarán estas edificaciones, la loma Tamanes era el único lugar que disponía de una vista de ciento ochenta grados. En nuestras expediciones, atravesábamos potreros montosos de las hermanas Montiel y del tío Luis Castrillo Morales. La regularidad con que lo hacíamos, permitió abrir brecha. Sin fatiga ascendíamos a la parte alta de la loma; tierra rosada. Al este quedaban “Los bajos”. Amerrique lucía imponente y hacia el oeste no deleitábamos divisando el esplendor de la ciudad. Distintas generaciones cumplimos con el ritual de llevar a nuestras novias.

El chalet de Justiniano Barillas Huete fue el primero en construirse en la parte este de Juigalpa, fuera de los límites de la ciudad.

Desde la casa de la familia Cruz González, puede apreciarse un paisaje maravilloso. Los vientos de la albarrada de Amerrique, igual que las lluvias, rebotan sobre las paredes. Junto a su prole, el maestro Adrián Cruz, sintió rejuvenecer. Más de una vez llegué a visitarlos para disfrutar el panorama que se abría ante mis ojos. Unos precipicios delimitaban su hogar. Después vino Edelmira Acevedo Álvarez. Construyó el Hotel Las Miradas. Diseñó una amplia terraza, ubicó mesas y sillas para volver más placentera la estancia, flanqueada en el frente por una fuerte baranda. Edelmira ha mostrado espíritu emprendedor. Es fundadora de los restaurantes 7/24 y Hato Grande, ubicado en Las Lajitas, puerta de entrada a Juigalpa y ramal de la carretera que conduce a Cuapa. Edelmira fue también quien inició en Juigalpa el Carnaval Alegría por la Vida.

El bar-restaurante La Choza y bar El Mirador, poseen una vista envidiable. Pueden verse Amerrique y La Piedra de Cuapa, dueña de una leyenda que aún persiste. Mi primo, Manuel Sierra Ocón, se jactaba que María Teresa Ocón, su madre, le había heredado la parte más valiosa de la hacienda La Tablazón. En su heredad está ubicada La Piedra de Cuapa. En los mentideros de Juigalpa rumoraban que su cúspide era habitada por duendes. Esos chiquitines capaces de cometer las diabluras más disparatadas. Para ratificar su existencia, en más de una ocasión habían subido un burro. A Manuel divertía que a su abuelo Eugenio, lo llamarán Duende. Estas mismas criaturas se decía que habitaban en la parte sur de la Casa Cural. Octavio Romero, sobrino del padre Francisco Romero, contaba a quién quería escucharle, que a él lo importunaban tirándole piedras.

III

El filósofo alemán Federico Engels, sostiene que las necesidades desarrollan más a las ciencias, que la existencia de diez universidades. Puedo asegurar que, en el plano urbanístico, esta afirmación constituye una gran verdad. El crecimiento poblacional de Juigalpa, más las oleadas de familias que vinieron a radicarse, empujadas por la guerra en los ochenta, hizo que la ciudad creciera dónde era totalmente inimaginable. Nadie pudo contradecir la voluntad de construir sus hogares. Juigalpa continúa creciendo por los cuatro costados. Ni lomas, barrancos y zanjones constituyen obstáculos. Necesidades apremiantes obligan a las familias a ubicarse en sitios inverosímiles. Las personas que levantaron y continúan construyendo sus viviendas en la cumbre de La Cantera, tienen una vista preciosa, similar a la que disponen treinta o cuarenta familias privilegiadas.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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