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Proyecto político democrático de ruptura

El surgimiento de un proyecto político de ruptura abriría la posibilidad de un camino de esperanza a la gente

Oscar René Vargas

24 de mayo 2017

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A mi criterio la futura batalla política debe trascender los tiempos confines de las elecciones municipales de 2017. Avanzar en esta dirección exige cambiar las reglas del juego, hasta ahora al servicio del poder y de los poderosos y eliminar las oscuras conexiones entre el poder político y el económico.

El surgimiento de un proyecto político de ruptura abriría la posibilidad de un camino de esperanza a la gente, a los que han soportado sobre sus espaldas el coste de la crisis, a los que han padecido en mayor medida los recortes en los gastos sociales, a los perdedores, a los de abajo, a la mayoría social, en definitiva. En otras palabras, el proyecto político de ruptura tiene que poner a la gente –a los débiles y a los más desfavorecidos, sobre todo- en el centro mismo de la acción política.


El ADN del proyecto político de ruptura debe ser la democracia, la recuperación de la soberanía (canal interoceánico), la lucha contra la corrupción, la desigualdad social, imponer mayores controles en la utilización del dinero público y acabar con la impunidad de los “de arriba”.

El proyecto político de ruptura tiene que tener un programa cuyos principales pilares sean el rescate ciudadano, la regeneración democrática, una verdadera reforma de la política fiscal, y la reconstrucción y la modernización de una economía que ha sido controlada por las elites (alianza de la nueva clase con la vieja oligarquía). Este programa debe ser un contrato con la ciudadanía, que refleje el insobornable compromiso de un gobierno decente, transparente, decidido a luchar frontalmente contra la corrupción.

El proyecto político de ruptura debe de poner en primer plano la transparencia en la gestión política y el control social para poner coto a los injustificado y nocivos subsidios y privilegios que anualmente restan alrededor de mil millones de dólares al erario público. Es decir, los sacrosantos e intocables privilegios de la vieja oligarquía y la nueva clase deben de verse seriamente comprometidos con la acción política del gobierno democrático de ruptura.

Sí, el proyecto político de ruptura debe significar el fin de los subsidios a esas elites que no pagan impuestos y que practican, sin pudor, con indecencia e impunidad, el fraude y la evasión fiscal, y que se han enriquecido en connivencia con las corporaciones financieras y con una clase política corrupta y clientelista.

Las intransigencias del gobierno, la captura de las instituciones por parte de las elites políticas y económicas y la posición dominante de la nueva clase y sus aliados. Esto es lo que hay detrás del empalagoso y tramposo discurso del gobierno. Es evidente que poner esta realidad negro sobre blanco no gusta a los sectores dominantes. Ortega no ha entendido que una cosa es tomar el Estado y otra dejarse tomar completamente por el Estado.

Las oligarquías económicas y las elites políticas, en perfecta sintonía y sincronización, quieren bloquear a cualquier proyecto político democrático de ruptura y a quienes se atrevan a cuestionar el “status quo”. Un proyecto político de ruptura se tendrá que desarrollar en un contexto de hostilidad mediática –la mayoría de los medios de comunicación están en manos de un duopolio controlado por el gobierno- y con amenazas, nada disimuladas, procedentes de las instituciones gubernamentales. Toda la maquinaria mediática, política y económica se desplegará para defender los privilegios de los poderosos.

Por otro lado, afrontamos la mutación de un sector del “sandinismo histórico”, más los recién llegados, en una fuerza neoliberal pura, lo cual deja un hueco político inmenso porque rompe sus lazos de la tradición política del “sandinismo original” con capas sociales importantes. Son las capas que convirtieron al orteguismo en hegemónica. Se le debe explicar que el futuro con la continuación del gobierno Ortega es: un proyecto oligárquico y autoritario, que acoge a un capitalismo extractivo y patrimonial, con una fractura social creciente, donde se agravan las desigualdades de género y que da la espalda a las irreversibles consecuencias del cambio climático.

En el proyecto político democrático de ruptura se tiene que vislumbrar otra Nicaragua, basada en la cooperación, la solidaridad, el diálogo, la democracia y la convergencia. Necesitamos esa Nicaragua. Esto es lo que nos jugamos, ni más ni menos en el futuro inmediato. De ahí la necesidad, la imperiosa urgencia de explicar a la ciudadanía la necesidad de un proyecto político diferente. Explicarles que nuestro presente y nuestro futuro se estarán resolviendo en los próximos años.

El proyecto político democrático implica romper con las políticas públicas dominantes. El objetivo también es impulsar la ralentizada economía, frenar el estancamiento de la clase media y reducir las crecientes desigualdades sociales. Me parece que actualmente asistimos a una contradicción entre la novedad que implica un proyecto de ruptura y el método político empleado para alcanzarlo. En la coyuntura actual, incluso medidas modestas o moderadas alcanzan lo que llamaría dimensiones potencialmente de ruptura.

Tenemos que tomar en cuenta que existe una interacción entre movilizaciones populares y fenómenos políticos con traducción electoral, creo que esto es algo absolutamente crucial. Las temporalidades de estos dos ciclos, la temporalidad social y la temporalidad de los procesos políticos, no están sincronizadas -ojalá lo estuvieran.

Por esta razón la política y la estrategia son necesarias. No va a haber una solución milagrosa que emerja desde abajo, suficientemente potente como para derrumbar, de un solo golpe, el actual equilibrio de fuerzas. Estos procesos implican temporalidades y duraciones mucho más complejas.


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