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La propaganda totalitaria se pudre rápido

Las mentiras y la propaganda fascistas pueden detenerse y ser derrotadas con información real sobre la crisis y la muerte que generan estos líderes

El expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro (izquierda), junto al expresidente de EE. UU., Donald Trump, en marzo de 2019. Foto: EFE/Archivo

Federico Finchelstein

23 de noviembre 2022

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Las anticipadas elecciones intermedias en Estados Unidos fueron una sorpresa para muchos, pero también una confirmación de una historia común que comparten fascistas y populistas. La sorpresa fue que, a diferencia de las predicciones de una victoria absoluta del trumpismo republicano, los demócratas del presidente Joe Biden pudieron mantener su mayoría en el Senado y ganaron gobernaciones y legislaturas esenciales para mantener la legalidad en los comicios presidenciales de 2024. La confirmación de la tendencia histórica es que la mentira y la propaganda tienen fecha de vencimiento.

En concreto, la mayor parte de los candidatos elegidos a dedo por Donald Trump que se caracterizaron por su negacionismo sobre la victoria de Biden en 2020 fueron derrotados. Ambas cosas, sorpresa y confirmación, están relacionadas.


Tal como se dio en Brasil, la campaña dominada por las mentiras y la desinformación fue rechazada por la mayoría de los ciudadanos. Así como en Brasil, en EE. UU. la realidad de una democracia amenazada por extremistas fue determinante para que quienes se oponen a Trump pudieran convencer a electores, que en muchos casos no eran cercanos en términos económicos o sociales, pero que sí comparten la necesidad de defender la democracia.

En los casos de los grandes derrotados de esta década, Trump y Jair Bolsonaro, la lección es clara. Cuando los populistas están en el poder es más difícil imponer las mentiras en el tiempo. La realidad catastrófica de sus acciones como la negación de la covid-19 y las vacunas, incluyendo los golpes de Estado o la amenaza de llevarlos a cabo, los actos mafiosos y las teorías de la conspiración fomentadas por el racismo, el odio a lo distinto y la xenofobia, niega los engaños y eventualmente los hace más evidentes.

La historia de las mentiras fascistas confirma la misma situación. Los dictadores Adolfo Hitler y Benito Mussolini mintieron sobre enemigos y guerras, exterminios, genocidios e imperialismos, hasta el punto de que la derrota total los expuso como emperadores desnudos que destruyeron a sus países y fueron abandonados por la mayoría de sus seguidores.

Distinto es el caso de mentirosos en la oposición que no tienen que deformar la realidad de sus acciones sino solo hacerlo con respecto a los que están en el Gobierno. El preocupante triunfo de Giorgia Meloni en Italia, los preocupantes resultados de los populistas de extrema derecha en Suecia o los continuos intentos de deformar la realidad por parte de los trumpistas de Argentina o Chile son ejemplos de esta última situación.

En EE. UU., aunque los republicanos de Trump ya no están en el poder, la memoria del trumpismo está muy fresca y pisa fuerte. La constante presencia de Trump en la política del país y las decisiones antiaborto de una corte de extrema derecha consolidada por Trump fueron realidades demasiado evidentes para ignorar o distorsionar de manera absoluta.

Si bien los republicanos se quedaron con la mayoría en la Cámara Baja y el extremista Ron DeSantis, exdiscípulo de Trump y posible contrincante, se hizo con la Gobernación de Florida, se puede hablar en general de una derrota del trumpismo y su propaganda. Cabe entonces pensar algunas lecciones que nos deja esta derrota de los proyectos de aspirantes a fascistas como Trump y Bolsonaro.

En primer lugar, las mentiras y la propaganda fascistas pueden detenerse y ser derrotadas con información real sobre la crisis y la muerte que generan estos líderes. A la larga, la realidad triunfa sobre los aspirantes a fascistas. Además, las instituciones legales y los tribunales independientes son clave para detener los golpes de Estado en cámara lenta, tal como pasó en Brasil con el intento de supresión de votantes mediante bloqueos de la policía en muchas rutas principales y, tal como se observó, en el caso de funcionarios republicanos en Arizona, que hicieron respetar la legalidad de los comicios.

Otra lección es que los votantes deben votar. EE. UU. nos regala la esperanza de generaciones jóvenes que salen a defender la democracia a partir del voto. Sin ellos, hubiera ganado el trumpismo. Además, se deben crear y apoyar coaliciones amplias de centro/izquierda/derecha para confrontar a quienes quieren destruir la democracia. En suma, se debe recordar la historia de las coaliciones antifascistas que derrotaron al fascismo. Eso es lo que representaron la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y la victoria demócrata en EE. UU.

Los líderes autoritarios deben ser procesados por sus actos ilegales, como pasó en Argentina en 1985 con los líderes de la dictadura. En este punto, mucho queda por hacer tanto en Brasil como en EE. UU.

También es importante llegar, a través de los medios independientes, a aquellos que quieren dejar atrás su identificación con el culto del líder mesiánico. Debemos estar atentos a defender constantemente la democracia, pues estas victorias son batallas en una contienda de largo aliento. Entender que los actores antidemocráticos sin escrúpulos legales siguen ahí y que no se puede bajar la guardia frente al desafío totalitario que representan es de vital importancia. El trumpismo y sus esbirros globales llegaron para quedarse.


*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21

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Federico Finchelstein

Federico Finchelstein

Historiador argentino, graduado en la Universidad de Buenos Aires, con doctorado de la Universidad de Cornell. Es​ profesor en la New School for Social Research y en el Eugene Lang College de Nueva York.

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