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La sombra de Julio César

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I. A manera de introducción

Después de más de veinte siglos, Julio César sigue generando análisis sociopolíticos y suscitando obras de ficción. Existe renovado interés por resituar su condición política y militar. Algo en lo que no terminan en ponerse de acuerdo cultores y críticos. Siempre encuentran motivos para pergeñar sus novelas o abrir a debate su comportamiento político. Andrea Frediani decidió en tres entregas, redimensionar, a través de la ficción, al patricio romano. La sombra de Julio César, (Editorial Planeta, México, 2022), viene proseguida por El enemigo de Julio César y El triunfo de Julio César. En la primera trata de exaltar a su lugarteniente Labieno, su segundo al mando. La superioridad estratégica de Julio César en esta obra, en vez de cubrirlo con un manto sombrío, enaltece su carisma y rapidez para adelantarse a propios y extraños, en sus maniobras bélicas y políticas.

Unas fueron sus intenciones y otro el resultado. El balance favorece a César. En los últimos dos capítulos de los veintidós que consta su alegato, trata de suplir la falta de información sobre las causas de la enemistad de Labieno con su jefe. Las acciones de Julio César terminan imponiéndose. Cualquier novelista está facultado a elucubrar. En su nota aclaratoria, Frediani pretende llenar un vacío, ficcionando los motivos que pudieron haber conducido a Labieno a pasarse al bando contrario. Con honestidad intelectual proclama que la suya solo es una nueva hipótesis. Cree que las suposiciones que esgrime no han sido tomadas en cuenta. Arguye “que se trata en todo caso de una obra de ficción”. Al dejar abierto el juicio sobre las causas de la discordia, Andrea Frediani, se muestra coherente con su carácter de historiador reputado en Italia. No falsifica el oficio.

II. Novela reveladora


Frediani narra con agudeza los enfrentamientos de los huestes conducidas por Julio César y Labieno contra las tribus galas, belgas y germanas. Sentimos las espadas atravesando cuerpos y cortando gargantas, relata de manera preciosista los envolvimientos tácticos de Julio César, sus asedios incesantes, la velocidad con que redefine la disposición de las tropas, los cortes de suministros, el desvío de las aguas para rendir a sus adversarios. Su preferencia por atacar hasta el último instante, su probado liderazgo entre los legionarios, la persecución implacable contra sus oponentes, su meticulosidad para urdir planes de guerra, su propensión por forjar alianzas y su munificencia. En momentos que otros jamás lo hubieran hecho, cuando Labieno decide aliarse con sus enemigos, Julio César le entrega la plata a la que tenía derecho. No regatea. Sabe encumbrarse ante la adversidad.

Frediani evidencia su grandeza al trazar un paralelismo entre Pompeyo, Alejandro Magno y Julio César. El historiador permanece fiel a la verdad. Julio César tenía que lidiar en dos frentes de guerra. Ejecutar sus operaciones militares sobre el terreno y tener puesta la mirada en el senado. El novelista está consciente. Si quería ser más grande que sus oponentes, debía mostrarse más osado. Catón, Cicerón y Bíbulo, actuaban “movidos por una serie de prejuicios”. A diferencia de Pompeyo, César nunca recibió ninguna dote de su padre. Tampoco le obsequiaron Grecia, Alejandro la heredó de Filipo de Macedonia. Todo lo obtenido fue ganado a puro pulso. Julio César había tenido que hacerlo solo. Partió casi de cero. “Su familia, su padre, solo le habían dejado un nombre”. Esa diferencia abismal torna majestuosas e imperecederas sus conquistas militares y hazañas políticas. 

Por mucho que se esmere Frediani por volver a su comandante un oponente superior a Julio César, Labieno siempre reconoció que su jefe gozaba de una manifiesta superioridad. Si en el frente de guerra ambos eran casi iguales, Labieno siempre actuó bajo las instrucciones del dictador romano. Julio César a cambio tuvo el apoyo de un hombre cuya grandeza resulta inocultable. Un feroz combatiente, ganador de mil batallas. Existen dos ámbitos en los que resulta imposible disputar la supremacía a César. En el terreno estratégico y como orador consagrado. Labieno se quedaba pasmado ante la facilidad de César para convencer a las cohortes romanas de la inevitabilidad del triunfo. Les insuflaba energía y convicción. Era sumamente persuasivo. Sabía hablarles en los momentos aciagos. Él reconoce que jamás podría haberlo hecho como lo hacía César.

Coincidimos en que fue su confidente y depositario de sus secretos, elaboraron planes conjuntos para asegurar la victoria, estaban un paso adelante de los acontecimientos. Vivían en ternas conspiraciones. Comprando voluntades. Una relación afectiva que nació desde la adolescencia y se mantuvo durante treinta y ocho años. Labieno sucumbió al halago. Endulzaron su oído. No pudo resistir la tentación. Una y otra vez le hicieron creer que todo lo que era Julio César a él se lo debía. Su hijo, Quinto Labieno, machacaba hasta el cansancio que él era el más grande entre los grandes. No podía comportarse como segundón siendo en verdad el primero. Frediani enfatiza con la pretensión de llenar huecos. Julio César delineaba la estrategia. Sin su visión y ejecutorias hubiera sido imposible conquistar las Galias. No por eso hay que restarle méritos a Labieno. 

III. Julio César militar y político consumado

La cita del capítulo final (XXII), Andrea Frediani la toma de Aulo Hircio, eterno secretario de Julio César. El hecho que el texto haya sido mutilado, impide conocer las verdaderas motivaciones del desencuentro entre dos personas que guardaron una relación íntima, nacida del convencimiento de asegurar a Roma su indiscutible preeminencia imperial. Cita prestada De Bello Galico, cuyo contenido final hubiese sido necesario para conocer las motivaciones del cambio de bando de Labieno. La trascendencia del texto se debe a que Aulo Hircio y Tito Labieno, nunca congeniaron. Ambos se disputaban el cariño de Julio César. El primer lugarteniente de Julio César veía de menos a su secretario. Su cercanía con el tribuno romano le provocaba escozor. Un jaleo resaltado por Frediani para que podamos apreciar cómo se disputaban su amistad.

La derrota de Ambiórix y los erubones, fue concebida con celo por Julio César. La propuesta de Ambiórix a Titurio Sabino, para acordar su rendición, terminó con su vida. Julio César tuvo que echar mano de todo su ingenio para contrarrestar la sublevación que ese momento se extendía por toda la Galia septentrional. La Galia no estaba en absoluto bajo el mando de Roma. Todo operaba en su contra, recurrió a un viejo truco: hacerle creer al enemigo que era tan débil como lo sospechaban. “Todos aquellos años, le habían permitido concebir y poner en práctica maniobras combinadas de infantería y caballería”. Debía batirse con siete mil hombres contra treinta mil contendientes. Frediani muestra el temple de acero de Julio César. Para asegurar una victoria imposible, dio la voz de contraataque hasta que los galos se amontonaron junto al campamento, obstaculizándose unos a otros.

Julio César afianzó su liderazgo basado en el ejemplo, cada vez que las circunstancias se ponían difíciles, para convencer a sus seguidores sobre la necesidad de pelear, se ponía al frente de las tropas. Jamás rehuyó al combate. Desconozco si la omisión que César ganó la corona cívica, apenas al enlistarse en el ejército, fue deliberada. Conviene recordarlo. Tito Labieno se había enfrentado cuerpo a cuerpo con sus oponentes, exhortó a los soldados de la IX legión a resistir, alentándoles con la palabra y el ejemplo. Con el agua hasta el cuello, respiró al ver a los soldados bajo las órdenes de César hacían retroceder los carruajes enemigos. Como siempre, César sintió “la necesidad de responsabilizar a los hombres con la presencia de los comandantes en primera línea, una regla de la que no había querido sustraerse ni siquiera él”. Emanaba seguridad sobre la certeza de la victoria.  

El conquistador de la Galia aspiraba ocupar un escaño en el senado, antes estaba obligado a mostrar sus virtudes de soldado. Cuando vio por vez primera hablar a Cicerón, se sintió magnetizado por su elocuencia. A eso se debió que viajara expresamente hasta la isla de Rodas, para recibir las enseñanzas de Apolonio Molón, preceptor de Cicerón. César dispuso su vida en función de ser reconocido como el más grande estratega y conquistador romano. Roma valoraba la heroicidad de sus soldados. Nunca dio un paso sin antes medir consecuencias y resultados. Cuando puso un ultimátum a los senadores, empeñados como estaban en desconocer sus conquistas, lo hizo a sabiendas de las reacciones que tendrían. En Julio César todo era calculado de antemano. Jamás improvisó. Ni en la guerra ni en sus intervenciones y decisiones políticas. 

IV. Estaba convencido de su grandeza

Contrario al común de los mortales, Julio César no profesaba fe por los dioses. Dudaba incluso de su existencia. El escritor, novelista, dramaturgo y guionista estadounidense, Thornton Wilder, resalta su condición agnóstica. En Los idus de marzo, (1948), hay un pasaje donde se siente atado de pies y manos. Los sacerdotes auscultan a los dioses y aconsejan no combatir. La ocasión era propicia para ganar la batalla. Para vencer sus recelos, Julio César pidió a sus compinches echar gusanos a las gallinas. Al verlas picoteando rabiosamente, los sacerdotes cambian de parecer. Creen que ese era el momento para alzarse con la victoria. Una burla ácida. Con todos sus defectos y virtudes, Julio César sigue siendo uno de los políticos más brillantes de la historia. De no ser así nadie estaría buscando como encontrar nuevos filones para recrear su grandeza.

Labieno fue un gran guerrero, no alcanzó la estatura de estadista. Se contentó con ser diestro con la espada, atributo muy preciado entre quienes lo condujeron de la mano, para fraguar el rompimiento con Julio César. Sus aptitudes militares eran indispensables a la hora de oponerlo al tribuno romano. Catón jamás lo hubiera desafiado en este campo, menos Cicerón. Ante las circunstancias que se avecinaban necesitaban una espada. Julio César seguía obteniendo victorias. Les quedaba no reconocer sus méritos, el dinero, tierras y pueblos conquistados para engrandecer a Roma. No solo Julio César conspiraba, también lo hacían sus oponentes. El choque que se avecinaba era inevitable. Tendrían que prepararse para desafiarle e infligirle la derrota. Ya tendremos ocasión de conocer qué nos dirá Andrea Frediani, sobre Julio César, en sus otras dos novelas.      

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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