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“Thor: Amor y Trueno”: Cuando los dioses caen

El éxito está convirtiendo a Marvel en un fracaso creativo. La imperiosa necesidad de mantenerse en la cumbre lo ha llevado a eliminar completamente el

Juan Carlos Ampié

10 de julio 2022

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¿Alguien lleva la cuenta? “Thor: Amor y Trueno” es la cuarta película centrada en el dios del trueno y la vigésima novena del “universo narrativo” de los Estudios Marvel. Si quiere tomar como liturgia sus planes corporativos, es la sexta entrega en la “fase cuatro” de dominación taquillera. La planeación estratégica ha extirpado cualquier ápice de vitalidad a esta franquicia. Este es el simulacro de una comedia heroica.

En un planeta desértico Gorr (Christian Bale) deambula moribundo con su hija. Son los últimos sobrevivientes de una civilización perdida, e implora la misericordia de los dioses indiferentes. Hasta que la niña muere, se abre ante sus ojos un oasis fantástico. Ahí encuentra al dios Dionisio (Simon Russell Beale), quien se burla de su fe y su dolor. Un arma mítica conocida como la “necroespada” aprovecha el resentimiento de Gorr y se materializa en sus manos, dándole una nueva misión de vida: exterminar a los dioses.


En otro rincón de la galaxia, Thor apenas se repone de sus traumas. Podrá ser muy hijo de Odín, pero las emociones lo rebasan. La tristeza por la pérdida de su familia real y la ruptura de su amada Jane Foster (Natalie Portman) lo ha dejado en depresión funcional. Al menos, logra ponerse en forma y asistir con poco entusiasmo a Los Guardianes de la Galaxia. El grupo se separa cuando Thor responde a una llamada de su vieja aliada Sif (Jaimie Alexander), alertándole sobre los planes de Gorr. El “asesino de dioses” se dirige a Nuevo Asgard. Cuando Thor llega para evitar una masacre, Valkyrie (Tessa Thompson) ya lucha a la par de otro titán: es Jane, blandiendo el Mjolnir, convertida en “la poderosa Thor”.

El peso de la mitología acumulada sofoca la vida de estas películas. Como en la reciente “Dr. Strange and the Multiverse of Madness” (Sam Raimi, 2022), la necesidad de ubicar a los espectadores en el flujo narrativo impone la necesidad de narración casi constante y diálogos expositivos. Son máquinas de dispensar trama, incapaces de tomar riesgos y cambiar su fórmula establecida. Incluso el humor irreverente que marca los mejores proyectos de Waititi, se siente repetitivo y forzado. El mejor chiste de la película, centrado en unas cabras gigantes ofrecidas como tributo a Thor, se repite hasta perder completamente su efecto. Una artera crítica a la “disneyficación” del Nuevo Asgard no puede ser ejecutada a cabalidad, so pena de ofender a los ejecutivos.

El éxito está convirtiendo a Marvel en un fracaso creativo. La imperiosa necesidad de mantenerse en la cumbre lo ha llevado a eliminar completamente el riesgo. Tienen que calibrar sus productos para el rango más amplio de público: los niños que gravitan naturalmente a las historias de superhéroes y los adultos que no las pueden superar. La vieja máxima publicitaria es ahora un mantra: “¡Papás, lleven a sus niños! ¡Niños, lleven a sus papás!”. O quizás, mejor no.

La idealización de la cultura popular de los 80, centrada en el rock en variante ‘hair metal’, apela a estos adolescentes eternos. En este siglo XXI de fantasía los niños idolatran a esas bandas, a como evidencian los pósteres que forran las paredes del cuarto de Axel (Kieron L. Dyer), hijo de Heimdall (Idris Elba). Artistas y fanáticos de este subgénero adoptaban la mitología nórdica como referente –véase la brutal sátira de “This Is Spinal Tap” (Rob Reiner, 1984)–, así que la asociación no es completamente gratuita. Sin embargo, Waititi no hace más que reproducir símbolos, y disimula la falta de ideas nuevas con acumulación. Por ejemplo, los créditos finales parecen catálogo de tipografía temática, con cada título en un estilo ligeramente diferente.

El balance entre cinismo y sinceridad se ha perdido. Perdido entre el ruido se encuentra Hemsworth, un extraño espécimen de masculinidad exaltada capaz de burlarse de sí mismo a cada paso. En músculos y disposición, es el mejor heredero de Arnold Schwarzenegger. Aburrido ante la cualidad genérica de esta aventura, me distraje pensando en lo interesante que sería usar una máquina del tiempo e insertar a este actor en el rol de titular de “Flash Gordon” (Mike Hodges, 1980). Ese clásico maldito, un fracaso de taquilla que ha encontrado nueva vida como objeto de culto, parece el modelo que Waititi quiere, pero no puede emular.

Un texto anunciando que “Thor volverá” cierra la película. La pregunta ineludible: ¿es necesario?

“Thor: Amor y Trueno”
(Thor: Love and Thunder)
Dirección: Taika Waititi
Duración: 1 hora, 59 minutos
Clasificación: * * (Regular)

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