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Una sólida cultura de la dominación

No es la verdad la primera en morir en una guerra, porque la verdad no es un objeto físico que se pueda matar

Los medios contribuyen a la consolidación democrática. Muchos gobernantes se muestran renuentes al escrutinio de la prensa. Son refractarios a la crítica.

Onofre Guevara López

11 de agosto 2020

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Es muy frecuente escuchar o leer frases que reflejan verdades aparentes, medias verdades, o verdades tan populares, que son aceptadas como si fueran dogmas.  Esas frases se quedan establecidas para siempre en la cultura colectiva.

Entre esas frases, está la siguiente: “En toda guerra, la primera víctima es la verdad.” Suena como una verdad absoluta, además de simpática, porque no todo el mundo sospecha que detrás de toda guerra, sobre todo en las de carácter internacional, se mueven grandes intereses económicos.


No es la verdad la primera en morir en una guerra, porque la verdad no es un objeto físico que se pueda matar. La frase pues, habla de una muerte de la verdad en sentido figurado.  ¿Cuál es, entonces, la guerra en donde, figuradamente, la verdad encuentra la “muerte” de primero?

Esa guerra, es la guerra de los medios de comunicación, por cuanto la llamada gran prensa –cuan agente del poder— miente acerca de las causas verdaderas de toda guerra militar desde antes que esta se produzca.  Y mienten después, por tener intereses comunes con quienes las provocan.

En un artículo anterior, dije que, llegada la ocasión, hablaría sobre el desempeño de la prensa norteamericana en las guerras de anexión de su país, contra México y en contra de España.   Ahora es esa ocasión.

Las raíces ideológicas del desempeño de la prensa en esas dos guerras de anexión de los Estados Unidos, están expuestas y aclaradas en el libro Agentes del Poder, del profesor estadounidense J. Albert Altscull, del cual extraje información y las citas para este comentario sobre la prensa estadounidense de la segunda mitad del siglo XIX.  (Esto no significa, que la prensa del período anterior y del posterior no actuase como agente del poder).

Veamos algo sobre la guerra de la comunicación de masas o para las masas:

Los sueños de dominación y de las anexiones territoriales de los Estados Unidos, están arraigados y confirmados por los hechos originarios de la formación de la cultura política de las clases dominantes de esta nación, y de modo más activo, en lo ideológico de tales aspiraciones imperiales que, en lo internacional, se iniciaron con la guerra de anexión de México (1866-1968) y contra España (1898).

La prensa de la época, acomodó sus intereses la idea del discurso de Abraham Lincoln, en honor a los caídos en Gettysburg, donde aspiraba a que… “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”.  La prensa no encontró mejor forma de justificar que su gobierno se extendiera dominando por “la faz de la tierra”, y el editorial de The New York Sun del 22 de octubre de 1867, expresó esa idea, menospreciando a la población de México que:

“Estaba perfectamente acostumbrada a ser conquistada, y la única lección nueva que podemos enseñarles es que nuestras victorias les darán libertad, seguridad y prosperidad a los vencidos, si saben aprovechar lo suficiente la aparición de nuestras estrellas. Nuestra misión en liberar y ennoblecer –no esclavizar ni envilecer.”

¡Además de robados, los mexicanos debían agradecérselo a los “nobles misioneros”!

En aquella misma fecha, The Boston Globe, en armonía “patriótica” con el diario neoyorquino, editorializó justificando el robo a México:

“Es una labor digna de un gran pueblo, un pueblo que se encuentra a punto de regenerar al mundo afirmando la supremacía de la humanidad por encima de los accidentes del nacimiento y de la fortuna.” (Ambas citas pueden leerse en la página 42)

Es decir, que las clases dominantes de los Estados Unidos, disfrazadas de “gran pueblo”, eran también “la humanidad” que tiene el derecho de apropiarse de cualquier “fortuna” en donde hubiese nacido… “por accidente”.

Si esta pretensión no es parte de una cultura política de rapiña y de inspiración imperial, hoy, un comerciante como Donald Trump, no se creyera el Supermán salvador de la “libertad” en el mundo ni buena parte de la gran prensa le serviría de portavoz, para disfrazar su voraz apropiación y dominación.

Diferente fue lo que hizo la prensa en la guerra de anexión de carácter, podríamos decir, más internacional, como fue la de 1898 contra España por arrebatarles Cuba y Puerto Rico, más el archipiélago filipino.  Esa guerra –como toda guerra— estaba previamente planificada, y los medios de prensa desempeñaron su papel muy dinámico primero ante sus lectores y después junto al gobierno, estimulando las acciones del ejército estadounidense. Tanto, que los propietarios de The New York Journal, William Randolph Hearst, y de World, Joseph Pulipzer, se consideraban los “inventores” de la guerra contra España, una falsa visión de la historia y encubridora del poder imperial, su verdadero impulsor.  A ellos los describe el profesor Altsculll:

“Durante la década de 1890, Hearst y su principal competidor Joseph Pulitzer, se desafiaron mutuamente a diario, en un esfuerzo por presentar los actos más dramáticos y violentos, y al hacerlo, amasaron enormes fortunas…”

La guerra por anexarse Cuba y Puerto brindó las “oportunidades más sorprendentes y Hearst y Pulitzer estuvieron a la altura de las circunstancias.” Y, agrega Altscull:

“Hearst llegó al extremo de contratar un buque carguero en las aguas de Cuba, en cuya bodega albergó una imprenta y una sala de redacción; él mismo y un grupo de reporteros establecieron su base en el carguero, desembarcando en ocasiones para presenciar las batallas e, incluso, participando a veces en la lucha.  Pulitzer se contentó con enviar a un grupo de reporteros, incluyendo al novelista Stephen Crane, para cubrir las noticias de la guerra.” (Páginas 44) 

Ellos eran para el profesor J. Herbert Altscull… “De los periodistas del siglo XIX, los más alborotadores y prominentes (…) que llevaron el sensacionalismo al apogeo en la gran guerra por la circulación y las utilidades que caracterizó a la época del periodismo amarillista.” (Páginas 54)

Eso es del dominio de los periodistas, porque Joseph Pulitzer (1847-1911), es “el santo patrono de los periodistas” norteamericanos e instituyó los Premios Pulitzer, que son adjudicados por la Universidad de Columbia, desde 1917.  Estos premios son bastante apetecidos por los periodistas y escritores, porque además de ser bien remunerados, se piensa que prestigian a quienes los reciben.

Todo lo visto, está en total y perfecta conexión con la cultura de la dominación de los gobiernos y de los agentes del poder, la mayoría del periodismo de los Estados Unidos, con su geopolítica actual. Todos ellos vienen de la misma cuna, y actúan en consecuencia, hoy como ayer, y todo está a la vista… no necesitamos de la ficción para acceder a esa realidad.

Al margen de estas cuartillas:

OGL

*El colonialismo, sistema de dominación y explotación de países europeos sobre pueblos de otros continentes, fue obligado a cambiar de muda, en el camino de la historia.

*En 1776, trece colonias convertidas en varios Estados recién Unidos del Norte, se apropiaron del nombre América, primero.

*Después, en 1853, al colonialismo lo revistieron de “doctrina Monroe”, y creyendo que su “destino manifiesto” era apropiarse de todo el continente, lo disfrazaron como su “área de influencia”.

*Peleando “su área” como gato panza arriba, los fabricantes de armas –el verdadero poder del Norte—, aplican recetas armadas a quienes osan comprar armas a otros países, para defenderse.

*Con este cinismo político de: “Te joderé bajo mi influencia, y si te defiendes te mataré”, los del Norte son capaces de reclamar... ¡el Premio Nobel de la Paz!

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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