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Tom Cruise rompe la barrera de la nostalgia volando en Top Gun Maverick

“Top Gun: Maverick” es un producto taquillero que debe poder venderse en el mundo entero. Lea la reseña de Juan Carlos Ampié

Juan Carlos Ampié

29 de mayo 2022

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36 años después de que Tom Cruise solidificara su estatus de estrella con “Top Gun” (Tony Scott, 1986), llega la secuela que nadie pedía. O quizás sea un ‘remake’. O una reformulación. En realidad, “Top Gun: Maverick” es todo eso y más.

Reencontramos a Pete “Maverick” Mitchell (Cruise) ejecutando los vuelos de prueba de un nuevo avión supersónico. Justo el día en que un alto mando (Ed Harris) llega a cancelar el proyecto, Maverick empuja la velocidad de la nave más allá del Mach 10 y prueba el error de la comandancia. De paso, destruye el avión, pero eso es tratado como un chiste. La realización personal prima sobre cualquier consideración estratégica.


Esta secuencia es apenas un prólogo, como las aventuras ‘in media res’ que abren las películas de James Bond. La trama propiamente dicha manda a Maverick de regreso a la academia élite Top Gun, ahora como instructor. Tiene solo tres semanas para entrenar a un equipo de jóvenes aviadores. Les espera la peligrosa misión de destruir el laboratorio secreto de una “nación rebelde”, que acopia uranio para construir una bomba atómica. El grupo incluye al teniente Bradley “Rooster” Bradshaw (Miles Teller). Él es el hijo de “Goose” (Anthony Edwards), el mejor amigo de Maverick, de cuya muerte se culpa nuestro héroe. Para interés romántico, tenemos a Penny Bradshaw (Jennifer Connelly).

“Top Gun” no se proyectó en la Nicaragua de los 80. Es difícil saber si debemos culpar al bloqueo comercial, la crisis económica que acarreó la guerra civil, o el celo de las autoridades culturales de la época. Quizás nuestra cuota de propaganda ya estaba llena con la soviética y cubana. Igual, la película circuló libremente entre los afortunados dueños de reproductores de video casero, que invitaban a familia y amigos a disfrutar de los frutos prohibidos de Hollywood. Esta película y la franquicia de “Rambo” fueron tremendamente populares, incluso entre la burguesía sandinista. La disonancia cognitiva era brutal.

Quiere la suerte que “Top Gun: Maverick” aparezca cuando “la segunda etapa de la revolución” vuelve a posicionar a los Estados Unidos como su principal enemigo. Por lo menos, ahora los espectadores no tendrán dificultades para verla en el cine. La dictadura es aún más cínica ahora, y su discurso anti-EE. UU. es más hueco que nunca. Curiosamente, la película también se purga de cualquier matiz ideológico, más allá de la implícita celebración del complejo militar. El enemigo nunca es identificado por nombre.

“Top Gun: Maverick” es un producto taquillero que debe poder venderse en el mundo entero. No puede designar villanos, so pena de perder taquilla. Lo que queda es patriotismo abstracto, el culto a la fuerza militar y el fetichismo por las armas. Y antes de regodearse en sentimiento antigringo, recuerde que todos los países incurren en este estilo particular de demagogia. Los Estados Unidos solo sabe empacarla en entretenimiento, y venderla al por mayor.

El compromiso más profundo es con la nostalgia. Hasta usa algunas canciones de su antecesora, como el tema original de Harold Faltermeyer. La primera canción nueva que se escucha, es un número de ‘pop-rock’ de One Republic, tan genérico que es intemporal. “I ain’t worried” acompaña una escena en la cual Maverick lleva a sus alumnos a jugar futbol americano a la playa. Es un eco del juego de voleibol de la primera película, pero sin la carga homoerótica. Escenas completas y giros de trama reflejan el filme anterior. Véase la dinámica entre ‘Rooster” y “Hangman” (Glen Powell), un reprise de la competencia entre Maverick y “Iceman” (Val Kilmer). Cuando Maverick consuma su relación con Penny, vemos una toma exacta a la que escenificó con Kelly McGillis, con los amantes en silueta, acostados horizontalmente, cara a cara. No ponen de fondo musical “Take my Breath Away” porque les queda un poquito de vergüenza.

Puede sonar estéril, pero en la práctica, la insistencia en invocar el filme anterior infunde una nota de pesar —es decir, emoción— en la mecánica. El director Joseph Kosinski ya trabajó con Cruise en el filme de ciencia ficción “Oblivion” (2013). El mejor cumplido que podemos darle, es decir que dirige como si el fantasma de Tony Scott lo guiara. “Top Gun: Maverick” es una sólida pieza de entretenimiento. Se parece al filme anterior, como un hijo que se parece a su padre.

Top Gun: Maverick
Dirección: Joseph Kosinski
Duración: 2 horas, 11 minutos
Clasificación: * * * (Buena)

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Juan Carlos Ampié

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