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La presidencia de Trump se torna mortal

La pregunta más difícil que enfrentaremos es: cuánta gente murió innecesariamente como resultado del liderazgo de Trump tras el Covid-19

El Presidente de los Estados Unidos Donald Trump (C), el Vicepresidente de los Estados Unidos Mike Pence (R) y el Secretario de Estado de los Estados Unidos Mike Pompeo EFE/EPA/CHRIS KLEPONIS / POOL

9 de abril 2020

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WASHINGTON, DC – En los tres primeros años de su administración, el presidente norteamericano, Donald Trump, se focalizó en consolidar poder. Sin embargo, mientras Estados Unidos se acercaba a su mayor peligro doméstico en un siglo, se negó a utilizar ese poder. Por el contrario, en tanto un coronavirus mortal se preparaba para invadir el país, el presidente optó por la negación y el retraso.

Sin embargo, hacia fines de marzo, los asesores de ciencia de Trump le presentaron evidencia de un experimento voluntario de 15 días que indicaba que, donde se habían tomado medidas de distanciamiento social seriamente, la enfermedad se propagaba con menos rapidez que en los lugares donde no se habían observado las mismas restricciones. En ese momento, la cantidad de infecciones por COVID-19 eran más de 100 000 y las muertes superaban las 1000. Los modelos de los asesores de ciencia indicaban que, si la gente se comportaba perfectamente, morirían 100 000-240 000 residentes norteamericanos, y los asesores políticos de Trump le dijeron que las encuestas revelaban que la población quería ampliar el distanciamiento social. Por una vez, adoptó la estrategia sensata y extendió la recomendación de distanciamiento social del Gobierno federal por otros 30 días, hasta fines de abril.


Finalmente, Trump, que unos días antes había dicho que levantaría todas las restricciones y “reabriría” la economía estadounidense para Pascua (el 12 de abril) –cosa que no podía hacer porque los cierres comerciales habían sido ordenados por gobernadores estaduales-, parecía estar tomándose en serio la pandemia. Antes, también había desoído las críticas de los demócratas sobre cómo había manejado la crisis como “su nuevo engaño”. Pasó a presidir las conferencias de prensa diarias cuando percibió que el vicepresidente Mike Pence, a quien había puesto a cargo del equipo especial de emergencia, ganaba elogios por presidir las sesiones. Y luego se jactó de los ratings de televisión. Pero su comportamiento siguió siendo errático, y continuó con sus duros ataques a los periodistas que lo presionaban por la lentitud de su respuesta.

Al negar su responsabilidad por la falta deplorable de preparación que afectaba al país, Trump a veces decía, erróneamente, que “nadie sabía” que habría una pandemia o una epidemia de estas proporciones (en otro momento dijo que todo el tiempo sabía que estaba por llegar una pandemia). Como de costumbre, culpó a su antecesor, Barack Obama. En verdad, ya en enero, las agencias de inteligencia habían advertido a la administración Trump sobre la inminente llegada del coronavirus.

Pero a pesar de los persistentes esfuerzos en este período, los funcionarios de la administración no lograron que el presidente se concentrara en la crisis inminente. También para la población, desestimó al coronavirus y a la enfermedad resultante, el covid-19, diciendo que era menos letal que la gripe estacional. Cuando tenía motivos para estar al tanto de la situación, el 24 de febrero aseguró a la población que la embestida del coronavirus “está bajo control en Estados Unidos”. Trump dijo el 31 de marzo que anteriormente se había mostrado positivo porque “quería darle esperanzas a la gente”, pero según informes periodísticos era tan desdeñoso del problema en privado como en público.

Trump es precisamente la persona equivocada para liderar a Estados Unidos en un momento como este. No es ni el más brillante ni el más centrado de los presidentes. Claramente está superado por la situación. Su resistencia a la realidad dejó a médicos y enfermeros sin el suficiente equipamiento de protección personal y, como resultado de ello, algunos han muerto. Es más, la increíble falta de kits de prueba hizo que los responsables de las políticas quedaran a ciegas respecto de dónde y cómo se producían muchas infecciones. La infinita necesidad de Trump de recibir elogios lo llevó a hacer comentarios absurdos, como que la cantidad de pruebas que se realizaban en Estados Unidos estaba “muy a la par” de las de otros países.

Esta negación de la realidad afectó las relaciones laborales de la administración con los gobernadores estaduales. Trump escuchó demasiado y durante mucho tiempo a sus asesores económicos, quienes durante semanas lo convencieron de anteponer los intereses comerciales a la salud de la población. Y se negó a invocar la Ley de Producción de Defensa de la época de la Guerra de Corea, que le permite como presidente ordenarle a una empresa que cumpla con una emergencia nacional, antes de finalmente transigir el 27 de marzo y ordenarle a General Motors que empezara a fabricar desesperadamente los respiradores necesarios.

También hubo señales de favoritismo político que permitió que ciertos gobernadores –como el colega republicano de Trump Ron DeSantis de Florida- recibieran más asistencia federal que los gobernadores demócratas, con los que Trump se peleó. El sistema federal de Estados Unidos ha sido un obstáculo y a la vez una salvación a la hora de lidiar con el coronavirus: condujo a una confusión política y también fue una pantalla de humo para la incompetencia de Trump.

Trump sigue negándose a nacionalizar la crisis y deja que los estados adopten diferentes estrategias y peleen entre sí para conseguir equipamiento de emergencia. La clave de su estrategia puede residir en algo que dijo cuando en una conferencia de prensa a mediados de marzo alguien le preguntó si asumía alguna responsabilidad por la escasez de máscaras faciales. “No”, dijo, “no asumo ninguna responsabilidad en absoluto”. En otras palabras, que los gobernadores asuman la responsabilidad de cualquier error.

Esta práctica de eludir responsabilidades se ha vuelto la norma para Trump y los líderes republicanos. Pence, por ejemplo, culpó a China así como a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. A fines de marzo, los republicanos habían empezado a decir que el juicio político de Trump por parte de los demócratas en enero lo había distraído de la amenaza de la pandemia. Pero los tiempos no coinciden: el episodio del juicio político había terminado para comienzos de febrero. Bill Clinton estaba legislativamente activo mientras atravesaba el juicio político.

Tal vez nunca sepamos qué es lo que Trump realmente piensa sobre la pandemia. Lo que sí sabemos es que el covid-19 se está cobrando una cantidad de víctimas cada vez mayor. El 2 de abril, el conteo de muertes en Estados Unidos había trepado a más de 5000, y la cantidad de infecciones había aumentado a cerca de 217 000. A nivel mundial, casi un millón de personas han sido infectadas por el virus, sobre el cual todavía muchas cosas siguen siendo un misterio –inclusive cuánto tiempo nos va a atormentar.

En el frente económico, los pedidos de desempleo en Estados Unidos aumentaron en 6,6 millones en la semana que terminó el 1 de abril (una cifra impactante que incluye solamente a quienes han solicitado los beneficios, lo cual es cada vez más difícil de hacer, porque las oficinas laborales están desbordadas). Una recesión profunda y prolongada es casi una certeza.

Cuando haya pasado la crisis, habrá numerosos estudios sobre lo que sucedió y por qué. La pregunta más difícil que enfrentaremos, y sobre la que se debatirá profusamente, es cuánta gente murió innecesariamente como resultado del liderazgo de Trump.

Elizabeth Drew es una periodista radicada en Washington y autora, más recientemente, de Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall.

Copyright: Project Syndicate, 2020.
www.project-syndicate.org


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Elizabeth Drew

Elizabeth Drew escribe con regularidad en la New York Review of Books. Su último libro es Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon‚Äôs Downfall (El diario de Washington: el informe de Watergate y la caída de Nixon).

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