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¿Qué decirle a Luis Almagro?

En el siglo XXI al monstruo de las dictaduras le han crecido nuevas cabezas. No se engañe pensando que todas son iguales.

En el siglo XXI al monstruo de las dictaduras le han crecido nuevas cabezas. No se engañe pensando que todas son iguales. Lea: ¿Qué decirle a Luis Almagro sobre Nicaragua?

Carlos F Grigsby

8 de junio 2018

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Ahora que queda cada vez más claro que la OEA es la última aliada de Ortega y Murillo, la postura de Almagro con respecto del gobierno —que hasta ahora me había inspirado una ligera incredulidad— ha recrudecido para mí en verdadera y obcecada curiosidad. Me hallo a menudo preguntándome a mí mismo: más allá de las amonestaciones y aspavientos con que se le ha interpelado con bastante inutilidad, ¿qué se le podría decir?

A ver si lo entiendo, señor Almagro. Usted, un hombre de izquierda, fue nombrado secretario general de la OEA, una organización cuyos fines han sido siempre cuestionados por alinearse con los intereses del país que provee el 60% de su presupuesto anual, los Estados Unidos. Usted aceptó ese puesto y poco tiempo después condenó públicamente, con la vehemencia que le es característica, al régimen de Maduro, sorprendiendo incluso al departamento de estado. Por su nueva postura fue duramente criticado en su país Uruguay; pero en el norte se dice que el otrora partidario del castrismo y el chavismo le insufla nuevo aliento a una organización en sus últimos estertores.


Los ciudadanos normales y corrientes vemos con suspicacia los gestos de los políticos. Por lo general, creemos ver en ellos personas de una ambición mayor que parecieran tener un olfato agudo para la oportunidad y un pecho frío para la doblez. Por eso los nicaragüenses escépticos piensan que entre usted y Ortega hay algún acuerdo debajo de la mesa. Pero quizá haya algo más a su renuencia a ver en este largo gobierno una dictadura. Quizá haya un hombre de izquierda que, a pesar de haber condenado al chavismo y al castrismo —y como resultado haberse vuelto uno de sus principales opositores en el hemisferio— quiera todavía salvar el proyecto de la izquierda en Hispanoamérica.

Usted ha visitado Nicaragua más de una vez. En esas visitas estoy seguro de que Daniel Ortega siempre le ha mostrado buena voluntad para negociar. Por eso, en una entrevista reciente, usted argüía que la disposición del gobierno a recibir a la CIDH, a aceptar la implementación de un grupo independiente de expertos que den justicia a los asesinatos, y a pedir la renuncia de Roberto Rivas, expresidente del CSE, son todas muestras de una apertura al cambio y a la negociación que lo descalificaría como régimen dictatorial. Como buen político, usted sabrá que, para realmente comprender la coyuntura de un país, hace falta conocer el contexto desde adentro. Déjeme darle una explicación desde adentro.

Para que el gobierno mostrara la buena voluntad de invitar a la CIDH, que arribó a Nicaragua el 17 de mayo, hicieron falta 30 días de protestas cruentamente reprimidas y 72 muertos, de los cuales 17 murieron de un disparo en la cabeza, 4 en el cuello y 13 en el tórax. También hizo falta que, al iniciar las protestas, el gobierno censurara sin éxito los principales medios independientes del país; digo sin éxito pues las redes sociales llenaron el vacío de información que la censura buscaba producir. Además, el 16 de mayo, un día antes de que llegara la CIDH, Ortega dio un discurso en una mesa de diálogo con distintas facciones representativas de la sociedad civil, en cuyo contenido no reconoció los muertos ni asumió responsabilidad por los hechos.

No obstante, como bien sabe, el reporte de la CIDH fue contundente: 76 muertos y más de 800 heridos. Al persistir las protestas y al persistir los asesinatos, Ortega se fue quedando solo. No solo perdía el apoyo de votantes sandinistas, sino también el de sus aliados en las cúpulas económicas. Como resultado, el 30 de mayo Ortega recibió una carta de los consejeros del COSEP, entre los cuales se encuentran los hombres más poderosos del país. En los párrafos de esa carta los consejeros le instaban a un adelanto de elecciones; así, su rompimiento con todos los sectores de la sociedad, salvo los integrantes de su partido que ocupan importantes cargos públicos y dirigen la policía nacional, era definitivo.

Un día después vendría la renuncia de Roberto Rivas, el segundo hecho de «buena voluntad» que menciona usted en la entrevista. Desde febrero de este año Rivas no desempeña sus funciones en el CSE, gracias a una reforma electoral que tuvo lugar debido a las graves sanciones que le fueron impuestas a éste por los Estados Unidos, quien lo acusa de cometer actos de corrupción significativa y graves violaciones a los derechos humanos. Como me dijo una amiga querida, hacer que Rivas renunciara era «como patear a un caballo muerto.» Si usted se fija bien, las fechas no son casualidad; irónicamente, la OEA se ha convertido en la última aliada del presidente, de manera que él debe hacerle concesiones para mantenerla de su lado. Además, el cronograma de reforma electoral que ustedes proponen le daría al gobierno valiosos meses en el poder —por lo menos hasta enero de 2019, y no sabemos cuánto más—, además de conferirle entretanto una legitimidad democrática que le es absolutamente desmerecida.

En la crisis actual Nicaragua no aguanta hasta enero de 2019, señor Almagro. El país está sumido en un auténtico estado de terror, ya que el gobierno ha permitido que al caer la noche las pandillas y los narcotraficantes impongan su anarquía. Sin mencionar que la aparición terrorífica de cadáveres de jóvenes en Medicina Legal y en la siniestra Cuesta del Plomo da señas inequívocas de que existe una persecución en contra de los involucrados en las protestas (no en vano la CIDH ha tomado medidas preventivas de seguridad con los líderes universitarios). Esto se vuelve aun más preocupante si consideramos que el comunicado oficial del gobierno lanzado el 31 de mayo, en el cual rechaza cualquier responsabilidad de violencia en el país, así como la existencia de fuerzas de choque y grupos paramilitares afines a él, contradice directamente el informe de la CIDH. ¿No ve usted una grave contradicción allí? ¿No le inquietan esos gestos turbios?

Ahora bien, ¿que este gobierno ha invertido mucho en salud, en la construcción de escuelas, en infraestructura, en la rehabilitación de espacios públicos y en electrificación rural, al menos bastante más que los anteriores gobiernos? —Sí. ¿Que en la oposición actual hay muchos oportunistas con su propia agenda política que quieren aprovecharse de la crisis del país? —Sí. ¿Que ha habido violencia de los dos lados, así como falsa información de ambas partes? —Innegable. Pero ponga los hechos en la balanza, señor Almagro, y sopese cuántos jóvenes han muerto en comparación con cuántos policías. Si descree de la falsa información que se difunde, vea la retórica que utilizan los medios oficialistas en comparación con la de los medios independientes. Vea los videos que atraviesan las redes; compare las marchas del gobierno y aquellas autoconvocadas. Lo exhorto a que se informe, y a que escrute esos gestos que usted considera «muestras de buena fe». En el siglo XXI al monstruo de las dictaduras le han crecido nuevas cabezas. No se engañe pensando que todas son iguales.


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Carlos F Grigsby

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