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A dos años del alzamiento de los universitarios

Los retos para que el movimiento universitario de abril 2018 se inserte en la Coalición Nacional con agenda propia

Daniel Ortega en su pequeñez de miras no alcanza a ver que la raíz de la libertad es más poderosa que cualquier régimen por represivo que sea. Lea: ¿Para qué sirve el Diálogo Nacional?

José Luis Rocha

27 de febrero 2020

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Dice la literatura especializada que los movimientos sociales tienen tres destinos predominantes: ser aplastados por la represión, extinguirse por una mezcla de cansancio y rutina, o transformarse en algún tipo de organización más articulada. El movimiento de rebelión que inició en abril de 2018 desplegó su fuerza en seis meses, hasta octubre de ese año, cuando Fernando Bárcenas dejó de bautizar sus artículos –que por varias razones me parecen un buen baremo- con títulos optimistas como “El cielo ha sido tomado por asalto” (mayo) y “Ortega está en la cuerda floja” (junio), y los empezó a encabezar con frases ominosas: “El país va al garete” y “Una derrota orteguista sin vencedor”.

Hay quienes consideran que la duración fue demasiado breve para hablar de movimiento social. Pero la literatura sobre el tema no incluye la extensión temporal entre sus criterios. Importa la profundidad de las demandas, un requisito que nos desliza en el espinoso terreno sobre si se quiso –y se quiere- algo más que defenestrar a Ortega. El movimiento ha sido tan variopinto en personas e ideas que incluyó e incluye ese “modesto” objetivo y otros más radicales, según qué grupo explique los alcances de la lucha. Charles Tilly, el mayor estudioso de los movimientos, usa como indicador máximo los medios de lucha, un rubro en el que las y los rebeldes de abril califican con amplio margen: las marchas, las tomas de locales, el boicot de negocios, la elaboración de propaganda, el uso de distintivos simbólicos unitarios (¡la bandera azul y blanco! que el gobierno aún persigue como si fueran el martillo y la hoz en plena guerra fría, pancartas, canciones e himnos) y el compromiso que se plasmó en desafiar el mal tiempo, la participación visible de personas mayores de edad o con capacidades especiales, la resistencia ante la represión y la ostentación del sacrificio.


Ergo, hubo movimiento social, y en su pico el sentimiento de fraternidad fue predominante y se impuso a los celos y las luchas por el liderazgo que ya asomaban su cola serpentina y amenazaban con dispersar y debilitar a las incipientes organizaciones. Nacieron cinco grupos universitarios con buen nombre y mejor pie. Su proliferación, al mismo tiempo que quintuplicaba un espacio organizativo hasta entonces monopolizado por la oficialista Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN), anunciaba la dificultad de llegar a acuerdos mínimos. Tan mínimos como no hablar por dos megáfonos distintos en un mismo plantón. En política, casi todo es polivalente y por eso el pluralismo tiene dos o más filos, y debe tener algunos límites.

Conforme las borrascas más crueles de la represión amainaron, las luchas intestinas fueron ocupando el lugar de las batallas contra el enemigo común. Esas luchas habían estado presentes todo el tiempo: en la toma de la Universidad Politécnica de Nicaragua (UPOLI) con sus infiltrados y autoconvocados que eran también autonombrados líderes de nuevas organizaciones, en la tensa relación entre los alzados de las pequeñas ciudades y las organizaciones universitarias que intentaban seducirlos para sumarlos a sus filas, en la incómoda convivencia de los jóvenes en las casas y centros de seguridad. Esas asperezas saltaron a la vista y crecieron a medida que la marea del movimiento social descendía y exponía al inclemente sol un depósito de conchas rotas y piedras cascadas: psicologías frágiles y conflictivas, egos en ebullición, aspiraciones truncadas, agotamiento y frustración. Y, también, el peso de la responsabilidad por acontecimientos cuya dirección y consecuencias escapaban a la visión de los adultos más avezados en política.

Algunos jóvenes se fueron eclipsando. O colapsaron de forma abrupta. Otros fueron expulsados de las organizaciones en procesos no siempre orientados por el afán de hacer justicia o por la pureza ética que invocaron como justificación. Sumados estos dos grupos, no hacen un gran conjunto. No equivalen ni al dos por ciento de los que estuvieron presos (de hecho ningún ex-reo fue expulsado, aunque sí eclipsado). Para dar a esos colapsos y eclipses su peso adecuado, no hay que olvidar que entre los setecientos ex-presos políticos hay cientos de jóvenes anónimos de ambos sexos que se jugaron el pellejo y cuyas trayectorias desconocemos. No podemos asumir que el destino de algunos de los rostros más visibles de la juventud rebelde de abril es representativo de la situación de esos otros enormes puñados de jóvenes que lucharon sin que medio alguno de comunicación se interesara en rescatar sus historias del olvido. Algunos fueron al exilio. Otros siguen conspirando o preparándose para dar al país mejores profesionales.

La Alianza, la UNAB, y la Coalición

Sabemos que muchos de ellos y ellas viven bajo un asedio policial y paramilitar que tiene como objetivo neutralizarlos como agentes políticos. Pese a su número en sostenido aumento, que gracias a la desmesura del reclutamiento y la graduación frenética de nuevos cadetes llegó a 17,574 agentes, la policía no tiene capacidad de controlar a toda la juventud rebelde. No sabemos qué hacen los cientos de amnistiados. Y mucho menos los miles que llenaron las tomas, barricadas y marchas. Lo que sí sabemos es que su legado persiste: su lucha abrió el horizonte de posibilidades de la política en Nicaragua. Sobre ese horizonte aparecen las sombras de algunos de los walking dead de la política de siempre. Era inevitable. Sin embargo, la mayoría no tienen ningún chance de encarnar una fuerza política de peso equivalente al de las organizaciones que nacieron de la rebelión: la Alianza Cívica (AC) y la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB).

Porque ese fue el destino de este movimiento social: la rebelión de abril no fue aplastada ni pereció por cansancio. Dio origen a dos organizaciones articuladas, capaces de acciones concertadas que no tienen la misma fuerza del momento de máxima efervescencia del movimiento social, pero que superan los inconvenientes de la pura espontaneidad anárquica y que han llegado a ser el embrión de la entidad partidaria capaz de derrotar a Ortega, la Coalición Nacional, siempre y cuando antes le tuerzan a éste el brazo con el que de momento nos estrangula. Y eso está por verse… y por hacerse.

Son grupos con decenas de defectos. No están en ellos los miembros que nos gustarían. “Ni están todos los que deberían estar ni todos los que están deberían aparecer ahí” es la frase con la que resumo la posición de muchos de los que ahí no estamos (e incluso de los que ahí están, que quizás a regañadientes aceptaron trabajar codo a codo con viejos rivales y que preferirían estar entre cuates). La AC y la UNAB nunca podrán complacer a todas y todos. Podrían ganar mucho apoyo si dieran más espacio y voz a los estudiantes que organizaron la rebelión y a los campesinos que participaron en ella, entre otros grupos.

La queja más pronunciada al respecto es que los estudiantes que participan en esas organizaciones han sido cooptados o desplazados por el gran capital. No tengo elementos para juzgar si es así o no. Si lo fuera, no sería culpa del gran capital, sino un efecto de su –si quieren, única- virtud en este momento: tener una –y solo una- organización representativa de sus intereses. Es una virtud de la que no supieron valerse contra el régimen en los momentos decisivos, pero que usaron para ponerse a la cabeza de las negociaciones y ahora emplean para asegurarse un lugar en la foto de la historia y en la dirección de la política en la era postortegana, cobardemente parapetados tras los cadáveres de los mártires de abril, es decir, sin dar la cara al dictador en una tercia mano a mano. Pero es un rasgo que les da una superioridad frente a cinco grupos de estudiantes que en este momento carecen de base social y un movimiento campesino que no puede hablar en nombre del campesinado en general, sino solo del reducido segmento que está amenazado por la megaestafa expropiadora que se presenta como proyecto canalero. La representación debería ampliarse a otros grupos de campesinos y a los sindicatos, e incluir más voces estudiantiles. Pero ese es un trabajo que el COSEP no va a hacer por ellos.

Los universitarios no eran en sí mismos un movimiento. No agotaban la membresía, actividades, cobertura y propuestas del movimiento. Sin embargo, nada despreciable es el hecho de que llegaran a encabezarlo y a desplegar un coraje que encendió la mecha, haciendo más que sabiendo y creciendo con el acicate de la represión, porque así ocurre con los movimientos sociales. Las tomas de las universidades fueron el corazón del movimiento y el nudo gordiano que la dictadura se empeñó en cortar para recuperar el país. La fuerza universitaria provino de una combinación de factores que podrían repetirse. Una vez iniciado un ciclo de protesta, se acumula un saber y unos recursos de los que los alzados pueden echar mano en momentos ulteriores. Y la fuerza simbólica es uno de esos recursos. Uno muy poderoso. Pero la lucha política no está llena de momentos de grandes estallidos. Por eso los historiadores tienen tantas dificultades para recoger información sobre los movimientos en los momentos de relativa calma, que son extensos y grises.

El dilema de las organizaciones de jóvenes universitarios

En la llana y simplona vida diaria, los universitarios tienen que decidir qué hacer para retener su rol como fuerza política específica. Ante todo, individualmente deben decidir si les anima esa vía, porque la pertenencia a una organización universitaria no es la única forma de participación política. Amaya Coppens optó por integrarse a la Articulación de Movimientos Sociales. Se vale, pues, estar organizados no como estudiantes, que es una condición transitoria, excepto para el presidente de UNEN, Luis Andino. Es válido y audaz dar el salto hacia grupos de interés más amplio.

Pero también importa mucho mantener presencia mediante organizaciones estudiantiles que sean plataformas para desarrollar una agenda netamente universitaria que de otra forma sería preterida o totalmente descuidada por grupos ignorantes o indiferentes a las problemáticas específicas de las universidades. Un punto urgente de esa agenda debería ser la reintegración de los estudiantes expulsados de las universidades públicas. ¿Quién podría defender mejor esos intereses que los mismos estudiantes afectados y sus compañeros solidarios? Un punto estratégico es la recuperación de la autonomía universitaria: ¿cómo reconstruir y cómo proteger un estatus que fue concedido por una dictadura de derecha y luego conculcado por una tiranía de izquierda?

Desde la base de su propia agenda, se puede apoyar una agenda más extensa: libertad para los reos políticos, justicia y democracia. Desde una especificidad programática tiene sentido insertarse en un cuerpo mayor, sin hacerlo por mera condición generacional o de estudiantil a secas. Ernesto Laclau hablaba de pasar de la lógica de la diferencia (las demandas específicas gremiales, por ejemplo) a la lógica de la equivalencia, que puede ser anti-sistémica porque se engarza con otras demandas hasta producir un reclamo que constituye un desafío cualitativo. Para hacer esa transición, se necesita la defensa de las demandas particulares, como las que tienen el COSEP y los grupos feministas, salvando las enormes distancias.

Llegar a ese punto toma tiempo y discusiones. En cambio, hay una alucinación por el éxito instantáneo, un enamoramiento de la magia de la efervescencia agitadora, de la pared que se mancha, del rótulo que se quema de súbito, del abracadabra que llena una calle en segundos, del tuit que invita a una poda de chayopalos y logra convocar. La paciencia es una moneda depreciada y despreciada. En los días que corren parece de buen tono despreciar al FSLN y todo lo que huela a sandinismo. Olvidamos que nació como una organización impulsada por jóvenes universitarios enfrascados en procesos de profunda formación y haciendo trabajo de hormigas, empezando por Carlos Fonseca Amador dándole vueltas a la manivela de un mimeógrafo para imprimir volantes y folletos. Si su historia discurre ahora por un camino siniestro, no es culpa de esos comienzos, que fueron una base sólida de la que hasta hoy se sirven. Su formación les permitió desarrollar un razonamiento político estratégico que los llevó al poder en dos ocasiones: en 1979 por la armas y en 2006 dándole atol con el dedo al ex Presidente Alemán y explotando sus diferencias con Enrique Bolaños. La oposición en general y los jóvenes universitarios han demostrado tener una intelección y planificación política esencialmente táctica: el piquete de hoy, la marcha de mañana… y no mucho más. Por eso acudieron a las dos farsas de diálogo y les tomó dos largos años transformar el movimiento de abril en una organización de suficiente fuste para disputar el poder, la Coalición Nacional.

El trabajo de hormiga, la formación y el pensamiento estratégico son retos para que las organizaciones universitarias se inserten en la Coalición Nacional con agenda propia. Solo los estudiantes nos pueden mostrar si eso es posible, pasando por encima de los muchos sectarismos y aprovechando la buena fama –ya huidiza- que cosecharon como vanguardia del movimiento de abril.


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José Luis Rocha

José Luis Rocha

Escribió en CONFIDENCIAL entre 2026-2021. Doctor en Sociología por la Philipps Universität de Marburg (Alemania). Se desempeñó como investigador asociado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y del Instituto Brooks para la Pobreza Mundial de la Universidad de Manchester. Fue director del Servicio Jesuita para Migrantes en Nicaragua.

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