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Realismo sobre el realismo de la política exterior

Ningún presidente puede ser líder en su país o en el exterior sin poder; pero el poder tiene que ver con algo más que bombas, balas o recursos

Joe Biden, presidente de Estados Unidos. Foto: EFE | Confidencial

7 de febrero 2022

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CAMBRIDGE– ¿La crisis actual en Ucrania fue causada por una falta de realismo en la política exterior norteamericana? Según algunos analistas, el deseo liberal de propagar la democracia es lo que llevó la expansión de la OTAN hasta las fronteras de Rusia, causando que el presidente ruso, Vladimir Putin, se sintiera cada vez más amenazado. Visto desde esta perspectiva, no sorprende que respondiera exigiendo una esfera de influencia análoga a lo que Estados Unidos alguna vez reivindicó en América Latina con su Doctrina Monroe.

Pero este argumento realista tiene un problema: no se puede llamar liberal a la decisión de 2008 de la OTAN (muy promovida por la Administración del presidente George W. Bush) de invitar a Georgia y a Ucrania a sumarse a la Alianza. Tampoco se puede decir que estuviera impulsada por liberales. Al plantear este tipo de argumentos, los realistas apuntan al período posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando el liberalismo del presidente norteamericano Woodrow Wilson contribuyó a una política exterior legalista e idealista que en definitiva no logró impedir la Segunda Guerra Mundial.


En consecuencia, en los años 1940, académicos como Hans Morgenthau y diplomáticos como George Kennan advirtieron a los norteamericanos que en adelante debían basar su política exterior en el realismo. Como explicó Morgenthau en 1948, un “Estado no tiene derecho a dejar que su desaprobación moral del incumplimiento de la libertad se interponga en el camino de una acción política exitosa”. O, en las palabras más recientes del politólogo John Mearsheimer de la Universidad de Chicago: “Los Estados operan en un mundo de autoayuda en el que la mejor manera de sobrevivir es siendo lo más poderoso posible, aunque esto exija perseguir políticas despiadadas. No es una historia bonita, pero no hay una alternativa mejor si la supervivencia es el máximo objetivo de un país”.

En un ejemplo histórico famoso de esta estrategia, Winston Churchill, en 1940, ordenó un ataque a barcos navales franceses, en el que murieron unos 1300 de los aliados de Gran Bretaña en lugar de dejar que la flota cayera en manos de Hitler. Churchill también autorizó el bombardeo de blancos civiles alemanes.

Pero si bien muchos observadores justificaron estas decisiones cuando la supervivencia de Gran Bretaña estaba en juego, condenaron el bombardeo de Dresden en febrero de 1945, porque la victoria en Europa ya estaba garantizada a esa altura. Churchill pudo invocar la necesidad de supervivencia para justificar el hecho de pasar por alto reglas morales en los primeros días de la guerra, pero se equivocó al seguir haciéndolo después, cuando la supervivencia no estaba en duda.

En general, estas situaciones desesperadas son raras, y la mayoría de los líderes son eclécticos al seleccionar los mapas mentales con los cuales navegan el mundo. En consecuencia, cuando se le pidió a Donald Trump que explicara su reacción blanda ante la muerte del periodista saudí Jamal Khashoggidijo “¡Estados Unidos primero! El mundo es un lugar muy peligroso”.

Cuando los realistas describen el mundo como si no existieran opciones morales, no hacen más que disfrazar su propia elección. La supervivencia puede venir primero, pero no es el único valor que merece ser defendido. Gran parte de la política internacional hoy no tiene que ver en absoluto con la supervivencia. El realista inteligente podría no instar a la OTAN a extender su membrecía hasta Ucrania, pero no apoyaría abandonar a ese país.

Después de todo, un realista inteligente conoce los diferentes tipos de poder. Ningún presidente puede ser líder en su país o en el exterior sin poder; pero el poder tiene que ver con algo más que bombas, balas o recursos. Hay tres maneras de que otros hagan lo que uno quiere: coerción (palos), pago (zanahorias) y atracción (poder blando). Entender plenamente el poder incluye estos tres aspectos.

Si otros en el mundo asocian a un país con ciertas posiciones morales, ese reconocimiento confiere poder blando. Pero como el poder blando es lento y rara vez es suficiente en sí mismo, los líderes siempre se sentirán tentados a desplegar el poder duro de la coerción o el pago. Deben tener en cuenta que, cuando se lo ejerce por sí solo, el poder duro puede implicar costos más elevados que cuando se lo combina con el poder blando de la atracción. El Imperio Romano descansaba no solo en sus legiones sino también en el atractivo de la cultura romana.

En los primeros días de la Guerra Fría, la Unión Soviética gozaba de una buena cantidad de poder blando en Europa, porque le había hecho frente a Hitler. Pero dilapidó esta buena voluntad cuando utilizó poder militar duro para reprimir a los movimientos prolibertad en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968. Estados Unidos, por el contrario, combinó una presencia militar en Europa después de la Segunda Guerra Mundial con ayuda para respaldar la recuperación europea con el Plan Marshall.

El poder blando de un país descansa en su cultura, sus valores y sus políticas (cuando los demás los consideran legítimos). En el caso de Estados Unidos, el poder blando muchas veces se ha visto reforzado por los argumentos que usan los presidentes norteamericanos para explicar sus políticas exteriores. John F. Kennedy, Ronald Reagan y Barack Obama, por ejemplo, enmarcaron sus políticas de maneras que atrajeron respaldo tanto en el país como en el exterior, mientras que Richard Nixon y Trump fueron menos exitosos a la hora de ganar respaldo fuera de Estados Unidos.

En un mundo de Estados soberanos, el realismo para diseñar la política exterior es inevitable. Pero muchos realistas se quedan ahí, en lugar de reconocer que el cosmopolitismo y el liberalismo muchas veces tienen algo importante que aportar. El realismo es, por lo tanto, una base necesaria pero insuficiente para la política exterior.

La cuestión tiene que ver con el grado. Como nunca hay una seguridad perfecta, una Administración debe decidir cuánta seguridad se garantizará antes de incorporar otros valores como la libertad, la identidad o los derechos en su política exterior. Las opciones de política exterior muchas veces enfrentan a los valores con intereses prácticos o comerciales, como cuando Estados Unidos decide vender armas a aliados autoritarios o condenar a China por sus antecedentes en materia de derechos humanos. Cuando los realistas tratan estos intercambios como si fueran similares a la decisión de Churchill de atacar a la flota francesa, simplemente están eludiendo las cuestiones morales duras.

Pero el presidente Joe Biden no puede ignorar la cuestión. Su desafío diplomático hoy consiste en encontrar una manera de evitar la guerra sin abandonar a Ucrania o los valores que sustentan el poder blando y la red de alianzas de Estados Unidos.

*Este artículo fue publicado inicialmente en Project Syndicate


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Joseph S. Nye, Jr.

Geopolitólogo y profesor estadounidense. Profesor de la Universidad de Harvard y ex subsecretario de Defensa de Estados Unidos. Es cofundador de la teoría del neoliberalismo de las relaciones internacionales.

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