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Un profesional que prestigia a Chontales

El mito traspasa y se pierde en las brumas del tiempo, logra transformarse en un hecho irrefutable

El ingeniero Frank Barea Sandino, junto al consultor de IICA Agustín Merea, en Santo Domingo, República Dominicana. Foto: Confidencial | Cortesía.

Guillermo Rothschuh Villanueva

4 de diciembre 2022

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Cuando Francisco Barea Sandino logró salvar el principal obstáculo que tenía en el camino —el pago de colegiatura en el Instituto Nacional de Chontales Josefa Toledo de Aguerri INCh— estaba convencido que saldría adelante. No en el balde había obtenido calificaciones inmejorables durante sus estudios de primaria. Como la mayoría de estudiantes de escasos recursos, solo necesitaba la oportunidad para demostrar la pasta de la que estaba hecho. Poseía un alto sentido de la disciplina estudiantil y tenía grandes cualidades deportivas. En solo el despegue del bachillerato conjugó ambos quehaceres. Su gusto por el deporte encontraría cauce y en sus estudios revalidaría su condición de estudiante ejemplar. Sabía que él era único responsable de sus éxitos o fracasos.

En tercer año ya había logrado coronar ambas metas, para entonces Barea Sandino era un destacado estudiante y un distinguido deportista. Estaba dispuesto a ratificar su alto quilataje como estudiante. Su entusiasmo por los deportes lo llevaban a desplazarse por los lugares hacia donde se movía el equipo de béisbol representativo de Juigalpa. Llegaba al campo de béisbol en Pueblo Nuevo, para presenciar la calistenia a que los jugadores eran sometidos. Encontró la forma de sumarse a las prácticas. Una manera de sacarse el rigio. Esto no suponía dejar atrás sus responsabilidades académicas. En su concepción de la vida, ambas disciplinas caminaban de la mano. Jamás iba a descuidar sus estudios. Más bien en el deporte encontraba el solaz necesario. Era ajeno a cualquier vicio.


Un muchacho entusiasmado por el béisbol, buscaba afanoso, referentes deportivos y no le resultó difícil encontrarlos. En las generaciones precedentes, Barea Sandino encontraría las respuestas que andaba buscando. Cuando Frank dirige la mirada hacia atrás, recuerda los nombres de Pilo Rivera, Toño Ugarte, Octavio Gallardo, José Luis Rivera, Mercedes Deleo y Ernesto Rivera, todos miembros de número de Los Indios, un equipo cargado de historia. Todavía Frank evoca sus hazañas. Siendo apenas un adolescente de dieciséis años, obtuvo la oportunidad esperada. En el partido sostenido en la ciudad de los quesillos, entre los equipos de Juigalpa y Santo Tomás, Octavio Gallardo, quien hacía las veces de pícher y manager, lo llamó de pronto a batear y no lo defraudó.

A partir de ese momento se ganó la titularidad del campo corto, algo que todavía no entraba en sus cálculos. El hecho de llegar a las prácticas resultó crucial. El fogueo que recibían los jugadores en Pueblo Nuevo era intenso. Los dos instructores del equipo Juigalpa, Chente García y Mercedes Deleo, se esmeraban por sacar lo mejor de cada uno de los peloteros. Después de haber pasado la prueba en Santo Tomás con relevante mérito, al año siguiente (1962) pasó a ocupar la posición de cuarto bate. Un ascenso vertiginoso. En Pueblo Nuevo se distinguió por hacer viajar la pelota hasta los confines. Más de una vez Frank quebró tejas de la casita que quedaba al final del jardín izquierdo. Una proeza que quedaría grabada en los anales del béisbol chontaleño.

El equipo de Juigalpa estaba conformado por una pléyade de deportistas de renovado prestigio. Adrián Avilés, Raymundo Urbina, Antonio Carazo, Pilo Rivera, Eduardo León (Caimito), Luis Felipe Cruz, Antonio Ugarte, Octavio Gallardo, Frank Barea Sandino y Gilberto Arróliga. Su rápido ascenso como pelotero, sirvió para que Frank fuese llamado junto con Pilo Rivera, Eduardo León y Moyo Madriz, a reforzar al equipo de Comalapa, ganador del torneo departamental en 1962. Para entonces Frank vestía la franela del equipo de la Compañía Nacional de Seguros. Ocupó el campo corto y siguió como cuarto bate. Este mismo año, Denis Báez trajo a Juigalpa una unidad móvil de Radiodifusora Nacional de Nicaragua, para que Nicaragua se enterara de la calidad de nuestro béisbol.

En la primera vuelta, enfrentados todos contra todos, el equipo de la Compañía Nacional de Seguros terminó invicto. En la segunda vuelta a tres juegos, quedaron en segundo lugar. En la disputa final, Comalapa les ganó dos juegos en el campo del INCh. Eso fue motivo para que el equipo de la tierra de los Vargas, Enríquez, Robleto, Miranda, Duarte, etc., resultara campeón. El promedio de bateo de Frank fue de 350 puntos. Como prueba de su poderío, en uno de los campeonatos nacionales representando a Chontales (1966), alcanzó 450 puntos, (9 imparables en 20 turnos). En la primera vuelta resultó campeón bate, el equipo fue eliminado en la segunda vuelta, por lo que no alcanzó el número de turnos suficientes para figurar entre los líderes oficiales del campeonato. Una lástima.

La más alta distinción que podía recibir un jugador de béisbol para esos años, era ser llamado como refuerzo, una señal de valía. Comalapa estaba conformada por un conjunto de jugadores laureados. Disponía de dos pícheres estelarísimos, Donald González y Enrique Pérez, además de Agustín Miranda. Los otros miembros eran Carlos Blanco (El Manudo, quien jugaría después el jardín derecho del equipo León en la Liga de Béisbol Profesional de Nicaragua), William Deering, El Borrego, el Chele Cantarero, John Williams, Leónidas Flores y Erick Sobalvarro. Pilo jugó tercera y Frank el segundo cojín. A partir de esa época el chontaleño fue invitado permanente como jugador importado en Camoapa y Tecolostote. Un reconocimiento del que se siente orgulloso.

Frank Barea Chontales

El ingeniero Frank Barea, con personal técnico y administrativo del IICA, en República Dominicana.
Foto: Confidencial |
Cortesía.

Para 1963 Barea Sandino había concluido con honores sus estudios de bachillerato. Al ser llamado a recibir el título, resultó como mejor alumno del INCh, mejor bachiller y mejor alumno de quinto año. Sus autoridades educativas, encabezadas por su director, profesor Víctor Manuel Báez Suárez, tenían por costumbre conferir una medalla de oro a quienes obtuvieran las más altas calificaciones. Sin lugar a dudas Francisco Barea Sandino guarda la suya. Tiene una alta significación simbólica. Con estas credenciales se matriculó en la Escuela Nacional de Agricultura y Ganadería (ENAG), una de las más prestigiosas en el área centroamericana. Sus graduados eran apetecidos por instituciones públicas y privadas. Ser graduado de la ENAG, era signo de garantía para las empresas que los contrataban.

Al desembarcar en la ENAG, Frank sabía que su futuro estaba una vez más en sus manos, el sistema de evaluación era rígido y la escuela se distinguía por su gran exigencia académica. El mayor desafío para quienes ingresaban a esa institución era hacerse acreedor de una beca Tipo A. El régimen de estudios era sumamente severo. En la ENAG los estudiantes con rendimiento académico por arriba de ochenta puntos, tenían garantizado hospedaje, alimentación, lavado y planchado de ropa, así como recibir en calidad de préstamo, los libros que necesitaban para sus estudios. Los estudiantes que obtenían becas de Tipo B, pagaban una cantidad módica, con la que cubrían todas las prestaciones; hasta tercer año los alumnos tenían prohibido salir de lunes a viernes.

Los profesores que impartían clases de matemáticas y física, eran los mismos profesores que daban clases en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua). Las autoridades de la ENAG aspiraban a formar profesionales del más alto nivel. La cuantiosa inversión en el mantenimiento de sus estudiantes, debía traducirse en una probada excelencia académica y profesional. La mayoría de las instituciones de educación superior estaban en manos del Estado. La Universidad Centroamericana (UCA), inició sus actividades académicas en 1961, un año después de su fundación. La segunda, la Universidad Politécnica (Upoli), abrió sus puertas en 1967. Los cuatro centros de educación superior disputaban la supremacía.

En este contexto educativo, Barea Sandino se entregó en cuerpo y alma a sus estudios. Seguía siendo consecuente con su rigurosidad de estudiante y deportista. Viajaba a Camoapa a reforzar el equipo de béisbol, transporte y alimentación eran garantizadas por su coterráneo, el doctor Salvador Guadamuz, graduado de la primera promoción del INCh y cofundador, junto con la profesora Salvadora Moncada Estrada, juigalpina, del Instituto Nacional de Camoapa. Mientras tanto Frank continuaba estudiando como endemoniado. No cejaba. Acostumbrado a bregar en ambientes altamente competitivos, seguía dando muestras de ser un estudiante comprometido con sus estudios. Ya se había acostumbrado a obtener las más altas calificaciones sin mayores aspavientos.

En su rutina como estudiante de la ENAG, Frank había comprendido que su rendimiento obedecía a la forma que lograba conjugar talento y disciplina, junto con su pasión por los deportes. Tenía que buscar el justo equilibrio entre dos actividades que fagocitaban su vida. Cada semestre aprobado era un paso en la dirección anhelada. Era consciente que sus logros lo colocaban en el peldaño siguiente, una forma de mantener la beca A, que se había ganado desde el primer semestre. En Managua se metió a jugar en la Liga de Oficinistas, siendo en una ocasión designado como jugador más valioso. En una de esas se topó con el chontaleño Rubén Ramírez (Tila), lanzador derecho, ponía la pelota en el lugar que el receptor la pedía. El pitcher que más problemas le dio a la hora de batear.

Al culminar los nueve semestres de estudios, Frank había acumulado nueve medallas de oro, lo acreditaban como mejor graduado de la ENAG-1967. Estableció una marca estudiantil, para muchas personas que llegaron después a estudiar a esa reputada institución, sus logros seguían siendo objeto de comentarios. En Chontales consiguió convertirse en icono deportivo, en la ENAG se convirtió en leyenda. El mito traspasa y se pierde en las brumas del tiempo, logra transformarse en hecho irrefutable. Su fama proviene de quiénes continúan diciendo que a la ENAG llegó un chontaleño, que compitió y venció, asentando un récord que todavía sigue vigente. De no haberse cerrado la ENAG, las generaciones siguientes seguirían contando la misma historia. No lo dudo.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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