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Por la democracia y contra la ofensiva fascista

La locura fascista del orteguismo, es infinitamente más peligrosa que la demencia natural de las personas

28 de mayo 2019

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Por la democracia

La lucha por la libertad y la democracia, también tiene sus paradojas, como la que ocurrió el jueves de la semana anterior: el poder que ostenta la dictadura con sus fuerzas policiales y parapoliciales, más toda la burocracia institucional con las cuales puede matar, reprimir, encarcelar, asediar, amenazar, prohibir y aterrorizar, el pueblo se lo redujo a cero efectividad… ¡con el único y sencillo acto de hacer un paro de actividades!

Con solo ese paro de actividades productivas y comerciales el pueblo demostró ser más fuerte que toda la maquinaria represiva de la dictadura, pese a que esta lucha es entre dos poderes desiguales.  Los dictadores la hacen con la fuerza bruta y sin razón, mientras el pueblo la hace con su fuerza moral y con todas las razones a su favor.  La dictadura atenta contra todo derecho y razón, en tanto la fuerza moral del pueblo enarbola aspiraciones de libertad con un elevado sentido humano.


Es posible medir los efectos del paro nacional, pero no es justo medirlo solo por el porcentaje de negocios cerrados o por el porcentaje de los negocios abiertos, sino por el factor humano: en su mayoría, el pueblo se ausentó de toda actividad productiva y comercial y se negó a ser factor de consumo en los negocios abiertos.  Y si se toma en cuenta que, como fue el caso de los bancos, no todos abrieron por las amenazas del gobierno, los portavoces del sistema bancario expresaron documentalmente su solidaridad con los objetivos del paro: protesta por el asesinato de Eddy Montes Praslin, la liberación absoluta de los secuestrados políticos y la restitución de los derechos democráticos.

Algunos comerciantes abrieron por su propia voluntad, lo cual, en esencia, no cambia nada, pues el poder de la dictadura no radica en la voluntad de una minoría social, sino en la fuerza armada y la burocracia estatal represivas.

Sin hacer nada práctico que no sea quedarse en casa, los miembros del movimiento cívico auto convocado han demostrado que la derrota de la dictadura no dependerá de los factores externos, sino fundamentalmente de lo que puede hacer la movilización popular. Esto no significa menospreciar la importancia del factor exterior, pero es más importante no bajar la guardia en el interior del país, y mantener una alerta política para no confiar demasiado en la ayuda exterior, por el hecho de que esa solidaridad no viene de sectores políticos homogéneos ni todo lo que se ofrece viene libre de ulteriores intenciones políticas hegemonistas.

Contra la ofensiva fascista  

Los dictadores, desde hace un tiempo atrás, vienen degenerando  su régimen con la fascistización de sus métodos represivos, sustentados en la idea totalitaria de que su “sandinismo” debe imponerse por la fuerza como la única corriente política de todos los nicaragüenses, y esa su locura es repudiada por la mayoría de los nicaragüenses, aún bajo la represión, como ocurrió el domingo anterior.

El orteguismo se ha enclaustrado en su mundo de ficción y parece que ya no podrá vivir si no dentro de su propia fantasía. En el mundo real se sabe que todas las excarcelaciones condicionadas, las promesas de la libertad plena de centenares de secuestrados y todas las declaraciones fingidas de amor por la democracia las hacen tratar de evitar las sanciones internacionales, pero más que todo, para intentar paralizar las presiones que el pueblo es capaz de hacer, como lo demostró con el paro nacional.

El último desesperado esfuerzo de los dictadores por pasar su fantasía como la realidad, es una disfrazada amnistía con el nombre de “Ley del Plan Integral de Atención a las Víctimas”, víctimas que resultan ser… ¡ellos mismos, los represores!  Pero, ¿“víctimas” de qué y de quiénes? En su desquiciada lógica, sus centenares de asesinados, otros tantos secuestrados y todos los torturados junto a sus familias, física y moralmente, son los “victimarios”.

Enajenación mayor y total de nuestra realidad nacional, nunca la tuvo ninguno de los dictadores.  Si los nicaragüenses, en su mayoría, no estuviéramos seguros de que a la satrapía monárquica no le queda mucho tiempo, solo sería posible si sufriéramos igual enajenación que los dictadores.  Pero nunca nuestro pueblo estuvo más consciente y unido como lo está ahora, exponiendo su libertad y su vida frente a esta manada de gobernantes enajenados, para que nunca más haya otra dictadura.

Esa es una muy grande diferencia entre los afanes actuales de los protagonistas de esta histórica batalla entre quienes luchan por la libertad y por la democracia, y los opresores que demasiadas veces han traicionado al pueblo, enarbolando diferentes banderas políticas,  concepciones ideológicas reaccionarias y con distintos orígenes de clase.

No por disfrazada de legalidad la última maniobra de los orteguistas, podrá ocultar cuan enajenados están sus promotores de la realidad que les rodea: un pueblo cívicamente alzado frente a sus crímenes y ahora contra su pretensión de lograr la impunidad.  Pareciera que, en su enajenación, son incapaces de calibrar la diferencia entre los politiqueros de su misma calaña y el movimiento de los jóvenes y adultos autoconvocados.  Con los primeros les basta un soborno económico, una curul o un cargo público para ganarse su complicidad.  Con los segundos, no les basta la represión ni los asesinatos para someterlos.

Los dictadores no quieren darse cuenta de que la obsolescencia de esos partidos políticos con los que negocian las elecciones fraudulentas, se la decretaron las nuevas generaciones de nicaragüenses.  Tampoco necesitaron de los políticos tradicionales para rebelarse frente a la dictadura, para orientarse y fortalecer su lucha.

Los dictadores no solo recurren a la represión violenta contra manifestantes, sino también contra por los negociadores de la Alianza Cívica, que no se rinden ante sus maniobras y amenazas, porque se mantienen unidos y han sido fieles a esas nuevas generaciones dispuestas a reconstruir una nueva Nicaragua.

La locura fascista del orteguismo, es infinitamente más peligrosa que la demencia natural de las personas, porque: 1) ellas no son culpables de su enfermedad mental; 2) están recluidas en centros siquiátricos o atendidas en su hogar para sanarlas y que, en sus crisis, no causen daño a nadie, aunque en general son enfermos pacíficos; 3) los enfermos mentales no tienen armas y—cuando incidentalmente usan alguna, matan sin fines políticos ni para defender lo robado desde ningún poder estatal.

El fascismo es la extrema locura de un extremismo político desbordado, y a ese estado está llegando algunos locutores  orteguistas de sus canales de radio y televisión, quienes  exigen –con rostros descompuestos y palabras llenas de odio—acciones militares en contra del movimiento auto convocado y los miembros de la comisión negociadora de la Alianza Cívica.  Es como si les pareciera poca la cantidad de muertes que ya causaron.

Evitar ese peligroso avance fascista, es otro motivo por el cual se lucha hoy, y por tener un país diferente, con tolerancia para todas las opiniones, es decir, con libertad de expresión y de crítica, respeto a las diferencias políticas, ideológicas y religiosas de los otros, darle un cauce democrático a las luchas dentro de las inevitables contradicciones sociales, sin represión contra quienes reclamen justicia ante quienes se la han negado históricamente, amparados en sus privilegios de clase y el poder político.

No me estoy imaginando a una sociedad ideal, perfecta –que nunca existió ni existirá—sino a una sociedad no sumisa ni sometida, donde se pueda enfrentar con inteligencia y conciencia los problemas que crean las contradicciones sociales, y resolverlos con la mayor justicia y equidad posibles.  Y, en nuestro país, una sociedad así, además de posible, es urgentemente necesaria.

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Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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