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Navidad Roja: la historia de la violencia en el Caribe

Los verdaderos orígenes del conflicto ¿Si no identificamos esas grietas sociales en nuestro pasado, las reconoceremos en nuestro presente?

Un indígena miskito con la pierna amputada a causa de la violencia que sufre el Caribe. Carlos Herrera/Confidencial.

13 de octubre 2016

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Hace seis años la Fiscalía General de la República cerró, por supuesta falta de pruebas, una denuncia presentada por la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH) sobre crímenes de lesa humanidad cometidos por el gobierno sandinista en contra de los indígenas miskitos en los años 80. En particular, el litigio giraba en torno a la llamada “Navidad Roja”, que según reportó Confidencial fue “la operación realizada por el

Ejército sandinista para desplazar a unos ocho mil quinientos indígenas de sus comunidades a orillas del río Coco (frontera con Honduras) y reasentarlos en cinco campamentos a fin de evitar que brindaran apoyo logístico a la “Contra”. Tanto para quienes estuvieron en contra de la Revolución Popular Sandinista como para sus simpatizantes, el trato a los miskitos, encarnado por la saga conocida como la Navidad Roja de diciembre de 1981, representa una mancha negra en el legado del período.


Pero otro vistazo al record histórico revela que nuestra memoria sobre la Navidad Roja no se ajusta nítidamente a los hechos que se dieron en su momento. Todos los nicaragüenses debemos conocer ese episodio oscuro y las diferentes versiones que se recuerdan, ya que ponen de manifiesto una sociedad curiosamente inconsciente de las diferencias étnico-raciales que han formado parte de su desarrollo histórico.

Después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista en 1979, el nuevo gobierno intentó “integrar” y “desarrollar”  la costa Caribe que, por haber existido en los márgenes de la economía política nacional, había gozado de una autonomía de facto (y empobrecida)durante la dictadura somocista. Los líderes sandinistas, en su mayoría jóvenes de origen urbano y de orientación marxista, pretendían inculcar una identidad nacional-revolucionaria que debía superponerse a las identidades locales y étnicas de la región atlántica. Durante los primeros meses, los guerrilleros-gobernantes abordaron la situación de la costa — para muchos de ellos un país extranjero de habla y religión extraña — con poca sensibilidad cultural, de modo que algunas de las medidas sociales más exitosas del programa revolucionario, como la importación de médicos cubanos o la celebrada campaña de alfabetización, produjeron serias movilizaciones anti-gubernamentales en ciudades como Bluefields y en la Moskitia nicaragüense. Como respuesta, el gobierno creó un nuevo órgano para las comunidades indígenas y afro-indígenas llamado MISURASATA (Miskitos, Sumos, Ramas y Sandinistas) y le ofreció un escaño en el Consejo de Estado, el cuerpo legislativo de la época.

No obstante, en vez de apaciguar tensiones en la costa, la nueva institución las inflamó. Aprovechando la oportunidad abierta por el gobierno revolucionario y su ideología oficial de liberación nacional, las comunidades indígenas presentaron un estudio realizado con el apoyo de una ONG norteamericana, en la que reclamaban el derecho histórico a tierras comunales que constituían casi el 33% del territorio nacional. El gobierno, quizás ignorante de la historia de los pueblos indígenas pero sobre todo desconfiando de estas comunidades que habían sido las primeras en ofrecer resistencia popular a la Revolución, acusó a las comunidades miskitas de separatismo, una imputación que culminó con la detención de los líderes de MISURASATA en febrero de 1981. Como lo revelan los testimonios orales recogidos por la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense (URACCAN) en el libro Wangki Awala, los miskitos llegaron a alzarse por diferentes razones demasiado complejas para describir en este artículo. Sin embargo, el hecho de que algunos hayan reclamado derechos históricos como parte de una auténtica política indigenista se ignora en la memoria popular de la Navidad Roja, donde los indios miskitos son tratados como víctimas pasivas de un conflicto entre mestizos del gobierno y la Contra.

Y mucho antes de que sirvieran como “base de apoyo social y logístico para la Contra,” en el verano del 81, como resultado de las tensas relaciones con el gobierno, hubo un éxodo masivo de miskitos — liderados por Steadman Fagoth — hacia Honduras, donde contaron con el apoyo de ex-guardias somocistas y militares hondureños y argentinos para lanzar incursiones armadas contra civiles y militares sandinistas desde ambas riberas del río Coco. En Managua no se supo de estos enfrentamientos sangrientos hasta meses después, cuando en febrero de 1982, el Ministerio del Interior orgullosamente anunció el desmantelamiento de un complot de “Steadman Fagoth y miskitos engañados” que pretendía fomentar una insurrección indígena a fin de declarar un estado independiente en la zona norte del país, que luego serviría de cabeza de playa para una inminente invasión contrarrevolucionaria.

Como evidencia, el gobierno presentó un video de la confesión de un supuesto colaborador de los insurgentes, el pastor moravo Efraín Omier Wilson. Wilson, además de ofrecer detalles sobre el complot, explica que Fagoth y sus conspiradores lo habían “bautizado como Navidad Roja pues se esperaba que hubiese mucha sangre.” Aquí encontramos la gran ironía de la Navidad Roja: hoy el término connota la violencia y el despojo que el gobierno sandinista trajo a las comunidades miskitas, cuando en realidad fue el supuesto nombre de la acción de Fagoth y sus armados. La decisión trágica de reubicar forzosamente a los miles de miskitos, que en diciembre de 81 cobró la vida de decenas y desplazó a miles de comunitarios inocentes según un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se dio como respuesta a esta rebelión indígena.

No se trata únicamente de conocer esta historia para evitar que se repita; de hecho, lo que llama la atención es que la violencia en la costa Caribe ha sido una constante y lo único que ha cambiado han sido nuestras interpretaciones de ella. La noticia del reasentamiento de los indios desató una guerra de propaganda interminable a cerca de las virtudes del proyecto revolucionario — la administración Reagan aprovechó la oportunidad para pintar a los sandinistas de totalitarios y genocidas, mientras que los aliados del FSLN en el plano internacional insistieron en que no existía ninguna infelicidad en las comunidades indígenas nicaragüenses, salvo aquella inspirada artificialmente por el

injerencismo norteamericano. En cualquier caso, en 1986, después de enfrentar varios años de rebelión en la comunidad miskita (la mayor parte de la cual llegó a aliarse con la Contra y a recibir apoyo de la CIA) y de condena internacional, el gobierno sandinista pasó una enmienda constitucional que brindó autonomía a los departamentos atlánticos y que reconoció el pluralismo étnico de la nación nicaragüense.

Lamentablemente, aunque la enmienda indigenista generó en todo el mundo elogios merecidos para Nicaragua, en los departamentos costeños la legislación ha resultado ser poco más que papel mojado. Afirmó recientemente la investigadora Laura Hobson que la “realidad en la práctica no ha sido pacífica, y las poblaciones costeras de Nicaragua nuevamente están luchando por sobrevivir frente a la violencia y el hurto de sus tierras.” Tammy Zoad Mendoza en La Prensa ha escrito sobre la “guerra ignorada” de colonos mestizos que han expulsado a indígenas de sus territorios ancestrales, que junto a la deforestación masiva y el proyecto para el canal interoceánico (que se ha llevado a cabo sin consultar a ninguna de las comunidades de la zona) representan un atropello total a las leyes de autonomía y de “saneamiento” que supuestamente rigen en la costa Atlántica.

Dentro de lo muy poco que se discute, la historia de la Navidad Roja ha servido como un referéndum sobre el gobierno sandinista de los 80, divorciado de la realidad de la costa a tal punto que se distorsionó la historia del origen del propio termino sangriento. En el proceso, también se borraron los verdaderos orígenes de ese conflicto, en el cual además del proceso revolucionario y el contexto de la Guerra Fría también pesaron las históricas divisiones étnico-raciales de este país supuestamente mestizo. Habría que preguntarse, ¿si no identificamos esas grietas sociales en nuestro pasado, las reconoceremos en nuestro presente?

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Historiador nicaragüense. Candidato a doctorado en la Universidad de Harvard.


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Mateo Jarquín

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