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Me depilo, a pesar del Feminismo

Una autora española explica por qué depilarse o "ponerse guapa" no es compatible con este movimiento político

Tomado del fanpage de Facebook de Rocío Salazar.

25 de noviembre 2015

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Muchas feministas, yo entre ellas, nos depilamos. Yo en concreto nunca he sido muy buena en ello y suelo dejarme las piernas parcheadas porque no veo bien bajo el chorro del agua, o porque a veces me esmero tanto con una pierna que me olvido de la otra. Pero sí, me depilo. Y lo hago pensando todo el rato: “Dios, cómo me oprime el patriarcado, que me estoy depilando, y cómo me oprimen mis principios feministas, que hacen que me sienta terriblemente pusilánime mientras lo hago”. Ser feminista es lo que tiene, que te oprime todo.

Caitlin Moran, una reconocida feminista, escritora y periodista británica, arremete contra la depilación del pubis en su libro Cómo ser mujer’, pero no la relaciona con la depilación de las axilas o del bigote y, por lo tanto, no aconseja ni depilarse ni no hacerlo. Moran tiene cosas interesantes pero, en mi opinión, su libro tiene muchas contradicciones, entre ellas, ésta. Podés no depilarte, claro, al igual que también podés salir a la calle con un calzón en la cabeza, pero realmente no somos libres de hacerlo o no.


Mirés por donde lo mirés, la depilación es una invención misógina de Satán. No es sólo cuestión de estética o de moda, no nos engañemos. No es como cuando se llevaban la Dr. Martens o los pantalones de campana, porque en esos casos siempre puedes unirte a la moda o no hacerlo y nadie te lo reprochará en forma de miradas, cuchicheos o, directamente, insultos (normalmente de hombres peludos).

Depilarse es una obligación social. Podés no hacerlo, claro, al igual que también podés salir a la calle con un calzón en la cabeza, que la policía no va a detenerte, pero realmente no somos libres de depilarnos o no. Y si esto es así, es porque el patriarcado sabe mover a la perfección sus hilos para tenernos controladas y a su gusto.

De tacones y maquillaje 

Maquillarse y teñirse es también parte del juego, aunque aquí nos perdonan más la vida si decidimos no hacerlo (y no siempre, yo fui muchos años auxiliar de vuelo y no sólo tenía que maquillarme, sino que también estaba obligada a retocarme en las escalas). En este tema el sistema es más sutil, porque la sociedad no censura tan abiertamente tu decisión de no usar maquillaje o tinte, aunque te bombardee con mensajes subliminales para que seas tú la que decidas por fuerza no envejecer sin teñirte las canas o vayas a una boda sin pintar. Cuando se dice “ser feminista y maquillarse | teñirse para estar guapa no es incompatible”, ese “guapa” tiene una carga patriarcal.

Los tacones y demás accesorios incómodos y martirizantes también tienen ese matiz de “obligatoriedad elegida” porque aunque muchas no hayamos caído jamás, los mensajes desde anuncios, televisión, revistas, entre otros, son claros: ser más alta es mejor que ser baja, las piernas por sí solas no tienen parangón al lado de unas piernas bien estilizadas con unos tacones. Y así lo hemos aceptado, sin darnos cuenta de que no dejan de ser unas alzas en nuestros talones que nos joden la espalda y nos restan agilidad.

Y tenemos el valor luego de reírnos de ellos. Pero vamos a ver, que ponerte palos en los pies para fingir algo que la genética no te ha dado es aún más ridículo: entre vos con tacones y un tipo con peluquín, el que podrá correr tras el único taxi libre será él. Esto es así: las modas que se nos imponen a nosotras duelen más, son más caras, más engorrosas y más restrictivas, porque para eso tenemos vaginas.

¿Qué quiero decir con todo esto?

Que cuando nos depilamos, no maquillamos, nos teñimos y nos subimos en taconazos, no somos libres de hacerlo.

Podría decir: “Claro que sí, que haga una haga lo que quiera, ¡libertad!” Pero es imposible saber qué es lo que realmente queremos si ni siquiera somos conscientes del mensaje que la sociedad nos ha inoculado. Claro que cada una hará lo que considere oportuno pero siempre dentro de los límites marcados. No eres libre si ni siquiera te das cuenta de que esas decisiones no salen de tu interior por naturaleza. ¿Es libre una persona de comer carne o pescado si la han educado desde pequeña con el mensaje: “El pescado sólo lo comen las personas que no están bien de la cabeza”? Claro que tiene la posibilidad de elegir el pescado, pero lo más probable es que se coma la carne.

Y aun peor me parece reivindicar el uso de todo lo anterior como elementos compatibles con el feminismo. Esto, en mi opinión, no tiene ningún sentido. Podemos usarlos, podemos no reñirnos ni a nosotras mismas ni a otras por hacerlo, podemos aceptar que no queremos vivir al margen de la sociedad porque es incómodo, desagradable y solitario, podemos tomar todas las decisiones que queramos pero, por favor, no lo mezclemos con el feminismo.

Cada vez que una mujer dice “ser feminista y depilarse | maquillarse | teñirse para estar guapa no es incompatible”. Ese “guapa” tiene una carga patriarcal que, sin ella, para empezar “guapa” sería directamente otra cosa. Guapa podría ser estar gorda y celulítica como las musas de Rubens o tener el entrecejo de Frida Kahlo: no podemos saberlo, sólo conocemos el “guapa” de esta sociedad patriarcal. ¿Hemos comprado esta belleza como buena? De acuerdo, decidamos si queremos adecuarnos a ella o no, pero no la mezclemos con el feminismo, porque no somos feministas que sólo intentan encajar en los cánones de esta belleza: somos feministas a pesar de estos.

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Este artículo, escrito bajo el seudónimo de Barbijaputa, fue originalmente publicado en Pikara Magazine y reproducido en este espacio bajo licencia Creative Commons. Visite el fanpage de Rocío Salazar en este enlace


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