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Porcentajes electoreros y los predicadores de la división

Los adversarios abiertos y solapados aprovechan las diferencias de origen social entre sus integrantes para provocar resentimientos, promover sospechas

Los adversarios abiertos y solapados aprovechan las diferencias de origen social entre sus integrantes para provocar resentimientos

30 de junio 2020

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Me cuesta pensar en que las encuestas merecen crédito. Y no me imagino que haya algo que pueda convencerme de lo contrario. Pero tampoco me extraña que la última encuesta de la CID Gallup provocara muchos comentarios, aunque fue tan rápido como incendio de tuzas. Aparte de eso, pienso que algunas conclusiones en los medios ayudaron a percibir otros ángulos importantes.

Por ejemplo, la opinión de que en la referida encuesta hay grandes diferencias entre el comportamiento de los imaginarios votantes en relación al hipotético 23% que lo haría a favor de Daniel Ortega.


Parece lógico que si Ortega se hizo de la presidencia con el 38% de los votos en noviembre de 2006 –por efecto del pacto político inter gansteril con Arnoldo Alemán—, y los trece años de abusos, entre ellos los dos años de la represión sangrienta iniciada desde de abril 2008 al día de hoy, sean suficientes causas para que su bajón llegara al 23%.

Sin embargo, aun cuando ese especulativo 23% fuera cierto, no puede ser cierta la conclusión de que esa cifra constituye “el voto duro” de Ortega en el presente. ¿Por qué imagino eso?

Primero: porque no es razonable esperar que exista tal “voto duro” en ese porcentaje después de la represión y los crímenes de abril del 2018, los que todavía no cesan. Segundo, porque entre ese 23%, incluye toda la burocracia del aparato administrativo del Estado… ¡pero hay que tomar en cuenta el hecho de que, durante este mismo lapso, las obligaciones humillantes y los peligros a que la dictadura somete a miles de empleados públicos, seguramente que ha erosionado su confianza en el orteguismo, en porcentajes incalculables!

Esa posibilidad, plantea una respuesta, aunque también especulativa: que el tal “voto duro” del orteguismo (en cualquier porcentaje que sea) solo lo constituirían las Fuerzas Armadas y el “partido”, que son: el Ejército, la Policía, los paramilitares y los orteguistas más fanáticos. Pienso, en consecuencia, que aún con ese supuesto del 23% se le hace un favor al orteguismo.

Eso supondría que el “voto duro” del orteguismo lo expone a ser fácilmente derrotado. Pero esto podría crear exceso de confianza ente los opositores, que los llevaría a descuidarse. No obstante, aunque sucediera ese exceso de confianza, lo podría evitar la otra conclusión sacada de entre las opiniones leídas y escuchadas: que nadie puede derrotar a la dictadura con sus propias fuerzas, sino con todas las fuerzas de oposición (sin referencias ideológicas ni partidarias) unidas bajo el objetivo común de derrotarla para abrirle libre espacio al ejercicio de los derechos democráticos.

Pese a que esa afirmación, de tan cierta, pueda parecer una perogrullada, no carece de importancia ni para la dictadura y las fuerzas políticas zancudas. Si no, veamos lo que sucedió al principio de la semana anterior en torno a la deseada ruptura entre la oposición que buscan sus enemigos con sus opiniones, rumores, cuechos y “análisis” sobre la supuesta inexistencia de una “verdadera oposición”, menospreciando a la Alianza Cívica, a la UNAB y a sus partidos políticos asociados.

Argumentaron, que las discrepancias internas eran motivadas por intereses personales “tras los cargos públicos”, y las calificaron como una “maldición” que pesa sobre todos los experimentos políticos opositores en nuestra historia política. De esta forma, los pregoneros del divisionismo se tomaron su turno para batear contra la unidad opositora en la Coalición Nacional.

Nada casual, muchos menos inocente. Tampoco es para asustarse, porque las contradicciones son partes inseparables de todas las luchas políticas en donde convergen diversos sectores sociales maltratados por la dictadura en sus respectivos intereses. Igual puede ser una ingenuidad suponer que factores externos que ofrecen su solidaridad a nuestra lucha, lo hacen al margen de sus propios intereses geopolíticos.

Es necesario ser consciente de que no todo en las luchas políticas es bien intencionado, y estar alertas para poder separar el trigo de la paja entre informaciones, noticias, opiniones y “análisis”, respecto a las disensiones internas entre la Alianza Cívica y el resto de los organismos de oposición.

Todos los recovecos de la política deben ser reconocidos por quien se mete a ella, y saber que, precisamente, los adversarios recurren a cierto nivel de sutileza en las alusiones demeritorias en contra del esfuerzo unitario por la consolidación de la alianza opositora.

Junto a saber a qué se debe ese “cierto nivel de sutileza”, se debe tener en cuenta, otro hecho real: para sus ataques contra la unidad en torno a la Coalición Nacional, los adversarios abiertos y solapados aprovechan las diferencias de origen social entre sus integrantes para provocar resentimientos, promover sospechas, principalmente entre los jóvenes y los hombres del campo.

¿Por qué motivos?

Uno: porque suponen que los jóvenes son inexpertos y fáciles de influir, por su reciente protagonismo en los debates y los conflictos políticos. En este caso, prefieren olvidar: que, si es verdad que la rebelión de abril 2018 fue espontánea y autoconvocada, en la conciencia colectiva de la juventud estaba latente la convicción del tipo de régimen dictatorial de los Ortega-Murillo, y de todas sus fechorías de corrupción, crímenes y engaños.

Dos: porque piensan que los campesinos se pueden engañar, como históricamente lo han hecho los políticos urbanos de los partidos tradicionales, pero tampoco toman en cuenta: que su movimiento lleva siete años de enfrentamientos a la política represiva de la dictadura, y una victoria, de hecho, sobre la traición a los intereses nacionales del pacto Daniel Ortega-Wang Jing.

Pienso que no pueden confundir y resentir al colectivo juvenil ni al movimiento campesino, ni destruir la unidad de la Coalición Nacional, aunque tampoco se descartan los casos individuales (como ya lo hemos visto). Y esto, es otro hecho natural en todo movimiento político, algo que no se puede soslayar.

Satisface que la Alianza Cívica firmara de nacimiento de la Coalición Nacional el 25 de junio de la semana anterior, porque fue un buen tapabocas no solo para los portavoces de la dictadura, sino igualmente para los que hacen el papel de oráculos del fatalismo de la eterna división opositora.

Está claro, que tanto el suscrito, como los opinantes sospechosos de intrigar contra la unidad en la acción de los opositores, no tenemos actividad dentro de ningún organismo político de los que integran la Coalición Nacional. Pero quien tenga intención de influir en sus asuntos internos, que se integre a la organización que más le satisfaga y esté acorde con sus ideas políticas, pero que deje de fingir papeles de orientadores infalibles de las “rutas” a seguir, a quienes no se las han pedido.

A nadie se le puede negar su derecho a la libre expresión, pero la crítica y los consejos les quedan mejor a quienes emplean sus conocimientos, practicando dentro de las filas de cualquier organismo político o social, como un militante más que se juega el pellejo junto a todos, en todo momento.

Guste o no mi opinión, quienes se sientan aludidos con mis críticas, no es nada importante. Y no es que no me interesa la opinión ajena, pues porque me interesa hago críticas públicamente. Es lo poco que puedo aportar a las causas justas de este pueblo sacrificado por opresores de todo pelaje y sus servidores abiertos o solapados.

Sé que, para comer pescado, se tiene que… hacer lo que ya todos sabemos. Pero, pienso que meterse al río, no debe ser para lavarse las manos. Tampoco se debe usar la mascarilla para asaltar a los unitarios, sino para que nos protejamos todos de la plaga del Coronavirus del Carmen City Park…

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Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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