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Ramón Jáuregui: “Sin elecciones libres, Gobierno de Ortega no será reconocido”

Exeurodiputado español sostiene que la presión internacional abogaría por desconocer el resultado y repetir las elecciones

Jefe de misión europea

Carlos F. Chamorro

19 de julio 2021

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Ramón Jáuregui, exparlamentario del partido socialista español en el Parlamento Europeo, presidió la misión de eurodidputados que visitó Nicaragua en enero 2019, mientras las cárceles del régimen se encontraban llenas de los opositores que participaron en las protestas cívicas de abril 2018.

Unos meses después, al culminar su período en el Parlamento Europeo, propuso cinco condiciones para una salida democrática para Nicaragua; y a inicios de este año, abogó por una mediación internacional, entre el Gobierno y la oposición, para promover una reforma electoral, antes de las elecciones de noviembre.


El viernes pasado, el político español publicó una nueva columna en CONFIDENCIAL, De la revolución a la tiranía, en la que confesó estar decepcionado del presidente Daniel Ortega. “Me equivoqué”, escribió Jáuregui. “Fui un ingenuo al creer que Ortega estaba dispuesto a asumir un mínimo riesgo de derrota. Las detenciones de todos los candidatos de la oposición —incluso los más próximos al Gobierno—, la apertura de causas penales totalmente artificiosas y falsas, la ilegalización de varios partidos políticos, la negativa a dialogar sobre la Ley Electoral, la imposición de un Consejo Electoral totalmente afín al Gobierno, el acoso y la persecución de los medios de comunicación críticos al Gobierno, la negativa a admitir misiones internacionales y organizaciones de derechos humanos, configuran un país sin libertades, un Gobierno autoritario y totalitario que elimina a la oposición, que niega el pluralismo, que coarta la libertad y el pluralismo”.

En esta entrevista con CONFIDENCIAL, el ex europarlamentario propone una hoja de ruta para la comunidad internacional ante la crisis política de Nicaragua y el fracaso anunciado de las elecciones del 7 de noviembre sin transparencia ni competencia política.

 A inicios de este año usted abogaba por una mediación internacional para promover un diálogo y una reforma electoral en Nicaragua. Ahora, en un artículo que publicó este viernes en CONFIDENCIAL, usted dice que fue ingenuo al creer que Ortega estaba dispuesto a permitir una competencia democrática. ¿Qué ocurrió en estos seis meses?

 Ustedes lo saben muy bien. Evidentemente ha habido un cambio radical en el comportamiento del Gobierno. No solamente no ha negociado la Ley Electoral, como la comunidad internacional estaba esperando, sino que ha hecho una integración de su Consejo Electoral claramente partidaria; y es más, ha tomado una serie de decisiones en los últimos dos meses que ponen en evidencia la falta absoluta de transparencia, y la más cruel represión, ha detenido prácticamente a todos los opositores, ha prohibido la vida propia de algunos partidos políticos.

Ha ocurrido lo que no creíamos que iba a ocurrir, y es que Ortega ha eliminado toda posibilidad de oposición, y quiere hacer unas elecciones en solitario, y obviamente sin ningún riesgo de perder. Y esto es lo que a mí, personalmente, me lleva a considerarme engañado, porque yo creí, sinceramente, que Ortega iba a buscar una cierta legitimación, si es que él podía ganar las elecciones, ante la fractura de la oposición; y creía que iba a hacer unas elecciones presentables.

Yo pensé que era importante participar, siempre he defendido en mis conversaciones, con múltiples interlocutores nicaragüenses, que participar es bueno, que había que transformar en poder político y en legitimidad democrática toda esa fuerza de Nicaragua por la libertad, expresaba, pero desgraciadamente me siento totalmente decepcionado, y me planteo seriamente cuál debe de ser la reacción de la comunidad internacional frente este desvarío, frente esta represión intolerable.

Si no hay una elección libre y competitiva el 7 de noviembre, ¿el gobierno de Ortega estaría poniendo en riesgo el reconocimiento de su legitimidad el 10 de enero, es decir el reconocimiento diplomático de los Gobiernos de Europa, de América, y de otras partes?

Las consecuencias de unas elecciones de esta manera, sin oposición,  de unas elecciones amañadas, de una victoria de Ortega sin oponentes, son muy graves. No se trata solo de pensar en la ausencia de delegaciones internacionales en su toma de posesión, me parece que las consecuencias son múltiples, e insisto, muy serias, para él, para su Gobierno, y para Nicaragua.

En primer lugar, porque no van a ser reconocidas por la comunidad internacional; en segundo lugar, porque al día siguiente de su Gobierno probablemente va tener una espada de Damocles que reivindica permanentemente la repetición electoral; en tercer lugar, porque es muy probable que él haya perdido cualquier capacidad de volverse a presentar alguna vez como candidato después de tamaño desatino, inclusive porque creo que una armonización de sanciones por parte de la Unión Europea, de los Estados Unidos, y de la propia OEA, pueden ser muy graves para su Gobierno, desgraciadamente también para el propio país, porque yo considero muy difícil que Nicaragua aislada económicamente internacionalmente, sancionada por los bancos multilaterales, pueda tener un desarrollo económico propio.

Por último, porque creo que la comunidad internacional ante una situación como la que estamos describiendo es muy probable que traslade a todos los organismos, la necesidad de mantener aislado a ese Gobierno.

Pero déjeme que le diga algo que todavía me parece más terrible, aunque no tenga esa dimensión económica, y es que Ortega, si hace esto, hunde su propia revolución, todo su crédito, el que le quede, en la historia.

El hecho de que participe en la elección un sector de la oposición, el partido Ciudadanos por la Libertad, a pesar de que varios precandidatos están presos, ¿le daría alguna legitimidad a esa elección de Ortega, aunque no hay condiciones y tenemos ese Consejo Supremo Electoral, que usted ha descrito, y no hay, tampoco, observación internacional?

 Yo creo que la participación electoral en esas condiciones, para quien la haga, es un descrédito, porque realmente, si yo me presentara como candidato, sabiendo que los candidatos naturales de otras fuerzas políticas están en prisión, estaría cometiendo una traición a la democracia y a la libertad, y a la igualdad de oportunidades, entonces, no sé quién lo hará.

No tiene ningún sentido, en esas condiciones, con 24 líderes encarcelados, aislados, sin que sepamos nada de cuál es su estado; con partidos políticos ilegalizados;  con impedimento total de observación electoral;  con una ley hecha a su medida.

Francamente, se han superado todas las líneas rojas que se pueden plantear.

Yo he sido, insisto, muy partidario de una fórmula pragmática de participación. Siempre he creído que la participación electoral, aunque fuera en condiciones desfavorables, había que mantenerla porque la Nicaragua que yo vi en el 2019, después de lo que pasó en el 2018, era una Nicaragua que reclamaba la manera de materializar unos anhelos de libertad y de democracia; y, por supuesto, una aspiración tan legítima como la de construir sobre la democracia la paz y el progreso del país.

Y por eso, aunque esa era mi actitud, pues no veo en este momento condiciones, solo me queda pensar que todavía, en este mes de agosto y de septiembre, las cosas cambien y que Ortega sea capaz de comprender que realmente en esas condiciones está cavando su propia tumba, desde el punto de vista político; pero creo que todavía nos queda tiempo, si el Gobierno es capaz de cambiar, que haya una oportunidad de devolver el camino de la sensatez, y de la libertad y de la igualdad a las elecciones en Nicaragua.

La posición del régimen, hasta este momento, hacia la comunidad internacional es de un rechazo total, hacia la OEA, la Unión Europea, Estados Unidos, hacia el propio Gobierno de España. ¿Acaso existe algún puente para tender esa posibilidad de diálogo, esta advertencia sobre lo que va a ocurrir con la reelección de Ortega?

A mí me gustaría que hubiera todavía alguna mediación posible. Pienso que hay algunas sedes diplomáticas que pueden jugar todavía una tarea de mediación. Pienso en que la delegación de El Vaticano tiene algún papel, reclamando a Ortega que haya una rectificación de lo que está pasando.

Pienso que pocas delegaciones diplomáticas en Managua tienen la capacidad que tiene el nuncio apostólico para trasladar a la sede presidencial este mensaje, y estoy seguro de que interpreto cual es el sentir de El Vaticano a este respecto. Yo creo que El Vaticano tiene una labor de mediación por su capacidad de influencia en la Presidencia de Nicaragua, y espero que el nuncio ejerza ese papel, como última esperanza de un cambio a una rectificación imprescindible.

El Parlamento Europeo acordó la semana pasada una resolución, que tuvo un respaldo de más del 90% de las diferentes formaciones políticas, demandando acciones de la Unión Europea. ¿Estas acciones de la Unión Europea, se adoptarían antes o después del 7 de noviembre?

 Yo entiendo que después. Creo que hay que dejar la opción hasta el último día. Tomar decisiones antes de las elecciones nicaragüenses no es prudente, y creo que lo más inteligente es que el Parlamento Europeo siga anunciando una posición de firmeza, como la que hizo en la resolución que aprobó la semana pasada en Estrasburgo, y un anuncio de reacción severa, pero que no las ejerza hasta que no se produzca esta situación de destrozo democrático del país. Yo creo que el Parlamento Europeo hará muy bien en presionar a la Comisión Europea, para que las acciones se produzcan una vez que la desgracia se haya producido.

En el artículo que usted escribe, “De la revolución a la tiranía”, aboga también porque la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU lleven al tribunal penal internacional las violaciones a los derechos humanos que han ocurrido en Nicaragua. Pero el Gobierno de Nicaragua no es suscriptor del Estatuto de Roma, ¿eso es obstáculo para que este proceso se concrete?

Es muy difícil, si la situación política en Nicaragua sigue en manos del Gobierno, que esa denuncia pudiera tener una concreción. Pero yo creo que el tribunal penal internacional tiene ya tal prestigio, y es tal el desprestigio de caer en una denuncia en ese tribunal, que es impresentable para cualquier político en el mundo vivir con una etiqueta en la espalda como una denuncia ante el Tribunal Penal Internacional. Honradamente, es una indignidad humana.

Yo creo que las cosas no tienen que llegar a ese extremo. Yo he tenido dudas de colocar también en mi artículo una referencia de esa naturaleza, pero creo que en el Comité de Derechos Humanos, en Ginebra, de Naciones Unidas y, desde luego, las investigaciones que se están realizando, presentan ya un nivel de gravedad en los hechos denunciados y de constatación en la violación de los derechos humanos tanto por el Comité Interamericano, como por la oficina regional del Alto Comisionado. Esas investigaciones tienen que tener algún tipo de plasmación jurídico-político, esta es mi única aspiración. Pero, repito, es el desprestigio político de un dirigente que puede ser encausado de  esta manera, como si fueran criminales de guerra en Uganda o en Serbia.

¿En el caso de que Ortega persista en su reelección sin competencia política, sin democracia el 7 de noviembre, ¿el planteamiento de la comunidad internacional apunta a que se anulen esas elecciones, que se promueva una reforma para volver a hacer un proceso electoral?

 Apunta a que haya una estrategia unitaria de toda la comunidad internacional, y me refiero a la Unión Europea, Estados Unidos también, y a la OEA inclusive, para que ese régimen no sea reconocido internacionalmente, más que por algún tipo de Gobierno absolutamente marginal, y para que haya una presión constante sobre el Gobierno surgido de esas elecciones, para que sepan que no tienen margen de acción internacional, y porque va a haber una presión constante para que repitan las elecciones.

A diferencia de algún otro proceso que todos recordamos, por ejemplo en Venezuela en diciembre, o en el año anterior las elecciones presidenciales de Maduro, que hubo también una gran distancia entre la comunidad internacional y el régimen venezolano a ese respecto, hoy este proceso de negociación que se ha abierto, afortunadamente, en Venezuela, los caminos trazan un calendario electoral  futuro. Y esto es en cierto modo lo que va a ocurrir con Nicaragua si la desgracia antidemocrática se materializa. Yo pienso que en el año 2022 la presión internacional sobre Nicaragua va a ser muy fuerte, y además, tengo la impresión de que económicamente Nicaragua no tiene la entidad como para poderse sostener.

De manera que, siempre tendremos la dificultad de establecer qué límites ponemos a las sanciones para que el pueblo nicaragüense no sufra, pero ciertamente, habrá que profundizar las sanciones personales y habrá que establecer límites en el sistema financiero nicaragüense, y de los propios acuerdos de cooperación o los acuerdos comerciales.

La comunidad internacional, por pequeña que sea Nicaragua, no puede mantener una actitud de despiste, de no responder a un agravio democrático tan profundo como el que estamos viendo.

No (es) admisible en ningún lugar del mundo que haya detenido a los líderes de la oposición y los hayan metido en la cárcel, no tiene ninguna explicación, son falsas todas las construcciones del Gobierno, -yo recibo las notas del Gobierno nicaragüense explicándome su acción-, pero es que ya he dejado de leerlas porque no son admisibles para una inteligencia razonable.

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Carlos F. Chamorro

Carlos F. Chamorro

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Fundador y director de Confidencial y Esta Semana. Miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha sido Knight Fellow en la Universidad de Stanford (1997-1998) y profesor visitante en la Maestría de Periodismo de la Universidad de Berkeley, California (1998-1999). En mayo 2009, obtuvo el Premio a la Libertad de Expresión en Iberoamérica, de Casa América Cataluña (España). En octubre de 2010 recibió el Premio Maria Moors Cabot de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York. En 2021 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria periodística.

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