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Partido, familia, y sucesión en la dictadura del FSLN

Irónicamente, el orteguismo es el principal obstáculo del partido único en Nicaragua

Si la dictadura aparenta fortaleza

Silvio Prado

8 de agosto 2022

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Recientemente algunas personas han afirmado que en Nicaragua en la práctica ya existe un régimen de partido único, considerando el cierre del espacio político operado por la dictadura. Sin embargo, en rigor no es posible confirmar estas declaraciones. El sistema de partido único no está establecido (todavía) por dos tipos de razones: de pragmatismo y de incertidumbre interna. Estas últimas son las que amargan la vida del dictador, pues no aseguran la sucesión familiar.

En las primeras dos líneas de su libro Political Institutions under Dictatorship, Jennifer Gandhi se hace una pregunta toral para tratar de explicar los flirteos de las dictaduras con los mecanismos de la democracia liberal: ¿por qué los gobernantes no democráticos gobiernan con instituciones democráticas como los parlamentos y los partidos políticos? La respuesta es simple: porque para los dictadores las instituciones democráticas son meras vitrinas para mostrarlas como prueba de sus credenciales democráticas. Es decir, algunos regímenes autoritarios prefieren mantener las apariencias en vez de pagar los costos internos y externos que implican una dictadura cerrada.


El orteguismo, entendido como la confiscación familiar del FSLN, prefiere mantener el sistema de partido hegemónico, en el cual, siguiendo a Sartori, hay un partido que controla la competencia electoral y [hay] “partidos de segunda, autorizados”. Esta modalidad no competitiva hasta ahora le ha dado buenos réditos al dictador y mientras tenga comparsas o zancudos a la disposición seguirá consintiendo un multipartidismo domesticado. Es el pragmatismo por encima del querer ser.

Recurriendo al viejo marco analítico de Samuel Finer de los regímenes militares, se podría decir que para imponer su sueño de partido único el orteguismo cuenta con los medios (el control de los resortes del poder) y la oportunidad (la crisis de 2018 que amenazó su permanencia); pero carece de motivos (salvación nacional, desarrollo económico, igualdad social…) para usurpar definitivamente todo el poder del Estado y de la sociedad civil. Estos motivos suelen formularse en los grandes relatos de la ideología pero, como ya se sabe, el orteguismo se despojó de cualquier rasgo ideológico cuando se convirtió en proyecto dinástico cuyo único objetivo es la preservación del poder.

En cuanto a las incertidumbres endógenas, la fase de desinstitucionalización que vivió el FSLN a partir de 1996 -desmenuzada por Salvador Martí-, cuando le fue entregado todo el poder a Daniel Ortega, se saldó con una inversión de las relaciones entre el FSLN y Ortega: desde la perspectiva principal-agente, el principal (el FSLN) pasó a ser agente, y el que antes era o debía ser el agente (Ortega) pasó a ser el principal. En otras palabras, Ortega adquirió una autonomía que hasta la fecha ningún dirigente del FSLN había tenido en su historia.

Desde entonces han sido desmantelados todos los órganos de discusión interna y de dirección colegiada como la Dirección Nacional y la Asamblea Sandinista; sólo han quedado los congresos que se celebran con el único objetivo de endosar la eterna candidatura de Ortega a las siguientes elecciones y el programa que debería llevar. En sentido contrario, se ha fortalecido la apropiación del FSLN por el clan familiar con la entrega de las llaves de la organización a Rosario Murillo y la entrada en los órganos de dirección de al menos dos hijos del duopolio presidencial, a la vez que se ha acentuado el carácter personalista del liderazgo siguiendo la estela de otros regímenes autoritarios, que acabaron siendo cooptados por una sola persona en detrimento del partido o de la cúpula militar que los llevó al poder.

Pero esta cooptación personalista de la organización ha tenido que enfrentar lo que se conoce como el modelo originario del partido. En el caso del FSLN siguen estando presente en la mentalidad de sus miembros las huellas de cómo nació y cómo se desarrolló la organización y, muy en especial, la meritocracia de la trayectoria personal como pasaporte para la circulación interna de las élites. La distancia de 43 años de su mayor logro es muy corta; la inmensa mayoría de los protagonistas del triunfo de la revolución están vivos. Esas personas permanecen en el imaginario colectivo de los sandinistas como los combatientes a quienes les ha costado la causa, incluso la escondida debajo de la máscara paramilitar. En esto ha fracasado la propaganda de Murillo que desde 2007 ha tratado de reescribir una historia demasiado reciente, para colocar al caudillo, y por ende a su familia en las nuevas versiones.

Este es el obstáculo para instaurar al FSLN como partido único: la contradicción entre militancia y familia. Lo lógico es que hubiese una negociación entre ambas partes para formar una nueva coalición dominante de la estructura, pero a estas alturas no parece haber ningún ánimo de entendimiento interno y más bien la lista de purgados aumenta cada día. La orden de desmantelar las estructuras del llamado sandinismo histórico, escondía el temor de que se crearan corrientes orgánicas dentro del FSLN, que dieran voz y presencia a quienes se niegan a jugar un papel subordinado ante personas consideradas advenedizas, sin trayectoria política, y por tanto sin autoridad ni legitimidad. Pero antes ya hubo otras depuraciones de “infieles” como la ocurrida tras las rebeliones de las candidaturas propias antes de las municipales o la destitución de alcaldes y concejales que no se apegaban a las orientaciones de “la compañera”.

Esta contradicción entre familia y partido, encierra una pugna estratégica por la redefinición de la relación entre principal y agente, que de momento parece enquistarse como una guerra cultural entre centro y periferia por la legitimidad y la propiedad del FSLN. Dicho en breve: si el partido se impone, habrá pasada de cuentas a la infiltración familiar; pero si la familia –es decir, el orteguismo- prevalece, el FSLN terminará su involución como instrumento de la dinastía y su fin como partido. Como ya se ha visto en otros casos de partidos únicos al servicio de una familia (Rumania, Corea del Norte y Cuba, por citar algunos casos), los partidos terminan siendo empresas para la escenificación de la política.

Llegado a este punto, partido y familia se encuentran ante una paradoja: ambos se necesitan, pero la necesidad no da para un matrimonio de conveniencia; las dos partes son rehenes de una ecuación de suma cero. La familia persigue asegurar la transmisión dinástica, pero para ello necesita de un partido que la asegure. Pero si esto ocurriese retomará fuerza el partido, que seguramente reclamará recuperar su rol de principal y con ello el debilitamiento del proyecto familiar.

De los tres factores señalados, sólo el pragmatismo obedece al control de los jerarcas de la familia. La desinstitucionalización del FSLN en pro del orteguismo y la supervivencia del modelo original del sandinismo frente al plan hereditario, son piedras en el camino para imponer el sistema de partido único en Nicaragua. Ambos están amarrados y apuntan al corazón dinástico. Uno atenta contra el partido que sería el eje del sistema –sin partido no es posible el partido único-; el otro es un impedimento para la sucesión familiar.

Seguramente esté entre los planes del orteguismo convertirse en una monarquía presidencial, pero hasta que no extermine el último foco de resistencia de la plantilla originaria del FSLN, seguirá teniendo muy complicado convertirse en una familia-partido-Estado, al mejor estilo de los sultanismos modernos.

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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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